Tribuna

El otoño es un regalo

Les sanglots longs des violons de l’automne blessent mon coeur d’une langueur monotone»... ¡Mira tú! Este poema de Paul Verlaine, lo aprendí de memoria con 12 años (cuando memorizar no estaba estigmatizado) y aquí sigue clavadito.

Una no sabe de porqués, pero se quedó incrustado en algún recoveco de mi cerebro. Seguramente ayudaría la cadencia de esas palabras (la traducción del poema, con esa edad, ni la entendería y menos la sentiría) que eran más una gramática musical y la música cala hondo, muy hondo.

Por cierto, hablando de música, el otro día me enteré de que existe un signo musical que se llama calderón. Se representa con un semicírculo y un puntito en medio. Se suele poner en la parte superior del pentagrama e indica pausa o silencio. El tiempo de esa pausa lo marcará el propio intérprete o el director. Señalizar el silencio y marcar su duración. ¡Y esto existe! ¡Me encanta! ¡Me conformaría con aplicarlo en mi propia vida!

(¡Ya me estoy yendo del asunto del que quería escribir y en ello estaba, o eso creía! Tendré que dar la razón a mi amigo Paco, que dice que me disperso. Pues sí. ¡Hay tantas cosas bellas por y con las que distraerte!)

A lo que iba.

No es casualidad que me venga a la memoria ese poema en estos días de otoño, en que la luz ya no daña y puedes abrir bien los ojos y disfrutar las sombras. Floto en un estado de sereno encantamiento, a diferencia del pegajoso verano, que para mí es pura supervivencia. Así lo vivo. ¡qué le voy a hacer!

Ahora, empieza a ser todo real. Ya no tengo que esconderme del gentío, de los ruidos y pelearme por lograr el medio metro de una silla en cualquier local al que he tenido el atrevimiento de ir, soñando con un poco de frescor en esas prometedoras noches de verano. Me vuelven las ganas de ver a los amigos, de ir al campo y contemplar las rojizas hojas de los caquis... Ya nos vamos quedando los que aquí vivimos cada día. Todos los días del año. Ahora empieza lo bueno y en esta navegación el viento es favorable. Basta con deslizarnos por encima de las olas y dejarnos llevar sin temor al griterío o a la confusión de si íbamos o veníamos. Gozar con cualquier minucia y detenerte sin ninguna prisa. ¡Qué placer!

También podemos quedarnos en casita para ser, simplemente lo que somos. Como decía Lao Tsé, «sin abandonar mi casa, conoceré el mundo entero». ¡Ahí es nada! Es seguro que todo no lo conoceré, ni nunca lo pretendí y además sería imposible, pero reconoceré que mi casa es también mi patria, porque «tu patria, es cualquier lugar donde te encuentres bien» y estoy de acuerdo con esa máxima de Cicerón. Así, sin más. Sin rumiar (y menos discutir) si soy de aquí o soy de allá. Hay muchas más cosas importantes en las que ocupar el tiempo. Tengo claro que ya hace muchos años elegí esta isla como domicilio y la disfruto, insisto, sobre todo en otoño.

Aquí está mi patria y total, mi credo lo sostengo más en lo que los humanos tenemos en común, que en lo que nos diferencia. Por ejemplo, crear belleza, tener compasión, hacer justicia... Sí, existe todo lo contrario y bien lo sabemos, pero en esta oda a mi otoño reina el optimismo y la esperanza, y, sobre todo, me silencia para escuchar mi propia voz y la de todos, haciendo también mía la frase de Montagine: «Todo hombre es mi compatriota».

Y así lo vivo, y ‘este buen rollito’ me lo proporciona el esperado otoño. Viviendo las pequeñas cosas y soñando con las más grandes e inaccesibles, que también es otra forma de disfrute.

Pues así es mi otoño: necesariamente inútil y por ello, muy placentero.

«Recordad que las cosas más bellas del mundo son las más inútiles: los pavos reales y los lirios». Frasecita de Oscar Wilde.

Le tomo la palabra y voy a seguir ampliando esa lista. ¡Un buen plan para este otoño!

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