tribuna

Vivo sin vivir en mí

No puedo más. Necesito un chute de paz. Y digo más: quiero más vacunas. Una contra el miedo, otra para recuperar la esperanza y el sentido común, otra contra la ceguera de «solo existo yo», otra contra... Bueno, voy a parar, por si tuvieran efectos adversos.

Los de mi generación y alguna anterior, con razón decíamos que éramos unos afortunados porque no habíamos vivido ninguna guerra (eso sí, en voz no muy alta, porque aquí, en este país, nunca se sabe) y éramos y seguimos siendo conscientes de tal privilegio. Traducido al alma humana y generalizando: nos habíamos librado del inmenso dolor, de la lacerante hambre, del injusto sufrimiento que traen consigo todas las guerras.

Eso es así. Pero llevamos unos añitos que... ¡ojo! Nos van cayendo una detrás de otra calamidad.

De forma directa, hemos vivido una pandemia que nos ha dejado tiritando. Nos cogió desprevenidos, a bocajarro y de un día para otro, sin poder entrar ni salir y temerosos de casi todo. Muchos ya no lo cuentan y ni se despidieron. Dejémoslo aquí.

Sabíamos que la vida ahí fuera se estaba deshilachando, que algo pasaba en el mundo que se nos iba de las manos, que se nos sigue yendo de las manos, por mucha información que nos llegue (o quizás precisamente por eso).

Un inminente cambio climático. La posibilidad de nuevas zoonosis que pudieran venir hasta de los pocos ornitorrincos (es un decir), que están también en peligro de extinción. Desviación del eje de rotación de la tierra. Que si también el eje geopolítico del planeta se desvía hacia China e India, mientras el país del Tío Sam se tambalea con sus propios problemas internos. Que si la Inteligencia Artificial muy bien, pero que, por lo pronto, hará desaparecer o reducir muchas profesiones que conocíamos hasta la fecha y cuestiones éticas aún por discernir. Que si la salud mental de los jóvenes (de los viejos se habla más bien poco). Que si el terremoto en casa de nuestros vecinos marroquíes. Que si la guerra de Rusia contra Ucrania.

Y ahora, la de Israel contra los palestinos en Gaza. Espanto. Golpe de estado a los civiles. Miles de muertos en un asedio casi medieval, dirigido por un siniestro personaje que no respeta ningún derecho internacional.

Más dolor, más horror, más miseria y, suma y sigue.

Y una se despierta preocupada, mal dormida y con cierta culpabilidad. ¿Qué podría hacer? Me pregunto.

Pues según el día y el cómo me levante. Hay días que me digo que ya está bien, que quién cargará con este mi desasosiego, que cómo hacer para sobrellevar tantas penas que suceden ahí al lado. Parece que estamos en manos de auténticos desalmados (unos más que otros) que se rigen a tientas dando bastonazos, creyendo que solo existe el hoy, y que mañana ya llegará el milagro. Ese día, te agarra el miedo y la desesperanza.

Otros días sueño con políticos y ciudadanos conscientes de la enorme desigualdad en que vivimos, y confío en las soluciones que nos darán esos algoritmos reflexionando por nosotros (en vista de que nosotros no lo hacemos), a pesar de que la ciencia aún no las haya resuelto. Y con alegría creo leer que, en el programa político de todos los partidos, en primer lugar, se hable de la dignidad humana, de la equidad, de la justicia, de la cultura, de dejar de cercar la naturaleza y a las especies que en ella habitan y que tanto necesitamos... etc.

Como veis, todo queda en buenos o malos sueños.

Sinceramente no veo una única, ni rápida salida a este laberinto de desvaríos.

Vivo el día a día y no pierdo la esperanza en que de uno en uno (decía S. T. Coleridge que “un grano de arena incluye el Universo entero”) al menos, reconozcamos que el que está al lado no es el enemigo, al contrario, son compañeros de este corto viaje que es la vida y serán un medio para conocer otras formas de vivir y hacernos más tolerantes, cualidad indispensable para la convivencia.

También sé que se lograron las democracias luchando por los derechos y la justicia. Soy consciente de que ahora es todo más complejo. Innumerables factores. Entre otros, el marketing y la publicidad que todo lo pueden y todo lo venden. Sé que «nos llevan al huerto». Antes hablábamos de ideas y cambios para un mejor vivir de todos. Tengo claro que la vida digna de los demás nos beneficia a todos. La satisfacción, la alegría, la confianza, también se contagian y esos virus son los que pueden mejorar nuestras vidas y es lo que pretendemos la mayoría. No lo dudo, porque me conviene no dudarlo para no volver al bucle del miedo y el desasosiego.

Mientras tanto, desde este rincón, quisiera seguir agradeciendo la fortuna de vivir en un país en el que aún pasan los camiones de la basura, en el que en los parques se barren las hojas de este otoño, en el que los médicos te reciben en los hospitales, en el que los profesores siguen dando clases en sus colegios e institutos, en el que las bibliotecas siguen abiertas y te prestan un libro y el silencio de sus espacios... etc. Sí, todo es mejorable y bueno es saberlo, para seguir buscando un mundo mejor para todos. Pero bueno es también valorar lo que sí tenemos.

Mientras tanto, quiero, necesito seguir confiando en la vida y hago mía una frasecita de algún sabio oriental que dijo: «Desde mi cabaña, tomando una taza de té, se evitaron todas las guerras». Pura poesía.

Y ya me veis, preparando siete tazas, por si una no bastara.

Suscríbete para seguir leyendo