Tribuna

En los márgenes

Rompo un escaparate. Lanzo una piedra, un adoquín, cualquier cosa que encuentro. Rompo y quiebro la parálisis. Rompo y fulmino la anestesia. Sí, al fin siento. ¿El qué? No me hables de sentimientos. Apártate, quiero romper ese vidrio aún incólume. ¡¡Sí!! Le di de pleno. ¿Por qué vuelves a preguntarme? ¡Yo qué sé cómo me siento! ¿Felicidad? ¿Qué es eso? No pretendas embellecer mis actos. Quiero destrozar. Pisar. Atropellar. Golpear. Estoy solo. Ellos también están solos.

Somos un batallón de solos que queremos romper. Cada piedra lanzada, una descarga. En mi mano una navaja. O una botella rota. No me mires. O sí, mírame. Has tardado tanto en hacerlo. Demasiado. Ahora quiero ver el miedo en tu cara. Pero tú no estás solo, nunca podrás llegar a imaginar todo el miedo que me comido. Toneladas he tragado. Pero ahora grito y golpeo. ¿Para qué? Deja de hacerme preguntas, ya no tengo respuesta. No espero nada. Nada, ¿lo oyes? Solo eso, romper. ¿Odio? Te lo he dicho: no preguntes más.

Condenar a la marginalidad tiene un precio. Vidas malogradas para quien la sufre y decadencia para el conjunto de la sociedad. Los números no dan pie al tremendismo como algunos pregonan, pero sí urgen a la reflexión. De los 3.634 jóvenes entre 14 y 23 años reincidentes, solo un centenar son menores extranjeros no acompañados, pero son los que reinciden más.

No es una cuestión de lugar de procedencia, la causa es el abandono, la falta de referentes y las nulas expectativas. Aun así, en Catalunya abundan los casos de integración. Son los jóvenes tutelados que han tenido la oportunidad de formarse y encontrar trabajo en empresas que han confiado en ellos. Su éxito también es colectivo. Si la ética no es suficiente razón para ayudarles, preguntémonos quién pagará las pensiones de una sociedad envejecida.

Integración o marginación, no hay más. Invertir para ganar todos o ceder ante un discurso antinmigración que solo engrandece el problema. No hay un ápice de buenismo en el asunto, es una cuestión de efectividad. En Italia o en Reino Unido está la prueba, no han conseguido frenar la inmigración, solo envenenar la convivencia. La ultraderecha es la única que sale ganando del discurso del odio, mientras el resto de los partidos, acobardados, quedan lastrados por su incapacidad.

La vía policial y judicial debe cumplir su cometido, pero ella sola no garantizará la paz de las calles. No se puede abandonar a adolescentes en los márgenes de la desesperanza y pretender que brote un plácido y ordenado jardín.

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