Tribuna

Pisamos sobre cielo incierto

Paula Malugani Malugani

Paula Malugani Malugani

El mes pasado, en el Club de lectura de Santa Eulària, tuvo lugar una reunión alrededor del Petit Prince. Esa pieza única y millonaria de la poética universal, que nos dejó el aviador, antes de perderse por las ramas del cielo. En un misterio tan insondable que le habrá sido imposible desobedecer. Probablemente en busca de su amigo. Posiblemente porque es tan triste olvidar a un amigo…

En esta ocasión, el Club de lectura que coordina Lluís Ferrer Ferrer, y que funciona con más de una veintena de integrantes, iba a sumar la especial presencia de Maite Ferrer Ramón. Maite es una enamorada de este hombrecito con los cabellos de trigal y oro y es dueña de una colección preciosa de ejemplares de este libro, en los más variados idiomas, formatos y colores. Incluso en letras que no habría imaginado que existiesen, ni sabría cómo hacer sonar. Ella vendría cruzando el agua. Directamente desde su isloide, hecho de sal y turquesa. Ese país de la Formaentera, donde aún juegan azules las lagartijas, esos seres mágicos que dan estabilidad a la permanencia de lo fugitivo. Que tienen el súper poder de reinventarse la cola si hiciera falta, si la perdieran. Haciendo de la falta una posibilidad.

Vaya a saber qué cuentas haríamos nosotros en nuestra isla, cuando fuimos perdiéndolas una a una, hasta darnos cuenta de que no quedó ninguna…

Le hacían brillar al tiempo una estela más festiva. ¿Qué relámpago color de luna, qué árbol sería ese baobab imposible, que escondía semillas de serpiente y nos las hizo desaparecer del bosque? Ellas que eran memoria y símbolo. Ahora cultivamos 5000 serpientes, en un jardín, que se han comido todas las rosas y nos dejaron las espinas.

Pero hablábamos del muchachito con la risa cascabelera, de Maite que venía de la Mola y traía una parte importante de sus juguetes, una muestra especialmente elegida para iluminar la noche de la Villa del Río. De algún baobab de papel que escapando de la página no nos volcara el mar. Del tacto de una voz en braille que nos interrogara sobre la importancia de la guerra entre los corderos y las flores.

La tentación pudo conmigo, me pareció reconocer aquella estrella. Apareció esa sed de volver a la fuente y leer. Conseguí la contraseña y me colé en la fiesta. Lluís entregó al grupo las llaves necesarias para acceder al texto cuando apuntó que más que para ser entendido, era un libro para leer con el corazón.

Casi podría afirmar que el libro que me inauguró como lectora fue ‘El Principito’. Hace de eso más de 40 años y aún viaja conmigo aquel mismo ejemplar. Hemos cruzado mares, hemos pasado juntos de siglo. Los subrayados primeros y todos los sucesivos… Aprendí de memoria paisajes enteros. Aprobé un examen final de francés, en el bachillerato, sin tener ni idea, gracias a haber hecho ‘intuitivamente’ una traducción sumamente precisa del capítulo del encuentro con el zorro, uno de mis favoritos.

Fue desde la primera lectura un amor irreductible, profundo. Una responsabilidad en los parasiempre de los lazos creados. Un libro como una flor que se abre y, si afinamos la escucha, nos puede enseñar a leer. Hay en esa historia una especial manera de mirar, de pensar el mundo… Un singular modo de amar.

Volví a navegar esas páginas, ahora, después de los años. Lo leí con la emoción intacta de los encuentros inaugurales. Descubrí nuevas verdades enredadas en esa ensoñación poética del relato.

Me sorprendió el cuidado y la disciplina en el aseo personal y en el de su diminuto planeta. Su constancia con no dejar crecer ninguna mala hierba. Se sabe que una semilla duerme en el secreto de la tierra hasta que se le ocurre despertar, y que hay algunas terribles que podrían incluso hacernos estallar la casa, por eso hay que tener cuidado. Hay que soñar despacio. Pisamos sobre cielo incierto. Nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte un cordero que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa.

Atravesar un umbral es dejar algo atrás. Hoy bajo la misma estrella, resuena en el eco de su voz, esta nostalgia del amor perdido.

«Hay un planeta donde hay un señor carmesí, jamás ha aspirado una flor, jamás ha mirado una estrella, jamás ha querido a nadie! La guerra de los corderos y las flores, ¿no es algo más serio e importante que las sumas de un señor gordo y rojo?»

Antoine de Saint-Exupéry

Paula Malugani | Psicoanalista

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