Literatura de las islas

«Així et vull, mar, cenyit a una arbitrària geografía d’illes i de ports, evocant una alegre mitologia, oberta dins de les teves aigües encalmades». De ‘Mediterrània'. M. Villangómez.

Vista aérea de Formentera desde el Cap de Barbaria

Vista aérea de Formentera desde el Cap de Barbaria / Xavier Durán

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Los nacidos en una isla y quienes sin ser oriundos crecen en ellas son diferentes a los continentales y están en las antípodas de los mesetarios. La insularidad impone carácter, una particular manera de ser y de ver la vida. Se dice que en los isleños se da un cierto fatalismo soterrado, y puede que sea cierto, pero yo creo que lo superan con una cotidianidad encalmada y gozosa, con una alegría de vivir que tal vez no sea consciente, pero que se manifiesta en una dicha que nace del mar y la luz. Una singularidad que me parece significativa y que se da en casi todas las islas es una alternancia natural entre la muerte y la vida, algo que en Ibiza podríamos concretar en la secuencia que va del funeral a la paella. «Les coses són com són -se dice-, i qui dies passa, anys empeny». 

Distinta vivencia tienen en la isla los residentes circunstanciales, porque una de dos, o se enamoran de ella sin condiciones y pasan a profesar una evangélica islofilia o, contrariamente, sintiéndose enclaustrados, caen en una melancólica islofobia y tienen que ahuecar el ala. La mejora de las comunicaciones ha minimizado el aislamiento, pero aún así, las islas no dejan de ser islas. Su gran enemigo es el avión. Encapsulados y ciegos en sus cabinas presurizadas, en unos minutos saltamos desde el continente a las islas. Una aberración que nos roba el sentido iniciático del viaje, ese magnífico y expectante tránsito a otra realidad.

Soy de los que piensan que, todavía hoy, el mar es el verdadero camino de las islas. Lo cierto es que la insularidad crea un mundo aparte, un microcosmos que es todo un universo, un lugar especial que tiene su reflejo en una literatura inabarcable y fascinante, porque las islas son innumerables y diversas. Existen islas legendarias, históricas, misteriosas, míticas, utópicas, ignotas, paradisíacas, remotas, islas de exilio y carcelarias, islas fantasmas, islas olvidadas, soñadas, distópicas, apocalípticas y, por supuesto, existen también islas malditas. Existe, incluso, una ‘isla interior’ que todos llevamos dentro. 

Miles de novelas, relatos y poemas hablan de las islas, espacios que propician fantasías, aventuras, temores, reflexiones, sueños y, por supuesto, vías de escape. Mucho antes de que Defoe descubriera en ‘Robinson Crusoe’ el potencial de una isla como lugar inspirador de historias, la ‘Odisea’ ya nos habla de islas prodigiosas que habitan lestrigones, cíclopes, lotófagos, cicones, y sirenas. Islas con nombres de leyenda como Ogigia, Esqueria, Trinacia, Léucada, Citera, Daskalio, Egílipe, Ustia, Eolia, Lemnos, Naxos, Pilos, Yerba, Andros, Panarea, Filicudi, Bottaro, Scoglio, Vulcano, Ítaca… Las recito de carrerilla y son una canción. Platón nos habla de la Atlántida que da nombre al océano, una isla grande como Líbia, situada frente a Gades y las Columnas de Hércules (Gibraltar), que un cataclismo sumergió nueve mil años antes de la era cristiana en las simas marinas para castigar la soberbia de sus habitantes, los atlantes, que habían olvidado las tradiciones de sus mayores y las enseñanzas de los dioses. Pienso si el relato era o no premonitorio. Diría que sí. 

Libros sobre islas

Las que podríamos llamar ‘islas de papel’ o literarias conforman un larguísimo rosario de espacios fabulosos. Thomas Moro nos habla de ‘Utopía’, Campanella nos describe la ‘Ciudad del sol’, en ‘Orlando el furioso’ tenemos la isla de Alcina. Y siguen todas las islas innumerables que pueblan nuestro imaginario como privilegiados espacios de la fantasía, la isla de Calibán que Shakespeare dibuja en ‘La tempestad’, la ‘Isla del Tesoro’ de Stevenson, ‘La isla’ de Huxley, ‘La isla del doctor Moreau’ de H. G. Wells, ‘La isla misteriosa’ de Verne, ‘La isla de coral’ de Ballantyne, ‘La isla del día después’ de Umberto Eco, ‘La isla a mediodía’ de Cortázar, las islas griegas de Durrell, Corfú, Rodas y Chipre, la isla que aparece en ‘El señor de las moscas’ de W. Golding, en ‘El mago’ de Fowles y en ‘La invención de Morel’ de Bioy Casares. Tenemos las ‘Islas a la deriva’ de Hemingway, la isla de ‘Al faro’ de Virginia Wolf, la que aparece en ‘El rumor del oleaje’ de Mishima, la de ‘Zorba el griego’ de Nikos Kazantzakis, ‘La isla de Arturo’ de Elsa Morante, la isla de Lilliput en ‘Los viajes de Gulliver’ de Jonathan Swift, ‘La isla del segundo rostro’ de A. Viogoleis, la que encontramos en ‘La posibilidad de una isla’ de Michel Houellebecq, la isla de ‘La nave de los locos’ de Cristina Peri Rossi, la isla de Tramoya de Kaal Ove Knausgard. Y también en casa tenemos nuestras propias islas de papel. Me vienen a la mente la Isla Barataria del ‘Quijote’, donde Sancho es gobernador y salomónico juez, ‘La isla y los demonios’ de Carmen Laforet y la isla que describe Ana María Matute en ‘Primera memoria’. La literatura de las islas, en fin, es ya inabarcable y aquí no cabe. 

Conviene advertir, sin embargo, que en nuestros días vivimos un cambio de ciclo significativo en la literatura de las islas. La visión idílica y prodigiosa de las islas clásicas que todos tenemos en mente está hoy mediatizada por la colonización del turismo de masas. Desmitificadas, sin posible misterio y saturadas por la globalización, hoy, en muchos casos, ya vemos las islas como espacios desfigurados y asfixiantes. Y las únicas islas literarias que tenemos son las de la ciencia-ficción. Planetas misteriosos, aislados y alejados, son ahora las nuevas islas de las que nos separa el mar insondable del espacio profundo, un mundo desconocido y por explorar, en el que, en la vida real, sólo hemos conseguido pequeñas conquistas y hemos sufrido los primeros naufragios. Mundos, sin embargo, que en la ficción nos siguen ofreciendo, con otros rostros, Calypsos seductoras, Circes y peligrosos Polifemos. También estas islas-planetas son lugares de guerra y conquista, de aventura y misterio. La conclusión a la que uno llega es que, también en la literatura de las islas, todo cambia para seguir igual. Afortunadamente.