Opinión | Tribuna
La risa tonta
No tardaron en pedir disculpas. No quedaba otra. Las risas en un programa de RNE, a cuenta de cómo se pronunciaría una u otra serie en catalán, les quedaron definitivamente tristes. Fue de esas mofas que solo descalifican a quien las lanza. Por ombliguismo, por ignorancia, por ranciedad. En Corea del Sur se deben de estar riendo todo el día repasando los nombres que se han dado en el resto del mundo a ‘Ojingeo Geim’ (‘El juego del calamar’, en castellano. Jajaja. Me parto). Ahora que andamos analizando las virtudes y las lacras del nuevo decreto de educación -ese difícil equilibrio entre combatir el abandono escolar y no devaluar el esfuerzo- sería un buen momento para incluir en el temario escolar las diferentes lenguas que se hablan en España. No se trata de dominar el catalán, el euskera, el gallego o el aranés. Bastaría con conocerlos lo suficiente para valorarlos y respetarlos. Para considerarlos una riqueza y no un capricho, menos aún un arma arrojadiza. Para saber que forman parte de los afectos de tantos, que son motivo de orgullo y sinónimos de identidad, memoria y futuro. En definitiva, conocerlos lo suficiente para no seguir haciendo el triste con bromas sin ninguna gracia.
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