Desde la marina

Un octubre igual y diferente

Parece que con el paso del tiempo todo cambia, pero hay cosas que, 70 años después, son como eran. Más o menos. Recuerdo que en la ciudad, entonces, para quienes en aquellos días éramos niños, octubre era la escuela con sus monjiles letanías, la bata de rayas azules y blancas, el olor a pupitre, goma de borrar Milán y lapiceros Alpino. Octubre estaba en los goterones que caían de los tejados con las primeras borrascas que llegaban con los vientos de xaloc y mitjorn; y estaba también en los jerséis de lana cruda, a poder ser de Formentera, que conservaban por un tiempo el olor a naftalina y alcanfor de los armarios. Octubre estaba en el desnudamiento de los árboles de Vara de Rey, en la hojarasca seca y quebradiza que arrastraba el viento y en el cierre de puertas y ventanas en las casas porque, de un día para otro, refrescaba.

En octubre, como ahora, las golondrinas desaparecían como por ensalmo, se deshabitaban las calles y con las golondrinas se nos escapaba la bonanza y un tiempo cambiante que engañaba a los viejos se los iba llevando, uno hoy, mañana dos, al cementerio. Los niños, en cambio, nos resistíamos a dejar la calle y seguíamos jugando al corre-corre-que-te-pillo, a piola y a Barrabás surt. El día 12 se celebraba el descubrimiento de América, y la Fiesta de la Hispanidad o de la Raza -¡qué cosas!-, y como era la Virgen de Pilar, en el Cuartel de Azara los guardias civiles cantaban a coro en la Comandancia aquello de «la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa…». El 23 era el Día del Domund, ‘Día Mundial de las Misiones’, y el padre Alberto nos repartía en Sant Elm a los chavales unas huchas para que hiciéramos ‘por los negritos’, eso decía, colecta en la Marina.

Y al día siguiente, 24, subíamos a Sant Rafel de sa Creu porque era la fiesta del santo-patrón y en el pueblo se repartían bunyols i oreietes. Pocos días después, eso tampoco ha cambiado, con las locas paradas de los estorninos sobre la ciudad llegaba noviembre.

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