TRIBUNA

La vida instrucciones de uso. Una relectura

Begoña Pardos

Begoña Pardos

Empezamos bien! ¡Vaya título! Me explicaré. Érase una vez, hace bastantes años, que leyera el libro de Georges Perec ‘La vida instrucciones de uso’.

Seguramente, a mí también me desconcertaría el título (y toda su lectura) porque si algo sabemos del vivir, es que es un camino ignoto, no señalizado, por lo que hacer un manual de uso, sería incoherente y casi seguro, bastante inútil ponerlo en práctica.

Casualidades de la vida (que solo al final del libro pude entender) han hecho que lo releyera.

Hace pocos meses, han publicado otro libro de este enorme escritor y, volví a ojearlo porque hay lecturas y lecturas, y mi mala memoria borró la vida de las decenas de personajes que describe, como me sigue pasando con otros tantos libros.

En aquella primera vez, el Distrito 17 de París, las calles de la Plaine Monceau, los inmuebles de las calles De Chazelles, Pronic... etc, no me dijeron nada especial. Una zona (maravillosa, por cierto) más de París.

Pero resulta que años después, en un mes de agosto, viví en una de esas calles, en uno de esos edificios.

Sin saber realmente el porqué, el libro me atrapó desde la primera página y no lo dejé hasta el final, releyéndolo con auténtico gusto y sin duda, ya fue otra lectura.

Misterios que puede regalarte una relectura, o también volver a escuchar una canción escuchada mil veces, o...

Pero volvamos al libro.

El texto era el mismo. Pero yo ya no era la misma.

Sabemos que releemos poco y no dudo que entre otras cosas sea por falta de tiempo, o simplemente porque pensamos en todo los que tenemos aún por leer. Siempre hay varios motivos en la toma de decisiones.

Heráclito dijo: «Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos». Tal cual. Este libro ya fue otro muy distinto al que leí la primera vez. Releer es casi un palíndromo y como en la vida misma, hay juego de espejos (y espejismos) porque la luz nunca se refleja en los mismos ángulos, con los mismos brillos...

Es un libro especial, en el que no se espera impacientemente un desenlace, ya que el final es el de todo ser humano y de lo que habla es de la vida de cada uno de los habitantes de ese edificio, incluyendo sus trasteros, porterías, pasillos... etc.

No es un libro nostálgico porque habla en presente, sin moralinas, sin juicios, sin pathos, sin puertas de salida o entrada a la felicidad. Un libro épico.

Son brillantes descripciones de esas vidas y sus pertenencias, sus ‘cosas’, con tal riqueza de detalles, con tan afilada precisión, que casi mejor tener un diccionario al lado, al menos en mi caso fue así.

Para Georges Perec, los objetos son casi tan importantes como los propios personajes, fundiéndolos en una misma cosa. Efectivamente, ‘las cosas’ nos sobreviven y muy a menudo es lo que queda de nosotros.

(¡Buf!, que me lo digan a mí, que a veces guardo en la vitrina algunos cacahuetes por la belleza de sus cáscaras... y mejor no seguir por aquí, porque no acabaría nunca este escrito).

Llegué a la página 633 y reconozco que fue una liberación. No entendía el porqué, pero sabía que en el fondo me liberé a mí misma de seguir viviendo en ese inmueble. Yo me había convertido en un personaje real, uno más que habitaba la planta quinta.

Bajé feliz las escaleras y cerré la puerta detrás de mí.

Entendí bien a J.L. Borges cuando dijo aquello de que «la peor pesadilla para mí sería ser Borges por toda la eternidad». ¡Pues no te digo ser Begoña eternamente! ¡Qué aburrimiento!

Pero reconozco que leer nos libera, que leer es pura magia, juego de iridiscencias que nos saca de nosotros mismos, o nos acerca demasiado, como me ha sucedido en este caso; depende de la lectura que hagamos y eso es un regalo y siempre un misterio.

¡Feliz día de Sant Jordi! ¡Que no nos falten nunca libros a los que echar mano, a los que acaricias y seguir leyéndolos con auténtico gozo!

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