Panadería Can Vadell: cien años entre harina y azúcar

Joan Marí Planells y Josefa Ribas Juan fundaron la histórica panadería de Vila a mediados de 1923

Can Vadell no siempre fue Can Vadell. Cuando, a mediados de 1923, pocos meses antes de casarse, Joan Marí Planells, Juanito Vadell, y Josefa Ribas Juan abrieron su panadería, ésta se llamaba La espiga ibicenca. Es el nombre que tenía el negocio cuando se lo compraron a su anterior dueño. «Pero había otra panadería cuyo propietario tenía los mismos apellidos que mi abuelo y muchas veces se confundían los envíos de harina y otros productos, así que le dijeron que por qué le ponían Can Vadell, que era el segundo apellido de mi bisabuelo», explica Nieves Clapés Marí, la cara más visible de la familia Vadell. Lleva toda la vida detrás del mostrador del negocio familiar, que este año se convierte en centenario.

No está muy claro cuándo fue el primer día que Joan y Josefa despacharon pan en su negocio, en el número 18 de la calle Amadeo de Vila. Algunos en la familia dicen que sobre agosto. Otros, que en abril. La cuestión es que cuando Joan y Josefa se casaron, en octubre de 1923, La espiga ibicenca llevaba unos meses abierta. Antes de eso, Joan, que había trabajado desde pequeño en otra panadería de Vila, Cas Curpet, en el paseo de Vara de Rey, se marchó una temporada a Barcelona para asistir a un curso de panadería. Precisamente de aquella época es una de las fotos en blanco y negro del póster que preside la actual Can Vadell, en la calle Canarias. «Se la hizo allí», comenta Vicente Clapés Marí señalando la imagen, en la que, por un juego de espejos, se ve a su abuelo por quintuplicado.

Can Vadell: cien años entre harina y azúcar |

Vicente Clapés Marí, de niño, durante la elaboración de empanadas / Can Vadell

Las manos con las que señala son las mismas con las que, durante décadas, ha amasado las mezclas para panes y empanadas. Al igual que su hermana, ha pasado la vida en el negocio familiar. «De pequeño dormía entre dos sacos de harina. Luego ya me hicieron un catre», recuerda Vicente. Cuando los hermanos eran pequeños, el negocio se había trasladado ya de la calle Amadeo a la calle Aníbal —«dicho local ha sido decorado con exquisito gusto por el pintor Juanito Palau, habiéndose también montado el horno conforme a las exigencias de la técnica moderna», se leía en la portada de Diario de Ibiza el 1 de julio del 37—, donde tenían también la casa. «Vivíamos arriba y abajo estaba la panadería, con el horno al fondo», recuerdan los hermanos. Sus padres, María Marí, hija de los fundadores, y Joan Clapés, también pastelero, comenzaban a trabajar pronto y era «la señora Catalina» quien se encargaba de prepararles el desayuno antes de acudir a clase. Tanto ellos como sus primos, Juanito, Pilar y Josefa, también herederos, también propietarios y que también han trabajado en Can Vadell, vivieron su infancia alrededor de la pastelería. «Me ponían a fregar en la pica, subida a una silla porque, como era pequeña, no llegaba», apunta Nieves, quien, mirando a su hermano rememora la alegría de sus amigos de infancia cuando quedaban en su casa. «El abuelo los invitaba a todo», indica Vicente, que rememora la imagen del padre de su madre riendo y gastándoles bromas a los soldados del puesto de telégrafos que había cerquita de Can Vadell.

La guerra y el racionamiento

No todos los recuerdos son amables, divertidos, bonitos. No todos afloran envueltos en sonrisas. Joan y Josefa a veces explicaban a sus nietos las miserias de la Guerra Civil, cuando la gente acudía a Can Vadell con las cartillas de racionamiento, cuando no les podían vender más de lo que indicaban las cartillas aunque supieran que no era suficiente, cuando veían a la gente pasar hambre. «A veces no tenían para pagar y lo fiaban», explica Nieves, que rememora cómo sus abuelos les explicaban que la desesperación de las familias era tal que no pocos les ofrecían tierras a cambio de pan. «Nunca las aceptaron. Ni se les pasó por la cabeza», indican en la trastienda del negocio, un espacio entre la luminosa sala en la que despachan pan, empanadas y dulces y el obrador, que permanece en penumbra y donde, a pesar de ser media mañana, los panaderos aún andan amasando.

Una de las puertas de la trastienda da a la zona en la que, en los 60, se ubicaba la tienda. Allí conservan, aún, el viejo horno. Una máquina enorme, redonda, en la que durante años cocieron sus productos. Primero con leña, que amontonaban en un solar adyacente. «Entonces no había nada construido», señala Vicente. Más tarde, cuando algunos vecinos se quejaron por el humo y el hollín, cambiaron la madera por el gasoil. «Una maravilla», comenta el panadero, que aunque a sus 72 años está ya jubilado aún sigue pasándose por la tahona. «Las cosas especiales aún las hace él», comenta su hermana, que también, por edad, debería estar ya retirada. Pero no. Le gusta estar detrás del mostrador, hablar con la gente...

