Tribuna

Ocio, expropiación de playas e inacción política

Pepe Roselló

Pepe Roselló

Después de dirigir la resistencia francesa contra los nazis y restablecer la democracia en Francia, el general Charles de Gaulle pronunció unas palabras que han quedado para siempre en la historia: “La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”. No consideraba, en consecuencia, serios ni de fiar a los políticos y, aunque entre ellos hay excepciones notables, los hechos suelen darle la razón.

Cuando los políticos no solucionan los problemas, los ciudadanos quedamos sumidos en la indefensión, sentimiento que empeora si se les había prometido lo contrario. Es la misma sensación de angustia e impotencia que nos embarga a todo el colectivo del ocio nocturno, al ver transcurrir una legislatura tras otra sin que nadie ponga orden ni concierto en nuestro sector, tras la grave intromisión de un ocio diurno que, amparándose en un vacío legal creado por determinados políticos, ha convertido chiringuitos y hoteles en beach clubs, que a su vez actúan como discotecas, aglutinando todo el público de día y alargando su actividad por la noche, secando de clientes al resto.

El asunto está en manos del Consell Insular d’Ibiza, que es quien tiene las competencias regulatorias, pero con su inacción ha permitido la instalación de un corporativismo del ocio diurno dominado por hoteleros y grupos foráneos en su mayoría, que condiciona la supervivencia de otros sectores que sí compiten con lealtad en el sector turístico. Aquello que en un principio podía parecer un acto puntual ha terminado desestabilizando el mercado del ocio por completo, generando una Ibiza distópica, agravada por la incompetencia y complacencia de nuestros variados partidos políticos, ausentes ante el descalabro que las empresas del ocio nocturno venimos padeciendo por la competencia desleal que ejerce el diurno.

La transformación social y ambiental que ha generado su inhibición ha provocado la colonización de la costa por parte de grandes empresarios hoteleros e inversores, que nos han hurtado a los ibicencos un bien que todos presumíamos como propio: el uso y disfrute de las playas, la costa y el mar. Allá donde chiringuitos y hoteles se han transformado en establecimientos de ocio diurno, atronando las playas, se ha producido, de facto, una expropiación ambiental a la que todavía no se le puede poner precio, pero cuyos daños son incalculables y que afectan a muchos niveles: psíquico, emocional, sentimental, económico, etcétera.

En ‘Hechizos de mar’, el psicólogo ibicenco Javier Serapio alude a los arrinconados, la reserva compuesta por autóctonos y determinados residentes, que viven tratando de conservar algo de la auténtica Ibiza. Aparte de la dimensión psicológica, el libro presenta otro eje transversal, el gastronómico, y rinde homenaje a bares, restaurantes y pubs míticos de la isla, que, con sus chiringuitos en las playas, ilustraron una forma diurna de interpretar el ocio y saber estar, dando luz y vida a los atardeceres, y continuando después en el puerto de Ibiza, que era el gran punto de encuentro y que también ha sido fagocitado por este ocio diurno que arrampla con todo. Y lo mismo puede aplicarse al centro de Sant Antoni, incluido el West End, afectados gravemente por los hoteles discoteca de los alrededores.

Hasta la fecha, ningún político ha querido afrontar, con decisión y cordura, el fondo del problema: la música en los clubes de playa, así como su definición, competencias, horarios y aforos. La música puede ser de ambientación, que acompaña, o de animación, que ya requiere la participación activa del público. En salas de fiestas, discotecas y cafés conciertos, la actividad y la música están reguladas por ley, especificando sus funciones, aforos y horarios. Muy al contrario, a los clubes de playa, que introduce la Ley Turística de 2012, incluyéndolos en el mismo capítulo que al resto de establecimientos de ocio, les cede, por su cercanía al mar, el alquiler de hamacas, venta de productos, etcétera. Pero, en ningún momento, a diferencia de los otros tipos de establecimientos, les concede derecho a actuaciones musicales.

Sin embargo, es obvio, que, a pesar de esta falta de definición, se ha producido un desplazamiento de las actividades musicales de entretenimiento hacia las playas. El periplo se inició en los hoteles de Platja d’en Bossa, blindados y amparados por el Ayuntamiento de Sant Josep, con el silencio cómplice del Consell Insular, cuando ni siquiera se había acometido el enjuague de la Ley Turística que estableció un vacío legal que ha permitido su supervivencia. Nacieron siendo completamente ilegales y nadie osó parar la injusticia, extendiéndose como un chapapote por toda la costa.

El ocio nocturno, que sí está regulado, debe competir con un ocio diurno aún indefinido y que, como mínimo, debería afrontar lo mismo que soportan quienes trabajan por la noche: horarios de apertura y cierre, y aforos específicos. Si el ocio nocturno abre a las 22 horas y las discotecas cierran a las seis de la madrugada, el diurno debería acabar con la puesta de sol y no como ahora, que se alarga hasta la madrugada, confundiendo el horario de la actividad como restaurante con el que emplea como discoteca de facto. A ello hay que aplicar otro concepto fundamental que la Justicia ya ha dejado claro: el aforo de estas actividades complementarias que introduce la Ley Turística de 2012 nunca debería superar al de la actividad principal. Si un hotel tiene 400 plazas y un restaurante 200 comensales, éste debería de ser el máximo de clientes para todas las actividades que se desarrollen. Sin embargo, el Consell Insular sigue sin desarrollar este trabajo regulatorio, saltándose sus obligaciones.

Es probable que en estas fechas preelectorales, los partidos minoritarios que compiten incluso con los grandes, empujados por la obligación ética de clarificar tanta laguna y vacío legal, se decidan a abrir esta caja de pandora, que tantos daños y males oculta, con un debate que sí es esperado y está muy vivo en la sociedad ibicenca. Incluso que se comprometan en buscar una solución al problema que nos ocupa y a todos afecta, al margen de lo que ha venido siendo y repitiéndose durante estas tres últimas legislaturas, donde ha predominado el silencio tanto por parte de los populares como de los socialistas. Imagino que son conscientes de que abrir este melón, atiborrado de información y renuncias, puede generar y arrastrar a las urnas a cientos o miles de votos que ahora no se contabilizan y están latentes. ¿Alguien piensa coger el testigo o van a acabar dándole la razón al general de Gaulle?

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