Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

Nombres de lugar

«Tot i que els estudis de toponímia proliferen en els últims anys, aquesta branca de la ciència que és a cavall entre la lingüística i la geografía i que s’intercomunica amb la història, les ciències de la naturalesa o la cultura popular, encara no és prou coneguda». Enric Ribes.’Cinc aportacions a la toponímia de les Pitiusas’

El Cavall Bernat en Montserrat

Estudiar y explicar la razón y procedencia que tienen en nuestras islas los nombres de lugar, -es decir, lo que la toponimia nos dice sobre la condición y la historia de un pequeño rincón de nuestra geografía, de un islote o de un paraje costero-, es un trabajo que compete a filólogos y lingüistas. Sé, por tanto, que meter las narices en este campo es entrar en un jardín sin tener idea de jardinería. El único pretexto que por estas notas se me ocurre aportar en mi descargo es que, siendo un conocimiento de enorme interés, es prácticamente desconocido a pie de calle. Y no porque estemos a ciegas. Los trabajos que ha venido publicando estos últimos años EnricRibes i Marí sobre la toponimia costera de Labritja, Portmany y el municipio de Ibiza, son un regalo impagable que nos permite conocer más y mejor no sólo la tierra que pisamos, sino quienes somos y de dónde venimos. Es oportuno y revelador, en este sentido, el arranque que tiene Isidor Marí en el prólogo que dedica a uno de los libros citados cuando recoge un verso de Marià Villangómez: «Contrada a cops de mot». No se puede decir más con sólo tres palabras.

Al nombrar un lugar lo hacemos nuestro y a partir de ese momento nos identifica. Cuando nos preguntan d’on ets? y respondemos de can Fontassa!, damos dos referencias de identidad: lugar y linaje. La contracción ‘can’ remite sobre todo a la casa, pero también a la posesión, a la finca, a la contrada. Hablar de can Fontassa es aludir a todo el dominio del linaje que le da nombre. Y no es un detalle menor, siendo una particularidad que, siendo común en nuestras islas, es esporádica y mucho menos frecuente en cualquier otra geografía. Esta toponimia antroponímica que en nuestras costas mantiene un porcentaje modesto, -según Enric Ribes no supera el 10,15 % -, en la geografía interior supera el 90 % al identificar, como he dicho, además de las casas -can Coix, can Guillemó, can Bernat, can Miquelet, can Xiquet Pou, cualquier otro lugar, Puig d’en Sopes, Plana d’en Vidal, Serra d’en Racó, Cantó d’en Guillemó, Capella d’en Serra, Camí d’en Simonet, Cova d’en Jeroni, Punta d’en Joan Jai, Pedrera d’en Xomeu, Font d’en Xiquet, Escull d’en Vidal, Torres d’en LLuc, Clotada d’en Jover, Marina d’en Besora, Canaleta d’en Marçà, etc. Tal vez no exista geografía más personal y humanizada.

La huella de los pobladores

Los estudios de la toponimia pitiüsa descubren, cosa lógica, que los nombres que configuran el mapa pitiüso que manejamos y que dan carta de naturaleza y razón de todos los rincones de nuestras islas, son la huella que nos han dejado sus sucesivos pobladores. Ese antiguo nombre que llega hasta nosotros es como el grafiti que nos dice: ‘He estado aquí’. Algunas veces, las menos, quienes llegaron a nuestra islas conservaron los nombres que ya existían, de aquí que hayan sobrevivido más de dos mil años voces como Ibiza, Tagomago, Morna, Labritja o Vedrà. Muchas otras son de origen árabe, Benimussa, Atzaró, Benirràs, Balàfia, Albarca, Beniferrí, Alcalà, alcanzando incluso linajes que felizmente mantenemos, caso del Arabí de mi familia ibicenca. Otros nombres han hecho borrón y cuenta nueva, sustituyendo los antiguos nombres por otros nuevos. Es lo que ha sucedido en los 5 quartons de la división árabe, Algarb, Alhaueth, Xarch, Benizamid y Portumany, -este último de herencia romana-, que han pasado a ser 4 con los catalanes, Balansat, del Rei, Portmany, ses Salines y el Pla de Vila. Las razones del trueque es comprensible: si una voz les era extraña, buscaban otra que les fuera familiar, pero el cambio era, sobre todo, una forma de definitiva conquista, porque nombrar es poseer. Algunos otros nombres de motivación religiosa borraban lo profano con el insólito santoral que da nombre a nuestros pueblos, un caso posiblemente único y del que sólo se escapa es Cubells, supongo que por ser un poblamiento muy posterior a la conquista.

Y finalmente, una indagación que tendría interés pero que a mí se me escapa, sería averiguar qué nombres foráneos de lugar pudieron introducir los nuevos pobladores para recordar lugares que les eran familiares en sus lugares de procedencia. Cabe suponer que era una manera de decir, «también aquí estamos en casa». Podría ser el caso de Talamanca, de Ramón de Talamanca, personaje que nos remite a la población del mismo nombre en el Bagés catalán y que fue en Ibiza «lloctinent de Governació de la Corona d’Aragó (1393-1413), propietari de les terres que envolten el Puig d’en Valls i de dues feixes que hi devien ser a prop». Y un caso parecido tal vez sea Besora, a Sant Mateu, dado que tenemos el municipio de Santa Maria de Besora en la comarca catalana de Osona, nombre que ya aparece en el 875, cuando Wifredo el Velloso lo cede a Sant Joan de las Abadesas.

El Carall Trempat

No sé si cabría incluir a Peralta, de Pedralta, con el significado de ‘piedra alta’, que ya está documentado en el s. XIII y hoy es villa y municipio en la ribera del Arga. Para acabar, un caso menos dudoso sería el Cavall Bernat que da nombre al enhiesto islote que en la bocana de Benirrás, el mismo que tiene el Cavall Bernat catalán del macizo de Montserrat. Cabe suponer que el extraordinario parecido de los dos monolitos llevaría al bautizo del islote ibicenco. Y un detalle curioso es el desenfadado mote que los lugareños catalanes le dan y que no me sorprendería oír a los payeses dels Amunts y Sant Miquel de Balansat: Carall Trempat. Un malnom que no necesita explicación.

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