Entrevista | Marga Joaniquet Enfermera del Hospital de Día Oncológico de Can Misses

Marga Joaniquet, enfermera del Hospital de Día Oncológico de Can Misses: «El cáncer se afronta convencido de que lo vas a vencer»

Marga Joaniquet lleva desde 2016 viéndole la cara al cáncer todos los días en el hospital de día oncológico de Can Misses, donde atiende a los pacientes que reciben tratamiento por esta enfermedad, de la que hoy es el Día Mundial

Marga Joaniquet, esta  semana en el hospital de  día oncológico.

Marga Joaniquet, esta semana en el hospital de día oncológico. / Marcelo Sastre

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

«Si volviera a nacer, volvería a ser enfermera», apunta Marga Joaniquet, cuya energía hace pensar que no está tan cerca de la jubilación como afirma. En septiembre, cuando cumpla los 65 años, se marchará del que ha sido el trabajo de su vida: enfermera del hospital de día oncológico de Can Misses. Estudió en la escuela universitaria Duran i Reynals, en Barcelona. Acabó en el 76 —«eso pone el título»— y lleva en ese puesto desde 2016. Lidia con el cáncer, con lo que ello conlleva, a diario. Un trabajo duro, pero el que más le ha gustado de todos los que ha desempeñado. Sobre ese día a día habló el viernes en la mesa redonda de sanitarios de las jornadas ‘Sant Josep contra el cáncer’. Si volviera a nacer volvería a ser enfermera, sí, pero «daría más la tabarra» con los horarios y los sueldos, reconoce.

La mesa redonda llevaba como título ‘Frente al cáncer no estás solo’. ¿Cómo se afronta esta enfermedad?

Pues sobre todo con mucha valentía y mucho sosiego. Y con ánimo, convencido de que lo vas a vencer, si no, se hace difícil. Si no lo afrontas con ánimo no sirve, lo llevas peor.

No debe ser fácil autoconvencerse de eso.

A ver… Todo el mundo está bastante convencido de que puede vencer al cáncer. Porque necesitan creerlo, pero también porque la mayoría de las personas tienen un motivo para seguir adelante. Deciden luchar y seguir. Eso es lo más importante. El que te dice, o ves, que no está muy por la labor, que no está muy animado es porque está un poco cansado. De luchar, de vivir. Los hay, pero son los menos.

Lleva tiempo en esto, ¿ha cambiado la percepción que tienen los pacientes sobre el cáncer?

Sí, sobre todo ha cambiado el tabú sobre los enfermos. Cuando empecé, en 2016, había pacientes que nos pedían estar escondidos, que no les vieran. Ahora ya no. Se ha quitado esa oscuridad que tenía esta enfermedad. Sabemos que hay muchas vías de tratamiento y también muchos éxitos.

¿A qué se debe este cambio?

Creo que se habla mucho más de cáncer, se han descubierto muchos tratamientos y líneas nuevas que están funcionando bien y… porque, la verdad, hay muchos casos.

En la mesa participaban profesionales sanitarios. ¿Se puede hablar de otras cosas o de una forma diferente en un acto así?

Cada uno aporta una visión de su parcela. Yo, por ejemplo, hablo de mi parte, que es cuidar. Y dentro de cuidar, y en este servicio especialmente, interviene la parte anímica. Que tengas ganas de seguir. Que aunque te encuentres mal tengas claro que esto va a pasar, que vas a salir adelante, que un día se habrá terminado el tratamiento y estarás mejor. Que te operarán o te harán radioterapia y mejorarás. A veces, y mira que no me gustan los videojuegos, los asemejo al cáncer. Nos ha tocado una pantalla fea y pasaremos a otra un poco mejor.

Reciben en el hospital de día a los pacientes en tratamiento. ¿Cómo llegan el primer día?

Asustados. Muy asustados. Intento ser muy empática y ponerme en su lugar. Te han dicho que tienes que ir al médico, que te va a dar unos resultados. Entras en la consulta y sales con una espada de Damocles sobre tu cabeza. Más grande o más pequeña, pero el miedo lo tienes. Vienen muy asustados, un poco incrédulos. Y siempre se preguntan «¿por qué a mí?». El primer día no, pero cuando ya nos conocemos un poco les digo que no es sólo a ellos, que se fijen, hay muchos enfermos. Mañana puedo ser yo. No es un castigo. Es una mala suerte, sí, pero no un castigo. Procuramos que se sientan arropados. Insisto mucho en que a partir de ese momento tienen una nueva familia, nosotros. Les digo que cuenten con nosotros cuando lo necesiten, cuando estén enfadados, tristes… Cada uno tiene su soporte, pero si estoy enferma y tú eres mi familiar no puedo volcarte todos mis miedos y angustias. Lo mejor es que lo vuelque sobre alguien sin tanta vinculación, y eso es lo que pretendo que ellos nos consideren.

¿Qué papel tienen las familias en el hospital de día?

La mayoría de las familias son muy participativas. Conocemos perfectamente a quienes les acompañan. No a todos, claro, pero tenemos mucha vinculación con ellos.