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Los padres de Vicente y Nieves preparando el pastel de bodas de Vicent Viñas / Can Vadell

La esencia de sus antepasados sigue viva en todo lo que preparan. Las recetas, explican, son las mismas que empleaban sus abuelos y luego, la segunda generación. Las que conservan en una libreta escritas de puño y letra por su abuelo. «Todas las recetas están por orden alfabético, era muy ordenado», explica Vicente, que es quien conserva el preciado documento. La última receta que, seguramente, se apuntó en ella fue la del popular ‘ciriac’, el dulce que, según cuentan, creó para la fiesta del patrón de Ibiza a sugerencia del entonces director de Diario de Ibiza. «Nos dejó escritas hasta sus recetas de la sobrassada, la botifarra y hasta de la salsa de Nadal, por si acaso», comentan los hermanos.

La primera ensaimada

El azúcar no estuvo presente siempre en Can Vadell. Los primeros años funcionaba únicamente como panadería. Fue con el tiempo, poco a poco, cuando fueron incorporando cada vez más productos. Salados y dulces. En julio del 34, anunciaban a través de este diario de una de estas incorporaciones: «El dueño de la panadería La espiga ibicenca, de Juan Marí, avisa a sus clientes y al público en general, que a partir del día de hoy, se elaborarán ensaimadas, al estilo mallorquín, y toda clase de dulces y repostería, todo con productos de primera calidad y con gran esmero. No equivocarse. La espiga ibicenca. Calle Amadeo número 18. Can Vadell». Ese mismo año, aunque unos meses más tarde, a finales de octubre, el comercio anunciaba en la portada de Diario de Ibiza que coincidiendo con al festividad de Tots Sants elaboraría «sin mirar sacrificio alguno» panellets «a gusto de todo paladar». Una variedad de sabores que nada tenía que envidiar a los de ahora: «Mazapán, yema, piñón, fresa, plátano, menta, chocolate, nueces, naranja, limón, violeta, almendra, fruta, avellana y toda clase de coco». «No compren sin antes visitar La espiga ibicenca», concluía el anuncio. Vicente y Nieves ríen al leerlo.

Can Vadell: cien años entre harina y azúcar | ARCHIVO FAMILIAR CAN VADELL

El matrimonio fundador, tras el mostrador de la panadería. / Can Vadell

Ríen también cuando recuerdan cómo, hace décadas, al amanecer se les llenaba el local de jóvenes que volvían de fiesta. «No había nada abierto y compraban ensaimadas y cruasanes», indica Nieves. «En la esquina estaba el bar Jenofonte y el dueño quería comprarnos las ensaimadas para vendérselas él. Le dijimos que no», señala Vicente, que confiesa que, de todo lo que despachan en la tienda siente predilección por los ciriaquets y las tartaletas de jamón. «Yo, por las magdalenas ibicencas y el ciriac», apunta su hermana. Ríen también al rememorar cómo sus abuelos, cuando había baile en el Pereyra, dejaban todo preparado y salían un pelín antes del descanso para vendérselo a los asistentes antes de regresar a seguir bailando.

Los fundadores no eran los únicos que salían del negocio a vender. En uno de los carteles con fotos en blanco y negro que hay en el establecimiento se puede ver a Miguelín, sonriendo, montado en una bicicleta con un enorme contenedor. «Entró aquí con doce años y se jubiló con nosotros. Hacía el reparto en bici por los hoteles. ¡Tenía unas piernas!», comenta Vicente, que en el repaso por las fotos antiguas tropieza con melancólicas estampas.

Estampas de pasado y futuro

Se encuentra con Pepe, que también estuvo con ellos toda la vida; con su padre y su madre montando un pastel de boda de varios pisos; con su tía Pilar, con apenas 18 años, en la puerta de la pastelería de la calle Aníbal, y con él mismo, apenas un niño, con el resto de los hombres de la familia y del establecimiento preparando empanadas. «El que está en el centro es Mariano, carnicero, que trabajó una temporada aquí», indica. «Desde pequeño me fueron enseñando a hacer cosas, primero cestitos y peces de mazapán, luego más cosas y poco a poco le vas cogiendo el gusto», explica Vicente mientras su hermana le escucha, atenta.

Ambos aseguran que el secreto de que Can Vadell cumpla cien años a pleno rendimiento es la unión familiar. Primero sus abuelos, luego su madre y su tío Pepe con sus parejas y ahora ellos y sus primos. «Lo más importante siempre ha sido la unidad de todos», afirma Vicente. «Siempre hemos estado juntos. Cuando estábamos en es Viver yo dormía con nuestra primera y él, con nuestro primo. A la hora de comer nos juntábamos siempre 17 o 18 personas. Mamá cocinaba para todos», recuerda Nieves, que asegura que esa unión «aún se mantiene». La ilusión y la esperanza de todos, de ellos y sus primos, es que el negocio siga adelante con las nuevas generaciones. Alguno, indican, ya ha mostrado interés en mantener viva la llama del horno de Can Vadell.

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