Lo que tiene mérito

Hoy he recordado aquella frase de la película Pretty Woman: «¿Y tú hasta cuándo estudiaste? Hasta el final», contestaba un Richard Gere en la cima de su carrera a una Julia Roberts que casi nos hace creer que la prostitución es una profesión con futuro.

Y me he acordado porque en estos días se suceden las celebraciones de final de curso, las graduaciones, las menciones de honor y las calificaciones de la ebau ¿evau, PEvAU…?, y porque veo que ahora es costumbre celebrarlo todo en el plano académico, desde acabar la guardería, pasando por el fin de primaria, el título de la ESO…

Como si cada minúsculo paso mereciese ser proclamado a bombo y platillo. Supongo que, habiendo bajado tanto el nivel en educación, subir un lógico y no especialmente meritorio escalón se considera un triunfo, cuando a lo mínimo a lo que hay que aspirar es a todo. A llegar hasta el final desde el principio. Decía aquél que la mayor tentación humana (muy difícil de vencer) es aspirar a demasiado poco.

Sin embargo, esta semana se gradúan mis alumnos y ese sí que es un logro que hay que valorar. Imaginen que, por las circunstancias de la vida, ustedes no hubieran podido estudiar. No digo estudios superiores, sino lo básico, la ESO; no han estudiado porque han tenido que ponerse a trabajar, porque tuvieron una adolescencia complicada, porque no frecuentaron (o no lo fueron ustedes mismos) buenas compañías… por la razón que sea. Y de pronto han llegado a los 20, 30 o 40 años sin contar con una formación reglada. Y tienen la entereza, la necesidad o la valentía de decidir que es el momento, que quieren mejorar sus vidas y que toca volver a los libros, a las reglas de tres, a la Historia y al what’s your name.

Hay diversas motivaciones para ello; desde la necesidad de un título para solicitar un trabajo, hasta la vergüenza de que tus hijos necesiten ayuda académica y no puedas dársela.

Y regresan a las aulas y se dan cuenta de que la vida no para ni baja de revoluciones, y que hay que seguir llevando a hijos a clase, yendo a la compra, pagando facturas… y ¿saben qué? Que se arrepienten enormemente del tiempo perdido, pero a la vez valoran infinitamente todo lo que aprenden, cada prueba que superan, cada asignatura aprobada. Se sienten válidos y con capacidad de seguir aprendiendo, y después de dos años, con una titulación bajo el brazo.

Les he visto empezar con titubeos, desesperarse, querer renunciar, empeñarse, superarse… y llegar hasta el final. Por eso esta graduación la considero también mía, porque han recuperado la autoestima, se sienten menos incultos y pueden plantearse a optar a algo mejor en sus vidas.

Así que hay pequeños pasos que no son el final, sino el comienzo, por tarde que se haya comenzado. Porque nunca es tarde.

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