¿Hay mitos sobre la quimioterapia? ¿Creencias que deban derribar cuando llegan los pacientes?

Hay mitos sobre terapias alternativas, nutrición… Si te soy sincera, no lo sé. Mira, el otro día vino un señor al que le chifla el arroz, pero ha leído que el arroz alimenta el cáncer y dice que no lo va a comer más. Es un señor muy delgadito. Le dije que bastante tenemos con lo que tenemos, que disfrutara comiendo, lo que le apetezca, lo que le pida el cuerpo, lo que de verdad tenga ganas de comer, porque lo más importante para él es no quedarse sin fuerzas para poder aguantar este pulso.

Marga Joaniquet, esta  semana en el hospital de  día oncológico.

Marga Joaniquet, esta semana en el hospital de día oncológico. / Marcelo Sastre

En un momento así te agarras a lo que sea. ¿Hay aprovechados?

Cambiaría lo de aprovechados por ignorantes. Lo que me encuentro aquí no son profesionales que ofrezcan algo, sino cosas que han leído las familias o conocidos. Vienen con hierbas que quitan los efectos secundarios del tratamiento, por ejemplo. Gracias a dios tenemos una farmacéutica de Oncología y le podemos preguntar si pueden tomar esas hierbas con los tratamientos que se les están aplicando. Hay veces que sí se puede y otras que no. Siempre les decimos que pregunten por todo lo que vayan a tomar. Si te estás poniendo un tratamiento fantástico, pero que te lo hace pasar mal porque tiene unos efectos secundarios importantes, no puede ser que éste pierda efectividad porque nos hemos tomado una hierba. Insistimos mucho en ello, que nos consulten. Luego ya escogen ellos, pero que nos pregunten.

Todos tenemos en mente los efectos secundarios de la quimioterapia. A pesar de saberlo, ¿la realidad es peor de lo que imaginaban?

[Piensa] ¿Sabes qué pasa? Que como no es una cosa exacta... Hoy te puedes poner un tratamiento y sentirte fatal y en un tiempo ponerte el mismo, el segundo ciclo, y no estar tan mal. Hay veces que estás muy pachucho, es verdad. Y luego, en el caso de las mujeres, una de las cosas que más les preocupa es el pelo. Yo que soy muy así, cuando veo que la persona me lo permite, le digo: «El pelo, ¡a la mierda! Ahora tienes que preocuparte por ti. El pelo ya verás cómo vuelve a salir cuando dejes la quimioterapia!». A mí, lo que más me gustaría en su situación es que me hablaran normal, que si me tienen que decir que no es el momento de preocuparme por el pelo, que me lo digan. Nadie, jamás, me ha dicho que le molestara.

Les adoran. Conseguir eso en ese estado...

Sí, lo sabemos. Mucho. Justamente cuando estás tan vulnerable necesitas que te cuiden. Y eso es lo que hacemos aquí.

¿Qué relación se establece entre los propios pacientes?

A día de hoy, hay muchos que tienen muy buena relación. Nosotras, por ejemplo, vemos que empieza una mujer y hay otra que ha tenido lo mismo, con el mismo tratamiento y que está ya de salida, le digo «déjame que te presente a esta señora que…». Creo que eso del mal de muchos consuelo de tontos tiene un poco de verdad. Ver a una persona que ha pasado por lo que estás pasando te puede dar alguna orientación. Sobre todo si está saliendo. Eso te refuerza en la idea de que se puede salir de esto. Antes del covid era diferente. Todos los pacientes se conocían. ¡Uy, el covid! ¡Lo que hizo!

¿Cómo lo vivieron?

Fue horrible. Nuestra sala no es pequeña, pero se nos ha quedado pequeña en sillones. Hay los que hay, pero en el covid había que usar uno sí y uno no para mantener la distancia, así que nos quedamos con la mitad. Fue un desastre. Tengo muy mal recuerdo del covid.

Eran pacientes vulnerables, imagino que se sintieron muy solos.

Venían muy contentos. Era el ratito que salían, llegaban como quien viene al recreo. Estaban esperando que llegara el día del tratamiento. A veces, cuando van a radioterapia y pasan por aquí los vas viendo, pero igual pasaban tres semanas sin verles y los recibías como si hubiera venido un pariente desde muy lejos.

¿Hablan del cáncer entre ellos?

Sí. Se aconsejan, comentan sus experiencias. Hablan del cáncer, sí.

¿En algún momento ha pensado dejar esto?

Me jubilo en septiembre y el día que cumpla los 65, me piro. Reconozco que se me ha hecho un poco duro a veces. Estoy mal de los huesos, me duele la mano, por ejemplo, o el hombro de pasarme el día colgando sueros. Ahora llevo la consulta de enfermería y es lo más duro. Les veo la primera vez, aunque a primera hora hago análisis, pero no tengo la relación que desarrollas cuando les administras el tratamiento. Ahí te ríes, les haces bromas... Ahora veo la parte más dura. Esa primera consulta y luego cuando llegan con los efectos secundarios, cuando se encuentran muy mal. No me gustaría, para nada, acabar mi vida profesional en otro lugar. He estado muchos años en Psiquiatría, sobre todo en infantojuvenil, y fue el servicio que más me ha gustado hasta que llegué aquí. Realmente, mi sitio es éste. Me entiendo bien con los pacientes y, quizás, al ser más mayor que mis compañeras me permito hablar desde otra perspectiva. No me gustaría nada cambiar de servicio.

