Entrevista | Joan García Serra Pediatra del Hospital Can Misses

Joan García Serra, pediatra en Ibiza: «A un niño enfermo evitas decirle que el final de su vida es inminente»

«Yo quería seguir. Me encuentro en condiciones físicas y emocionales de hacerlo, pero no podía demorar más la jubilación»

Joan García Serra, en la sala de espera de la planta de Pediatría del Hospital Can Misses.

Joan García Serra, en la sala de espera de la planta de Pediatría del Hospital Can Misses. / Vicent Marí

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Joan García Serra lleva 41 años atendiendo a niños y niñas en su consulta. Llegó a Ibiza, a Sant Antoni, cuando aún no había ni centro de salud, ni siquiera una báscula para bebés, de ahí pasó al hospital Can Misses, donde el pasado 6 de abril —«Jueves Santo»— vivió su último día como médico. De momento. Porque este gironí, de Blanes, confía en que aprueben el proyecto que ha presentado para seguir vinculado a la pediatría y le nombren médico emérito. En un principio, lo de la pediatría no entraba en sus planes, pero la especialidad le sedujo cuando la descubrió durante las rotaciones del MIR, en el Vall d’Hebron de Barcelona. De ahí pasó al Verge de Lluc, en Mallorca, donde estuvo cuatro años antes de coger una plaza como pediatra en Sant Antoni, función que desempeñó durante 18 años, tras lo que pasó al hospital. Hasta el pasado 6 de abril. De momento.

¿Le obligan a jubilarse?

Sí, puedes demorarla hasta los 70 años, luego no puedes seguir con la asistencia. Está la figura del médico emérito, pero se la dan a uno de cada cien jubilados. Presentas un resumen de tu carrera y un proyecto seductor y una comisión decide si te nombran o no emérito. Es difícil.

¿Ha presentado un proyecto?

Sí, hay una figura que aún no está contemplada en Ibiza aunque hay un plan en Balears que se centra en el enfermo crónico pediátrico. Se encarga de que todas las especialidades que lo atienden estén coordinadas y de conseguir recursos si la familia no los tiene para, por ejemplo, aparataje.

¿Hay muchos niños y niñas con enfermedades crónicas?

Creo que son unos 300, pero 25 o 30 de especial agudeza, cronicidad y mal pronóstico de los que me ocuparía más. Sin olvidarme de los otros 200 y pico a los que también atienden dos o tres disciplinas médicas, pero que no tienen tanta discapacidad ni tan mal pronóstico.

¿Cómo lleva un niño lo de ser enfermo crónico?

Algunos no son conscientes. En el caso de los tumorales, aunque la mayoría evolucionan bien los hay que tienen la sospecha de que su caso no irá bien. Intentas hacerles la vida más agradable y están más atendidos por los sistemas de animación. La mayoría, no sé si por suerte o por desgracia, no son conscientes de su situación.

Esta es la parte más dura de su trabajo, imagino.

Sin ninguna duda. El enfermo crónico y con mala solución es lo peor a lo que te enfrentas, pero tienes que hacerlo porque eres el más preparado para ello. Todos tenemos emociones y empatizamos con el paciente y la familia. Vemos que son las circunstancias más duras a las que una persona se puede enfrentar y tienes que ofrecerles todos los recursos técnicos y, especialmente, todo el apoyo moral y emocional que podamos.

¿Cómo se le dice a unos padres y madres que su hijo no se curará?

Intentas que lo entiendan, pero no muy de golpe. Casi siempre nos ayuda que el diagnóstico definitivo no lo tienes de repente. Vas diciendo «sospechamos que le pasa esto», «pensamos que puede tener lo otro»... Vas planteando posibilidades y dándoles tiempo a reflexionar sobre el hecho de que la enfermedad que tiene su hijo es crónica pero resoluble, crónica sin resolución, que afectará en parte a su vida... O que es fatal. Tanto intelectualmente como de fin de la vida. Se hace con mucha delicadeza.

Si el niño o la niña ya está en edad de comprender lo que le pasa, ¿se le cuenta la verdad?

Se intenta evitar que tenga conciencia de que su fin puede estar próximo. Intentas que sepa que la situación es delicada o que el tratamiento será largo, pero la noticia de que su fin es inminente se intenta evitar. Cada vez hay menos casos de niños y niñas con un final irreversible. Pero se dan casos. Y se intenta que ese niño viva al máximo sus posibilidades de juego y distracción hasta el último momento.

Pero en pediatría, la mayoría de los casos acaban bien, ¿no?

¡Sí! La mayoría acaban bien, es una de las cosas agradables de pediatría. Hace 40 años, cuando acabé la carrera, la especialidad que nadie quería coger era oncología pediátrica. Teníamos dificultades para formarnos en esto y el pronóstico era muy malo en muchos casos. Ahora la mayoría de los casos se curan, o su supervivencia es muy larga.

Joan García Serra, en la sala de juegos de la planta de Pediatría del Hospital Can Misses.

Joan García Serra, en la sala de juegos de la planta de Pediatría del Hospital Can Misses. / Vicent Marí

¿Qué vio en aquella rotación del MIR para saber que la pediatría era lo suyo?

