Opinión

El Gobierno, la TIA y sus secretos

Pasa España por ser un país de chismosos, razón por la que probablemente los secretos de Estado tienen aquí un carácter indefinido. Pero eso se va a acabar. Cincuenta años o medio siglo -que suena más largo- permanecerán bajo llave los secretos hasta ahora eternos, según los planes que maneja el Gobierno para ponerles fecha de caducidad.

Muy graves han de ser esos datos confidenciales si a tan largo plazo se fía su salida a la luz. Cierto es que aún existen no pocas zonas de oscuridad sobre el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o la guerra clandestina contra la ETA, por poner dos ejemplos más o menos recientes. Pero tampoco esas cuestiones -por delicadas que sean- parecen motivo suficiente para retrasar tanto la información.

La idea gubernamental consiste en ir aireando los secretos según cual sea su grado de protección, bajo el principio de que unos lo son más que otros.

Los más sensibles, clasificados bajo la peliculera definición de “alto secreto”, no podrán ser desvelados antes de que pase medio siglo prorrogable; en tanto que los papeles “restringidos” estarán a disposición del público en cuestión de cinco años. En el medio estarán los “secretos” a secas y los “confidenciales”.

Una de las más interesantes informaciones no desveladas aún es la de saber a qué se dedican, precisamente, los servicios de información del Estado. Sus últimas tareas conocidas -gracias a una filtración- incluían al parecer el seguimiento de las novias del entonces príncipe Felipe y los contactos con cierta amiga entrañable del anterior rey Juan Carlos I.

Son asuntos sin duda trascendentes desde el punto de vista de las revistas del corazón, aunque quizá no tanto para la salvaguarda de los intereses del Reino. De ahí que los más irrespetuosos comparen a estos servicios del Estado con la TIA (Técnicos de Investigación Aeroterráquea): famosa agencia de espionaje ideada por el genial Ibáñez que da empleo a Mortadelo y Filemón.

En estos sutiles negocios de Inteligencia debiéramos aprender algo de nuestra vecina Portugal, república que goza fama de invertir poco o nada de sus presupuestos en espías. Con su afamada sensatez, los portugueses parecen guiarse por la teoría según la cual los Servicios de Inteligencia del Estado representan una contradicción entre los términos. O son inteligentes o son del Estado.

Como quiera que sea, la nueva Ley de Secretos Oficiales parece un tanto ociosa. Guardar un secreto es tarea más bien imposible, según hizo notar hace ya mucho tiempo Benjamín Franklin. El padre del pararrayos y de los Estados Unidos -aunque quizá no por ese orden- mantenía que tres personas pueden guardar perfectamente una confidencia… siempre que dos de ellas hayan muerto.

En el caso particular de España, patria de ‘Sálvame’, nadie ignora, además, que la mejor manera de mantener en secreto un asunto es publicarlo en un libro. Serán muy pocos, si alguno, los que lo lean.

Parece dudoso, en cambio, que el público televidente vaya a abalanzarse morbosamente sobre los secretos de hace medio siglo cuando el Gobierno tenga a bien sacarlos a la luz. Los que realmente importan -esto es: las novias de príncipes y reyes- ya se encarga de filtrarlos antes la prensa rosa.

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