El hermano siamés

El tiempo es deformable como una escultura de cera, como una caja de cartón expuesta a la humedad, como una chaqueta mal colgada, como un trozo de plástico bajo la llama de un mechero, como un trozo de panceta en la sartén... Es difícil imaginarse el tiempo como una cosa, pero es precisamente lo que queríamos decir, que el tiempo es una cosa cuya estructura cambia por la gravedad o por la ausencia de gravedad, o por la velocidad, o por el tocino. El minuto que tarda el microondas en calentar el vaso de leche puede ser eterno si estás pendiente del paso de los segundos porque llegas tarde a la oficina. El tiempo es de goma, se estira o se acorta de acuerdo con las condiciones ambientales.

Los días de negociación entre el PSOE y Junts se le han hecho eternos a Sánchez y cortos a Puigdemont porque el reloj no corre igual cuando estás en la cima de una montaña que cuando te encuentras en lo más profundo de un valle. En las situaciones límite, todo transcurre a cámara lenta. Lo cuentan quienes han estado a punto de estrellarse con una moto. En los segundos anteriores a la catástrofe no solo dispones de espacio para estudiar las posibilidades de evitarla, sino para repasar tu vida fotograma a fotograma. Mientras la realidad se mueve a tu alrededor a una velocidad normal, si hubiera velocidades normales, tu existencia camina a paso de caracol, se arrastra con pereza hacia la muerte mientras llevas a cabo un profundo examen de conciencia.

El mes se le hace largo al pobre y corto al rico. Cuando llegar económicamente a sus finales constituye una heroicidad, los miércoles y los jueves se alargan a medida que el dinero de la cuenta disminuye. Hay una relación inversamente proporcional entre el crédito de tu tarjeta y la duración de los días. A menor crédito, días más largos. El 20 de noviembre, cuando empiezas a pensar en la factura de la luz y en la del agua y en el plazo de la lavadora o del televisor, te da la impresión de que no verás la salida del túnel. Hay domingos por la tarde en los que, si uno pudiera, arrojaría el tiempo a la basura, con las sobras de la comida. Pero ¿qué haríamos a continuación con el espacio, su hermano siamés?

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