«Para regular el estrés que le provocaba su vida cotidiana». Ésa es la respuesta que le dio en una ocasión a la responsable del Centre d'Estudi i Prevenció de Conductes Addictives (Cepca), Belén Alvite, uno de los jóvenes a los que atendía y que consumía cannabis.

Y es que la experta subraya que si bien al principio lo que lleva a los adolescentes a probar esta droga es el ocio, «en la mayoría de los casos», y la curiosidad -«algunos te llegan a decir que por aburrimiento; otros que porque los demás lo hacen»- en aquéllos en los que el consumo se cronifica lo que aparece es «una pauta de automedicación». «Y esto tiene que ver con las habilidades de afrontamiento [de situaciones] en las que crecen los chicos y las chicas ahora», afirma.

Alvite resalta que los adolescentes que atienden en el servicio fuman mayoritariamente marihuana, no hachís, y considera que la razón radica en «una cuestión de modas»: «La moda ahora es la marihuana, que es natural, que no está tratada como el hachís». Precisamente comenta que, por la información que le facilitan policías referentes de la isla, el 99% de aprehensiones que realizan a menores son de marihuana.

«El consumo de hachís aparece más tarde», subraya la responsable del Cepca, que sitúa en 17 años la edad de los chicos y chicas a los que ven por fumar esta sustancia y afirma que el perfil suele ser de «chicos muy movidos» a los que el hachís les hace «ir más relajados, más cómodos; les da como un flow».

Cuando de fumar de manera esporádica se pasa a todos los fines de semana y algún día entre semana, el consumo se cronifica. «A partir de ahí, la propia sustancia genera no sólo una dependencia, sino que además la persona se neuroadapta a una cantidad, tiene determinada tolerancia, y cada vez necesita más», explica.

Plantan o encuentran a alguien

Según Alvite, hay quienes plantan la marihuana «porque viven en el campo», mientras que la mayoría la consigue a través de su entorno. «Encuentran siempre; siempre hay alguien de su entorno que se dedica a vender y a comprar». «Hemos tenido algún caso que dice que lo que consumía se lo daban sus amigos, que lo sacaban de algún club, pero son casos muy puntuales», subraya y recuerda que aunque éstos venden a mayores de 18 años, «uno compra y reparte».

Para Alvite, los adolescentes «no son tan conscientes» del peligro de fumar esta droga, pero sí cuentan con «muchos argumentos para validar su consumo»: «Dicen: 'Peor es la gente que se empastilla con tranquilizantes'. Y no les falta razón, pero eso puede ser una explicación para hablar de los tranquilizantes pero no sirve como excusa para explicar el consumo de marihuana». «O por ejemplo, con el tema del alcohol dicen que es legal», apostilla.

La experta destaca que uno de los riesgos más importantes de la ingesta de cannabis es el llamado «síndrome amotivacional». «Yo les explico que es una especie de gabardina que nos ponemos con la que ni la lluvia ni el frío nos cala; es como que vives un poco anestesiado de ese estrés cotidiano», explica Alvite, quien recuerda que ser adolescente «es complejo y duro y hay algunos que lo pasan solos y otros que encuentran en el cannabis un buen acompañante».

En opinión de Alvite, el éxito del trabajo que se lleva a cabo con estos menores está muy ligado a la implicación de las familias.

La familia, factor de protección

«Lo que sigue marcando la diferencia son las familias que afrontan las situaciones y dicen: 'Si lo que hemos hecho hasta ahora nos ha llevado a esto, tenemos que cambiar'. Cuando eso pasa, los resultados son mejores», afirma e incide en su papel como factor de protección.

En cuanto a las pautas que se les dan, destaca que hay casos en los que es necesario «mayor control» y la manera es «dejarles menos espacios de tiempo muertos». «Si sabes que tu hijo fuma cuando va caminando al instituto, tienes que buscar la manera de poder dejarlo en la puerta del centro; si después de entrenar se queda con los amigos y fuman, hay que recogerlo del fútbol», señala a modo de ejemplo.

También es importante «un mayor acercamiento a nivel emocional» y «hablar mucho del asunto, pero no desde la culpabilización del menor sino desde cómo afecta a toda la familia».

Asimismo, Alvite apuesta también por proponer alternativas de ocio. «Muchos chicos no tienen su ocio de alguna manera guiado por los padres sobre qué hacen o cuándo quedan. Se puede proponer que traigan amigos a casa, generar posibilidades de que conozcan a otros chicos que no fuman...», comenta.

El control de orina

En algunos casos, y siempre que los adolescentes acceden, se les hacen también controles de orina, con la colaboración del médico de Atención Primaria. En estos casos se da una serie de pautas sobre cómo se deben hacer las pruebas.

«Hemos conocido casos de niños que tienen en casa guardados pipís de amigos», asegura Alvite. Y para prevenir este tipo de cosas, se le dice a la familia que los controles deben ser sin previo aviso, que el bote tienen que dárselo en el último momento y que han de asegurarse de que en el baño no hay nada que pueda alterar la prueba, entre otros consejos.

En los casos de adolescentes que han fumado de forma esporádica «pero que han visto todo lo que se ha montado en la familia», y quieren dejar de fumar, Alvite señala que se les propone hacer los análisis para demostrarles a los padres que da negativo y «recuperar un poco de libertad, de confianza». «Y muchos dicen que sí. Y después de un tiempo dan negativo y son altas», resalta.

A veces, después de un tiempo dando negativo en los controles de orina aparece un positivo. «La familia probablemente siente que va para atrás, pero lo importante es que entienda que si durante meses había dado negativo es porque tiene un consumo de cannabis que de momento no es problemático y que hay que seguir abordando la situación, pero no en el punto en que llegaron aquí [al Cepca] por primera vez, cuando no sabían si era un adicto irremediable a los porros», enfatiza la experta. A este respecto, agrega además que si ha estado meses sin fumar, «puede volver a estarlo».