Para empezar

El teatrillo y la mandanga

Hace unas semanas, nos convocaron a la prensa para inmortalizar una patrulla callejera de la Guardia Civil por Sant Antoni. Las fotos eran intimidantes: agentes con semblante serio, armados, avanzando con aire marcial por las calles del West. Un par de días más tarde asistí a una fiesta en la playa de s’Arenal y no vi a ningún agente uniformado, pero sí a una multitud de vendedores de óxido nitroso. He vuelto varias veces -siempre por motivos de ocio- y no he visto ni rastro de la policía, y sí una omnipresencia de vendedores de gas de la risa que se dedican a su negocio con total tranquilidad. Este comentario no es moralista ni voy a reclamar mano dura. Creo que la ebriedad es necesaria -eso ya lo sabían los antiguos griegos- y soy partidario de la legalización de cualquier tipo de estupefaciente. La primera vez que entré en una discoteca en Ibiza, había expendedores de gas de la risa y no pasaba nada. Lo que sí me sorprende es el contraste entre el teatrillo oficial que nos organizan para los periodistas y luego la realidad, que dista a años luz. Aunque de hecho, esto no deja de ser un maravilloso ejemplo del pragmatismo ibicenco. Por un lado, arrobo ante los uniformes, pero por el otro, comprensión ante la ebriedad, y como decía el Fary en el videoclip de ‘La Mandanga’, «si a los chavales les camela darle un poquito a la mandanga, ¡déjales que se diviertan!».

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