¿Cuando sale por la puerta es capaz de dejar lo que ve y oye aquí?

Sí y no. Hay un matiz. Y es que Ibiza es muy pequeño y siempre acabas atendiendo a alguien que conoces. La madre de un amigo, un conocido… Y no desconectas del todo. Te llaman: «Marga, perdona que te moleste, pero es que…». Y no desconectas. Con los años aprendí a usar el trayecto al hospital a casa, en el coche, para ir soltando. Ahora no importa tanto porque mi hijo vive en Barcelona, pero a él no tenía por qué afectarle lo de aquí, si a mí me había ido mejor o peor. Es un trabajo que aprendí a hacer y que generalmente funciona, aunque no siempre.

Los últimos años han sido duros con la falta de oncólogos, ¿no?

Sí, nos afectó mucho hasta que comenzaron a venir los oncólogos de Palma. Hay días que, como dice mi compañera Laura, son la muerte a pellizcos. A veces llego a casa y soy incapaz de hacer nada. Algunos días me he pegado siestas de tres horas y a las diez y media de la noche ya estoy durmiendo. Salimos de aquí agotadas. Y no sólo yo. A veces me preguntan que cómo aguanto el ritmo, pues porque debo ser fuerte. Llegaron los de Palma y la cosa mejoró porque la actividad se repartía entre toda la semana, no se concentraba en un día. Ahora que ya tenemos cuatro en activo, mejor. Somos seis enfermeras, bueno, ‘enfermeres’, que ahora tenemos un chico. Pero el ritmo es tremendo.

¿Por qué?

A las ocho vienen todos los pacientes a pincharse para el análisis, todos a la vez. Luego pasan 40 minutos o una hora hasta que el oncólogo ve los resultados para pedir el tratamiento, que se tarda un tiempo en preparar. A primera hora no nos decimos ni hola.

Le ve la cara todos los días, ¿le da miedo el cáncer?

Pues desde que estoy aquí todos los días no tanto. Claro que me da miedo, como a todos, pero estar aquí me ha enseñado no te puedes imaginar cuantísimas cosas. Aprendemos cada día de los pacientes. Todos lo sabemos y lo hablamos, pero cuando llega el momento no sabes reaccionar. Esto lo he aprendido. Me he dado cuenta de que somos un poco tontos porque, nada más nacer, sabemos cuál va a ser la casilla de salida. A veces te comen antes, pero sabemos cuál es el final. Yo lo tengo muy claro. Según el momento en el que te pille te puede dar más rabia o menos, pero… A veces lo pienso. Creo que me quedan años, pero he vivido como he querido, estoy contenta. Me sabría mal por mis hijos, sobre todo por el pequeño, pero no por mí. Esto te lo digo ahora, luego te tienes que ver en la situación. Pero es algo en lo que pienso muy a menudo. La muerte no me da miedo, me da respeto. Te puede saber mal, pero lo tengo asumido.

En el hospital de día oncológico, cuando alguien deja de venir y no porque haya acabado el tratamiento, ¿se pregunta por esa persona?

No. Esa pregunta no se hace. Quienes le conocen ya lo saben. A veces, incluso, nos lo dicen ellos. Mira, la primera vez, hace muchos años, que vino un paciente a despedirse en vida, para mí fue… No pude ni acabar de hablar con él. Me acuerdo perfectamente de quién era. Fue muy muy muy duro. A día de hoy, casi prefiero esto a cuando viene después la familia. Cuando el paciente viene a despedirse, porque pasa a paliativos o le dicen que no se puede curar, todos somos conscientes de lo que estamos hablando, pero cuando viene la familia es un dolor nuevo, una enfermedad nueva, todo el proceso de duelo comenzando. Y no tienes tiempo ni armas para poder ayudar. Lo único que hago es abrazar mucho. Los abrazos son lo más maravilloso del mundo.

Acabemos con algo alegre. Imagino que tendrán visitas de expacientes que se han curado.

Totalmente. Siempre les digo que pasen por aquí. Que piensen que hay gente que, como ellos en su momento, están empezando con el tratamiento y sienten miedo. Queremos que vean que esto se cura, que se sale, quiero que vean lo guapas que se ponen. Te cuento una cosa para acabar con unas risas. Tenemos un enfermero, Xavi, que es muy gamberro. Cuando nos hace una visita una expaciente que está estupendísima, él empieza a llamar a todas y decimos «¡qué pelazo tienes!» para que sepan que el pelo, que tanto les preocupa, les sale otra vez. Y como no se imaginan. Nuevo. Primero les sale el lanugo y luego... ¡Un pelazo! ¡Y el cutis! Se ponen guapísimas. Ellos también, pero ellas...

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