Nabokov: Brillante y engreído

Considerado hoy como uno de los mayores escritores contemporáneos, Nabokov ya fue controvertido y malinterpretado en su momento

Vladimir Nabokov

Vladimir Nabokov / PABLO GARCIA

Sorprende, cosas del ego, la ojeriza que muchos plumíferos tienen a sus colegas. Pla dispara con bala contra Nabokov que, a su vez, como aquí vemos, arremete contra otros reconocidos autores. Aunque menos frecuente, también ocurre lo contrario. Félix de Azúa afirma que Nabokov es el novelista más inteligente del siglo XX y Pere Gimferrer, crítico agudo que no se muerde la lengua, sitúa el legado nabokoviano a la altura de la obra de Joyce. En cualquier caso, considerado hoy como uno de los mayores escritores contemporáneos, Nabokov ya fue controvertido y malinterpretado en su momento. Las cuatro principales editoriales neoyorquinas se negaron a publicar ‘Lolita’, novela que consideraban escandalosa, cuando, lejos de ser la ficción de un autor licencioso, recogía un hecho real, la triste historia de Sally Horner, una niña de 12 años secuestrada por Frank LaSalle, expresidiario que la tuvo esclavizada y abusó de ella durante dos años. 

‘Lolita’ era, eso sí, descaradamente provocativa y la mojigata sociedad americana no se dio por aludida, no supo ver la feroz crítica que Nabokov hacía de la hipocresía y la pacata cultura USA, de plástico y motel. La novela tuvo que ver la luz en París en 1955 con el sello de una editorial marginal, ‘Olimpia Press’, especializada en literatura consideraba erótica por su nómina de autores supuestamente escabrosos, Burroughs, Donleavy, Bataille, Henry Miller, etc. Y no quedó aquí la cosa. Al año de su publicación, el Ministerio de Cultura galo prohibió su reedición, hecho que incrementó su fama, a la que contribuyó la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick en 1952, con James Mason en el papel de pederasta. Lo sorprendente de la historia es que el morbo que provocó la novela no estuvo en ningún momento en el ánimo de su autor, como aclaró de forma reiterada en las entrevistas que le hicieron.

Lo cierto es que la mala fama de ‘Lolita’ le jugó una mala pasada a Nabokov, al dejar en la sombra otros textos suyos que, siendo magníficos, apenas son conocidos. Es el caso de ‘La defensa de Luzhin’,‘ La dádiva’, ‘Pnin’, ‘Pálido fuego’, ‘Habla memoria’, etc. Puestos en el brete de rescatar un único título del autor, me inclinaría por ‘Ada o el ardor’ (1969), su trabajo más ambicioso y en el que vale la pena recalar. ‘Ada’ es una obra singular, entre otras cosas, porque lo que importa en ella, más que su argumento de novela rosa, -el amor incestuoso de Ada y Van, dos hermanos que ignoran su parentesco-, es que ofrece literatura en estado puro, en un texto hipnótico, absorbente, poético y de extraña musicalidad, del que no es fácil sustraerse. Dudo que exista en la historia de la literatura un escritor más preciosista que Nabokov, epítome de pasión por el estilo, por el detalle, por el despliegue verbal y la palabra exacta.

Juego con el lector

Entomólogo apasionado, Nabokov caza las palabras con la precisión y la delicadeza con las que atrapa sus mariposas. Juega con sus personajes y con el lector que se ve arrastrado, como si estuviera en un río en el que no puede ir contracorriente, a los límites a los que se puede llegar entre lo estético y lo moralmente aceptable. Rilke dice que el arte es un juego en el que la fantasía alivia la gravedad de lo que se explica y eso se cumple en Nabokov. La belleza en sus obras no está exenta de transgresión y asoma en lo execrable. La flor brota en el estercolero y la lascivia deviene, con absoluta naturalidad, una fuerza limpia y pura. ‘Ada’ es, en fin, una obra fascinante y extraña. En sus más de 500 páginas, el lector avanza sin brújula y puede pensar que ni tan siquiera el autor sabe hacia dónde le llevan sus personajes. Es una sensación que inquieta y desconcierta pero, aún así, la prosa nos arrastra. En un ir y venir proustiano, el hilo conductor, tan tenue como poderoso, se mantiene con encuentros, desencuentros, viajes, idas y venidas, muertes, vicisitudes y vivencias que, más que elementos de una trama definida, son hitos estilísticos dentro de una formidable vorágine formal. Al final, tras una tortuosa historia de amor que protagonizan Ada y su hermanastro, no hay nada. Y lo sorprendente es que, como lectores, no nos importa. La genialidad de Nabokov, el poder de su prosa y de unos personajes cincelados a golpe de imaginería verbal, son elementos sobrados para convertir la novela en una obra maestra.

Dicho esto, confesada mi admiración por el impresionante legado de Nabokov, confieso que, en el plano personal, es un autor que me cae mal, rematadamente mal. Me parece un personaje tan inteligente y brillante como estúpido y engreído. El lector entenderá lo que quiero decir si se asoma a los comentarios que nos deja en Opiniones contundentes, obra publicada por Anagrama en la que tenemos una compilación de entrevistas en las que no deja títere con cabeza. Tras autocalificarse genio y excelso, nos deja curiosas perlas que le retratan: «El escritor, en tanto que creador, debe estudiar las obras de sus rivales, incluidas las del Todopoderoso». Y a renglón seguido, son blanco de sus iras Hemingway y Conrad, según él «escritores para muchachos». A Dostoievski lo deja, a caer de un burro, como «escritor mediocre». Freud le parece un farsante. De Proust nos dice que se repite como las malas comidas. ‘Muerte en Venecia’, de Mann, le parece una obra ingenua y bobalicona, ‘El doctor Zhivago’, comenta, es un melodrama mal escrito y una novelita para señoritas, y de Faulkner se atreve a decir que sus novelas son malas crónicas con barbas de maíz. Pero dejémoslo aquí porque él sigue con sus diatribas. Uno tiene la impresión de que, siendo uno de los grandes de la literatura, Nabokov, por su fatuidad, hoy sería un personaje con pocos amigos, malquerido por los medios de comunicación y, posiblemente, tan odiado como admirado por sus lectores. Tenía que decirlo, aunque es algo que aquí nos importe. Siendo un personaje borde y pasado de rosca en sus comentarios, lo que nos importa es su literatura. Y en eso no defrauda. 

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