Vi que había muchos niños y niñas en situación delicada, pero también muchos medios para un diagnóstico y una solución rápida. Es una especialidad muy humana, por el contacto con las familias. Ver pacientes que llegaban graves, que les diagnosticabas rápido y que en pocos días se iban como si no hubiera pasado nada me ayudó a decidir que la pediatría era lo mío.

Y le gustaban los niños, imagino.

Sí, sí. Pero cuando empecé no lo tenía tan claro. Me gustaba mucho la oftalmología, lo de evitar la ceguera para mí era una cosa mágica. Casi bíblica. Pero entré en el mundo pediátrico y me sedujo.

¿Recuerda su primer día en Sant Antoni?

Perfectamente. Antes de venir me dijeron que no había centro de salud en Sant Antoni. Además, los precios de las casas estaban carísimos. Yo creo que, en proporción, incluso más que ahora. Tampoco sabía muy bien cómo iría lo del sueldo. Llegué y había un espacio del ayuntamiento y un señor que daba números a los pacientes cuando llegaban. Tenías que ver, igual, a 60 niños en una mañana. Era complicado. Y difícil. Si tenía fiebre y no le dabas un antibiótico el padre te amenazaba. No les dabas confianza porque sólo les recetabas aspirinas. Con el tiempo la gente lo acabó entendiendo y cogió confianza. Costaba entender que para las diarreas no había antibióticos, sólo dieta, y que para la fiebre y los mocos sólo aspirina. O paracetamol, porque entonces se empezaba a prescribir el apiretal.

Parece que venía al salvaje oeste.

Venía del hospital Virgen de Lluc que era bastante diferente, con menos medios que Vall d’Hebron, pero más que aquí. Ahora se puede notar la diferencia con la cirugía cardíaca, por ejemplo, pero entonces la notabas con todas las especialidades. La medicina de Atención Primaria la había aprendido en urgencias y eso me preparó para esa medicina de calle del centro de salud. No tenías tiempo ni de pesar a un bebé de meses. Bueno, es que no teníamos ni báscula. Tenías que fiarte de lo que decía la de la farmacia para ver si estaba pequeño o grande. Criaturas que tuvieras que ingresar en el hospital eran un caso de cada 25.

¿Qué es lo que más ha visto cambiar en la pediatría?

Los traslados. Antes, en tiempos primitivos, había que llevar a los niños a Palma en un avión del SAR y, muchas veces, con un médico que no había trasladado nunca a un niño. Se trasladaban prematuros con dificultades respiratorias importantes. El riesgo de muerte era tremendo. No había ni medios ni conocimientos para que ese traslado fuera exitoso. Que ahora haya este equipo de traslados de UCI pediátrica es el mejor avance posible.

¿Alguna mejora más?

Tampoco había cardiólogo infantil. Si sospechábamos que un niño tenía un soplo con patología había que trasladarlo. Ahora haces una ecografía y el diagnóstico es inmediato. Hasta que llegó el endocrino, si algún niño necesitaba hormona del crecimiento había que enviarlo a Palma. Lo mismo con las inmunodeficiencias y los hematólogos si pensábamos que había riesgo de leucemia. Esto se sigue haciendo porque no tenemos hematólogos pediátricos. Con nefrología hacíamos lo que podíamos en contacto con Palma, ahora tenemos una pediatra que se dedica más a esto. Como somos más, cada uno se puede dedicar a parcelas más pequeñas. Alergia y respiratorio también han mejorado mucho, nos hemos formado por nuestra cuenta, no hemos podido ir a una unidad de alergia.

¿Los niños han cambiado?

No mucho. Los primeros años aquí veía raquitismo a pesar de que el sol lo evita. Es lo que ha cambiado más. Los padres siempre han estado preocupados, pero confían más en nosotros. Ahora, incluso para quitar una verruga sedamos a los niños, para reducir una fractura están casi anestesiados. Antes se decía que se aguantaran. O los sedaba el anestesista o nadie.

Siempre se dice que hay más obesidad infantil.

La misma, en eso no hemos mejorado mucho. Es una respuesta a la ansiedad, el aburrimiento o a estar con la maquinita o frente a la tele. Están ansiosos o frustrados y tiran de chocolate, magdalenas, gominolas... Parece que hay esperanza, un fármaco es inofensivo y eficaz, pero las cifras son las mismas que hace años: 30% de obesidad moderada y 10% de mórbida. Aunque hay muchos clubes de todos los deportes, se ha perdido actividad física porque cuando no están ahí, están con la maquinita. También pasa que para los padres es un descargo. Trabajan o tienen que hacer labores de casa y si el niño está entretenido, mejor. Hay que mentalizar: menos máquina y más actividad. Tampoco se sabe si a largo plazo si va a haber más autismo o trastorno límite de la personalidad, que causa mucho sufrimiento en niños y adolescentes... No sé si se ve más o lo diagnosticamos más porque estamos más pendientes.

¿Los padres se preocupan por lo mismo?

En eso no hay cambios. Algunos dan poca importancia a lo que tiene el niño, pero los hay que si lleva dos horas tosiendo parece que el niño va directo a la neumonía y la insuficiencia respiratoria.

