Nostalgia del verano

El verano ya está definitivamente finiquitado. Las clases empiezan mañana, el lunes que marca la frontera real entre el fin del estío y el inicio del otoño, mucho más que la fecha que establece la astronomía. Es mañana cuando cambia la vida diaria de la mayoría de nosotros, con la vuelta a las aulas, a las actividades extraescolares, los madrugones, la yincana diaria para llegar a todo, la multiplicación de obligaciones, ese olor a nuevo y a fresco del inicio del curso. El otoño ha llegado sin que sepamos bien cómo, porque nos ha faltado verano para ir a la playa, para flotar en este mar de aguas transparentes y calmadas, para contemplar atardeceres y sentirnos turistas en nuestra propia tierra: para mirarla con ojos nuevos, como si fuera la primera vez, con la atención y la ilusión de quien viaja dispuesto a descubrir otros rumbos y otros horizontes. Cientos de miles de personas procedentes de todo el mundo eligen cada año nuestra pequeña isla para vivir en ella una desconexión inolvidable. Redescubrir Ibiza como turistas enamorados es una sensación impagable. Y más ahora, cuando vamos recuperando los espacios, cuando empieza la temporada de caminatas y dejamos atrás las olas de calor asfixiante. Pero, pese al encanto del otoño en Ibiza, ya siento nostalgia del verano.

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