La caja de resonancia
De la Sibil·la a Stella Maris: ¿pulsión religiosa en el pop?
La espiritualidad se está filtrando en la escena novísima superando viejos estigmas y conectando con una sensibilidad que va más allá de las ideologías y que pone en valor la cultura tradicional y de raíz como expresiones genuinas y naturales
Jordi Bianciotto
Llevamos un tiempo observando cómo el novísimo pop ha ido incorporando ingredientes de la cultura de raíz (cantos de trabajo, panderos cuadrados y botellas de anís), que no hace tanto nos parecían anacrónicos y aldeanos. Y no nos habíamos dado cuenta de que, en ese paquete ‘valores tradicionales’, se ha ido filtrando otra pista, la relativa a la trascendencia, no en forma de tributo religioso, sino como reconocimiento de la espiritualidad como trazo genuino y auténtico (esa palabra que en tiempos de ligereza posmoderna nos daba risa).
¿Giro reaccionario? Nada que ver. En España, para las generaciones crecidas en el franquismo o en su estela, la mística y la fe fueron encajadas como ingratas patas de la agenda dictatorial. Pero, a estas alturas, aquella asociación queda lejos. Y se separa la gestión eclesiástica del sentimiento íntimo. Sorprende ver a artistas pop de nueva planta cantando a la superación de lo terrenal y a la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes.
Lo hemos podido ver estos días navideños con el interesante ‘revival’ del drama litúrgico medieval ‘El cant de la Sibil·la’, que el Concilio de Trento vetó por pagano y que la Unesco reconoció. Últimamente, se han acercado a él voces modernísimas como Maria Arnal o las mallorquinas Joana Gomila y Júlia Colom. No hay ahí una reivindicación de doctrina clerical alguna, sino el cara a cara con nuestro destino, la expresión de una zozobra interior y la réplica al materialismo (practicado tanto a diestra como a siniestra).
Sigamos. Rosalía, en ‘Motomami’, proclama que “lo primero es Dios”. En María José Llergo se respira el anhelo de trascendencia: “cantar es mi forma de rezar”, decía a este diario. C. Tangana se ha confesado: “yo era ateo, pero ahora creo / porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo”. Rigoberta Bandini tuvo que aclarar que no era del Opus Dei, aunque se confesara creyente (“desde la izquierda”). Y en estas que aparece Stella Maris, el grupo ficticio de ‘La Mesías’, escenificando cantos religiosos ‘kitsch’. ¿En modo paródico? Sí, pero no parece que se mofe de la espiritualidad, sino más bien de su liturgia acumulada y de su folclore.
Todo ello nos habla de un tiempo en que ya no es obligatorio salir a proclamar a los cuatro vientos que uno es agnóstico, ateo o nihilista para parecer el más ‘cool’ de la clase. Se busca lo reconfortante, lo que siempre estuvo ahí: el pandero cuadrado, el impulso de pensar que todo esto tiene un sentido, tan antiguo como la humanidad.
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