No sé qué es peor.

Pues si sobreactúan, exagerando la sintomatología, le pintas un cuadro al médico que puede hacer que te recete más medicación de la que necesita. Y eso no es bueno. Pero también hay familias que hasta que el niño no está medio grogui y deshidratado, que hasta que ven que apenas puede respirar, no lo traen. Pero hay más que vienen pronto que tarde.

¿Han visto un aumento de trastornos mentales tras la pandemia?

No tenemos números, pero los que estudian esto dicen que parece que sí. Los profesionales de salud mental hacen lo que pueden, pero tienen pocos medios y poco tiempo. Estamos mejor, pero queda mucho camino para recorrer en esto.

¿De verdad se va a mejor?

Sí. Hay mucha carencia, porque hay más conciencia de la carencia.

¿No necesitan nada en Pediatría?

Todo es mejorable, pero cada vez estamos mejor. Hemos sido tres e incluso dos pediatras. Ahora que somos ocho estamos encantados. Y el equipo técnico y humano ha mejorado mucho. Antes tenías que venir a las tantas de la madrugada porque había algo muy grave y los intensivistas y los anestesistas tenían que hacer lo que podían y ahora somos nosotros la primera elección. La mejoría ha sido impresionante.

¿Alguna prestación nueva?

Intentaría mejorar la parte de salud mental, pero lo tenemos todo bastante cubierto. No podemos llegar a una enfermedad que padece uno de cada cien mil recién nacidos y el niño que necesita cirugía cardíaca tiene que ir a Barcelona porque ni en Palma hay suficientes pacientes para montar una unidad.

¿Cuál ha sido su mejor momento como pediatra en Ibiza?

Ver que un enfermo difícil, prematuro, que parece que no va a salir, al final sobrevive. O descubrir un tumor que no sospechabas al hacerle una radiografía de tórax a un niño con tos y ver que ese niño que pasó por un tratamiento de quimioterapia, radioterapia, operación, ahora tiene ya hijos.

Joan García Serra, durante la entrevista.

Joan García Serra, durante la entrevista. / Vicent Marí

¿Hay muchas casualidades así?

Pues tres o cuatro cada año.

Ha atendido usted a varias generaciones de pitiusos.

Un niño que nació el año que yo llegué tiene 41 años y, si tiene hijos, habrán pasado por aquí. Cuando comencé atendíamos a niños hasta los siete años. Luego se amplió a los 16 y los crónicos, como los alérgicos con vacuna, los vemos hasta los veinte. Y los diabéticos no tienen que cambiar de endocrino hasta una edad bastante avanzada.

¿Cómo vivieron la pandemia?

Fue duro, pero pocos niños han tenido problemas a largo plazo por el covid. Casi nos daba más gravedad el virus sincitial respiratorio que el covid. En pandemia, por las mascarillas, éste , el parvovirus y los rinovirus, que son los que nos dan guerra, había poco. El enfermo respiratorio mejoró, había menos patología.

¿Se vacuna menos a los niños tras la pandemia?

No, al revés, más. Se han dado cuenta de que esto de la epidemia y de que moría gente, que parecía un mito, era serio. Alguno seguirá siendo antivacunas, pero en general se las ponen todas, incluso de aquellas que tienen que pagar y son caras, porque pasan años desde que sale una vacuna hasta que se hace cargo el erario público. Puede costar caro no ponerse una vacuna.

Imagino que aquí se llora, se ríe y hasta se reza mucho, ¿no?

Suele haber más satisfacciones que tristezas. Ante un enfermo que no está claro qué tiene tendemos a pensar en lo más frecuente, pero descartando lo más grave para evitar llorar después.

¿Los niños le mienten al médico?

Generalmente hablamos con los padres y alguno sí que exagera o rebaja lo que tiene. Tienes que estar alerta en la entrevista para saber su grado de fiabilidad. Algunos inventan cosas para que les hagas más pruebas. Te dicen que el niño tiene fiebre desde hace diez días y quizás son tres, pero bueno.

¿Cómo llevaba lo de saber que ya no podía demorar más la jubilación?

Yo quería seguir. Me encuentro en condiciones físicas y emocionales de hacerlo, pero sabía que no podía demorarlo más y llegaba el día. Ojalá surja lo de médico emérito, pero si no, pues me gusta mucho leer, la música, el deporte... Hay actividades fuera del hospital que me llenan y tengo una pequeña consulta privada, que ayuda.

¿Alguna vez pensó en marcharse de Ibiza?

No. Aquí tengo a mi mujer y a mis hijos. Eché raíces. Quizás si me hubieran propuesto un lugar de neumólogo pediátrico en algún hospital... Aunque era un poco ciencia ficción. Si no te cogen de primeras luego ya es difícil. En Son Dureta estuvieron a punto de cogerme. Hicieron un concurso, pero ya me dijeron que yo, para ellos, no contaba. Contrataron a esta persona y les salió rana. Pasó de ser el deseado al enemigo público número uno. Me dijeron que qué burros fueron de no cogerme. Lo tengo por escrito.

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