Menos loVox, Caperuprohensita

Es lo que pasa cuando le abres la puerta al loVox. Que entra. Y acaba con todo. Aunque tu intención sea sólo entornar un poco el batiente para que te enseñe la patita. Te ha repetido mil veces desde el otro lado de la cancela, que ya no es carnívoro, bueno, sólo un poco, y tú vas y le dejas entrar. Marga Prohens tiene al lobo en casa. No sólo lo dejó entrar, es que le abrió la puerta de par en par. Sus ansias por ocupar el Consolat de Mar la cegaron. Donde buena parte de los demás distinguíamos una clarísima y amenazadora zarpa ella prefirió ver una mano tendida. Le abrió, le tendió la alfombra azul y compartió su afición por devorar la lengua propia. En plena vorágine catalanívora, con las fauces chorreando la sangre de todas las ces trencades de la sanidad, con las de la función pública temiendo acabar como las siete cabritillas, el loVox se revuelve. Muestra su colmillo brillante y afilado a la presidenta, que fue la que, inconsciente, le abrió la puerta. Una insensatez imperdonable. Por más rebosillos que luzca. Defender la cultura de estas islas no es vestirse con un traje típico un día de fiesta. Defender la cultura de estas islas hubiera sido no abrirle la puerta al lobo, que anda retorciendo y enredando. Salivando. Trinchando la lengua en trocitos pequeños, para engullirla mejor. «Qué colmillos tan grandes tienes, aVoxlita». «Es para deslenguaros mejor». Menos loVox, Caperuprohensita.

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