El aeropuerto de Mortadelo

El pasado sábado, a los 87 años, nos dejó el maravilloso dibujante Francisco Ibáñez, creador de Mortadelo y Filemón, Rompetechos y el Botones Sacarino, entre otros hilarantes personajes, y la persona que más me hizo reír durante la niñez. Recuerdo especialmente la portada de su especial ‘En marcha el Mundial 82’, que resume la esencia del despiporre de la obra pública en nuestro país y que, 40 años después, tiene plena vigencia. En ella aparecen en lo alto de un graderío Mortadelo, disfrazado de obrero de la construcción, y Filemón. El segundo, como casi siempre, abronca al primero por el desastre que acaba de cometer en la construcción del estadio de fútbol.

Desde la posición donde se sitúan ambos personajes, se observa una perspectiva completa del campo, cuya primera mitad es plana, mientras que la otra tiene una pendiente tan extrema que los obreros tienen que escalarla para terminar los remates. A ese lado del rectángulo de juego, hasta las gradas están inclinadas. Mortadelo no acepta las críticas y señala al plano con el dedo índice, como echándole las culpas al arquitecto. La mitad del papel está plana, pero la otra aparece desnivelada, al estar apoyada sobre unos ladrillos. Pura genialidad. Por supuesto, no falta la rata en paracaídas a punto de lanzarse desde una viga, la tortuga armada con un cañón en el caparazón a modo de tanqueta y una cabra dando brincos en lo alto de una grúa, a lo lejos.

Me imagino a Ibáñez en la otra vida, compartiendo mesa de dibujo con José Escobar, el creador de Zipi y Zape, mano a mano, caricaturizando su propia versión de la invasión al aeropuerto de Ibiza por parte de cuatro activistas de Futuro Vegetal y Extinction Rebellion. Se saltaron todos los controles de seguridad y accedieron a la zona de jets privados, pintarrajeando uno de ellos de amarillo y proclamando mediante una pancarta este mensaje a los ricos: «vuestro lujo es nuestra crisis climática».

No me cabe duda de que ambos dibujantes aportarían a la historia sus propios personajes. Escobar, por ejemplo, situaría a Zipi y Zape sobre las alas de la avioneta y con un bote de espray en cada mano, en el papel de imberbes activistas, mientras que Mortadelo y Filemón desempeñarían el cargo de responsables de la seguridad aeroportuaria, teniendo que salir corriendo a por los infractores. Tras ellos, el Súper, mandamás del aeropuerto, hecho una hidra y profiriendo pestes por su incompetencia.

Y es que las cosas que ocurren en es Codolar realmente son de Mortadelo y nadie con autoridad en AENA parece decidido a ponerle remedio. Después de la zigzagueante pista americana a la que nos vemos abocados los viajeros para acceder al control de seguridad previo al embarque, el minucioso control de ordenadores, móviles, cinturones, líquidos, botas, sombreros, tabletas, ordenadores, discos duros, relojes, bisutería, etcétera (sácalo todo y vuélvelo a meter sin que se te olvide nada), y no digamos ya la pobre gente que viaja con carritos y niños y que sufre un verdadero martirio, lo mejor de todo es descubrir los pormenores del minucioso y brillante plan ideado por estos ecologistas instagramers para romper la seguridad del aeropuerto cual terroristas chiíes: rodearon la valla hasta detectar un agujero bien grande y luego volvieron de madrugada, limitándose a cruzar por allí. Media hora tardaron las fuerzas de seguridad en presentarse a detenerlos, según informó la muchachada. Ni la TIA lo supera, oiga.

En una semana, dichos activistas han vertido chorros negros sobre las cerezas rojas de la discoteca Pachá, han tintado de rojo un Lamborghini verde, han invadido el Blue Marlin con pancartas hasta ser sacados a rastras por los del pinganillo y han manchado la popa del megayate de la heredera de Wallmart. Esperemos, por cierto, que toda esa pintura que cayó al mar en esta última acción fuera ecológica porque tendría mucha tela que estos jóvenes, ávidos de protagonismo, cometiesen las mismas tropelías que pretenden denunciar. Si querían la atención de la gente, ya la tienen, pero resulta muy cuestionable que su mensaje a golpe de gamberrada vaya a calar en una sola persona que no esté ya mentalizada sobre la cuestión. Muy al contrario, es probable que consigan el efecto contrario.

Su travesura aeroportuaria, sin embargo, ha rizado el rizo del desastre en cuanto a la gestión de la terminal, confirmando algo que podíamos suponer pero que no sabíamos con certeza: que el aeropuerto, además de estar saturado por las obras desde hace años, ser un caos de tráfico con un chiringuito en mitad de los carriles de acceso, provocar lipotimias por insuficiente aire acondicionado y estar empapelado de anuncios hasta el extremo más bizarro, cuenta con una seguridad de chichinabo.

En fin, descanse en paz mi querido Francisco Ibáñez y gracias por tanto. En esta Ibiza de hoy habrías encontrado la mejor inspiración.

@xescuprats

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