‘Anormalizar’ la corbata (o cuando la única mujer de la mesa protesta)

Meritxell M. Pauné

Meritxell M. Pauné

Una servidora fue testigo este febrero de una escena entre surrealista y paradigmática, en un encuentro entre empresarios y políticos donde la mayoría masculina era abrumadora. En una mesa de ceremonia conversaban una docena larga de personas: solo había tres mujeres en la sala, de las cuales solo una sentada en la mesa y tomaba apuntes, mientras la segunda hacía fotos y la tercera servía los cafés.

Aunque diga el viejo tópico que el periodista debe ser invisible en las coberturas, tuve que levantar la voz para hacer notar la ausencia total de paridad. La escena sorprendente no fue el toque de atención, sino la reacción que suscitó. El político invitado afeó al empresariado la falta de mujeres y se llevó como respuesta que él mismo era un hombre y había venido acompañado por dos asesores del mismo género. Touché. Ambas partes aseguraron que era un accidente, que sí que tenían mujeres en sus directivas y equipos. Unas risas, y a seguir.

En la siguiente reunión había alrededor de una cuarta parte de mujeres en la mesa. Y se subrayó en las presentaciones, como un mérito. Casualidad o no, los cafés aquél día los sirvió un hombre. Cayó alguna bromita sobre el físico de un asistente masculino, nada fuera de lugar, pero que me hizo pensar en la prueba del algodón feminista: imaginar la misma situación con mujeres. Las muestras de camaradería y las batallitas al estilo cuando-hacíamos-la-mili no son imaginables en un colectivo mixto –ni falta que hace– porque no formamos parte de la camarilla metafórica que origina esta complicidad jocosa. Porque las mujeres no estábamos presentes en esos espacios juveniles.

No es la primera vez que me veo en minoría absoluta de género en una reunión. Como periodista, como responsable de un medio, o como vecina simplemente. Desde que me sumergí en la crianza me pasa también lo contrario bastante a menudo, con salas de espera médicas, asesorías virtuales e incluso cafeterías a la hora de salir del cole en las que solo hay mujeres. Aunque cabe decir que noto un cambio más esperanzador en estos espacios, donde cada vez hay más hombres liderando los cuidados o asumiendo con normalidad su parte. El avance no es tan rápido en la vida profesional, lamento constatar.

Levantar la voz no cambia per se la composición de las mesas presidenciales ni las colas del pediatra, pero desnormaliza estas situaciones. O dicho al revés: anormaliza la desigualdad de género porque es una anomalía en una sociedad en la que las mujeres somos la mitad de la población. En esas estamos, aún, subrayando evidencias. Pero vamos a ello, que hemos recorrido mucho camino pero todavía nos queda mucho por andar.

Si se ven en una situación de estas, repitan conmigo:

yo anormalizo,

tú anormalizas,

él/ella anormaliza,

nosotros/as anormalizamos,

vosotros/as anormalizamos,

ellos/ellas anormalizan.

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