Opinión

Feliz en la infelicidad

No era capaz de dejarlo, era feliz en mi infelicidad». Son las palabras que ha pronunciado esta semana una víctima de violencia de género en un acto de reconocimientos a quienes luchan contra ella. Ese es el quid de la cuestión. Las víctimas no son tontas ni masoquistas, no les gusta el sufrimiento, lo que necesitan es mucha ayuda sicológica para ver lo que su situación no les permite con la claridad que lo hacemos los que estamos fuera.

Una vez conocí en profundidad la historia de una víctima. Lloraba porque la había dejado su novio. Supe entonces que la maltrataba y que incluso había pegado a uno de sus hijos. Escuché su relato, vi fotografías y la animé a denunciar. Ya lo había hecho antes, pero siempre se había retractado. También lo hizo esa vez, incluso recibiendo apoyo sicológico, decía que le quería y, sin estudios ni trabajo fijo, no sabía qué sería de ella.

Me encontré un muro casi imposible de franquear, una ceguera sorprendente ante lo que le estaba ocurriendo. Llegué a pensar que quizás alguna vez tendría que escribir sobre ella y no para bien, pero me equivoqué y, a día de hoy, todavía siguen juntos. ¿Será feliz?

Dice la policía que muchas víctimas no son conscientes de estar sufriendo violencia de género y estoy de acuerdo, al menos no lo ven con tanta claridad como los que no estamos inmersos en ella. Dicen también que les falta información sobre los recursos que tienen, las ayudas que pueden recibir.

Cuando tienen hijos todo es más difícil porque precisamente por ellos evitan denunciar cuando precisamente por ellos deberían hacerlo. Pero ojo, lo primero es no juzgar. Desde fuera se ve todo más fácil y, en muchos casos, el entorno se desentiende de la situación, bien por frustración ante la inacción de la víctima o porque es más fácil mirar hacia otro lado y decir eso de no es mi problema.

Sin duda las víctimas necesitan mucha ayuda sicológica para resetear su mente y darse cuenta de que la felicidad del infeliz no es felicidad real. Y sin duda necesitan toda la ayuda posible del entorno, de la familia, del vecino, del profesor de su hijo, del panadero al que todos los días compra el pan...

Cuantas más personas intenten ayudarlas más será posible entre todos romper ese muro que tienen ante sí y no les deja avanzar. Si no quiere la ayuda, da igual, seguimos en la lucha. Será difícil sí, pero si alguien lo merece son ellas.

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