La cultura se iba de fiesta (II)

La fiesta surrealista de los Rothschild que derivó en teorías conspiranoicas

La fiesta surrealista que el matrimonio Rothschild celebró en 1972 ha provocado todo tipo de comentarios que abarcan desde la admiración a la conspiranoia

El matrimonio Rothschild en la fiesta que celebraron en 1972.

El matrimonio Rothschild en la fiesta que celebraron en 1972. / ARCHIVO

Eduardo Bravo

“Llegar a Ferrières, fue como retroceder en el tiempo, solo que con más lujo y con un gusto mas refinado. Las mujeres lucían vestidos, corpiños, grandes tocados, tiaras, muchas joyas… Era realmente la era de Proust", recordaba la actriz Marisa Berenson sobre el baile que, en 1971, dio el matrimonio Rothschild en su castillo a las afueras de París. El evento, organizado en conmemoración a los 100 años del nacimiento del escritor francés, reunió a más de 300 personas a las que, a lo largo de la velada, se sumaron otras tantas en una cena posterior.

Grandes personalidades de las finanzas, la política, la cultura y la sociedad que no necesariamente tenían por qué haber leído En busca del tiempo perdido, se dieron cita en Ferrières. Nombres como los de Audrey Hepburn, Grace de Mónaco, Elizabeth Taylor y Richard Burton asistieron a un evento que fue fotografiado por Cecil Beaton, contratado para la ocasión por el matrimonio Rothschild, que no escatimó ni esfuerzo ni dinero para recrear su particular mundo de Guermantes. El derroche fue tal, que muchos dudaron que el matrimonio pudiera repetir una hazaña semejante al año siguiente, olvidando así el poder y la tenacidad de la pareja.

Desde el inicio de su relación, la baronesa Marie-Hélène Naila Stephanie Josina van Zuylen van Nyevelt van de Haar y su esposo, Guy de Rothschild, formaron un matrimonio poco usual. Las particularidades de su enlace no pasaban tanto porque Marie-Hélène se hubiera divorciado de su primer esposo, un conde francés dedicado a las explotaciones agrícolas y senador, sino al hecho de que, por primera vez en la historia de la familia de banqueros, un Rothschild iba a contraer matrimonio con una mujer de religión no judía.

Para poder llevar a cabo la unión, Marie-Hélène debió recibir una dispensa papal y Guy se vio obligado a renunciar a la presidencia de la comunidad judía de Francia. Después de resolver semejantes problemas sin poner en riesgo su prestigio y posición social, era evidente que superar la fiesta Proust no era ningún problema para Marie-Hélène y Guy Rothschild. Prueba de ello es que, al año siguiente, sorprendieron al mundo con la que tal vez sea el evento de la alta sociedad más bizarro y excesivo del siglo XX que, esa vez sí, fue imposible superar.

Atuendo de Marie-Hélène de Rothschild, quien llevaba una cabeza de ciervo que lloraba lágrimas de diamantes auténticos.

Atuendo de Marie-Hélène de Rothschild, quien llevaba una cabeza de ciervo que lloraba lágrimas de diamantes auténticos. / ARCHIVO

El doble de grande

En 1959, dos años después de contraer matrimonio con Guy Rothschild, Marie-Hélène decidió recuperar una de las muchas propiedades de la familia. Se trataba del Castillo de Ferrières, una espectacular fortaleza situada en las afueras de París que había sido mandada construir por James de Rothschild en el siglo XIX con una única instrucción para el arquitecto: que fuera "dos veces más grande" que Mentmore Towers, el castillo que la familia tenía en Buckinghamshire.

El resultado fue un imponente edificio rodeado de 30 kilómetros cuadrados de bosque, con un impresionante hall de entrada de 18 metros de altura, decorado con cariátides, 80 dormitorios para invitados y una biblioteca con más de 8.000 volúmenes.

Utilizado como instalación militar por los alemanes, primero en la guerra franco prusiana y, posteriormente, en la Segunda Guerra Mundial, tras su restauración a principios de los años 60, Ferrières se convirtió en uno de los centros de reunión más importantes de la alta sociedad europea. En sus instalaciones tuvieron lugar infinidad de recepciones y fiestas hasta que, después de la celebrada en 1972, los barones decidieron deshacerse de la propiedad. "Dicen algunas malas lenguas que bien puede ser ésta la última cena en Ferrières", comentaba el corresponsal de The New York Times al finalizar la crónica del evento, al tiempo que adelantaba algunas posibilidades. "Las alternativas son derribar el castillo, incendiarlo o convertirlo en un orfanato". Finalmente, el castillo fue cedido a la rectoría de la Universidad de París en 1975.

El menú de la fiesta incluía propuestas como queso de cabra al horno en "tristeza postoital".

El menú de la fiesta incluía propuestas como queso de cabra al horno en "tristeza postoital". / ARCHIVO

Cabeza a pájaros

"Traje de etiqueta, vestido de noche y cabezas surrealistas" era el código de vestimenta establecido en la invitación que los Rothschild enviaron a sus convidados a la fiesta que darían el 12 de diciembre 1972. La tarjeta estaba decorada con nubes y, para conocer su contenido, debía ser leída frente a un espejo, porque los textos estaban escritos al revés.

Una vez en el castillo de Ferrières, cuya fachada estaba iluminada con focos de colores que daban la sensación de que el edificio estaba envuelto en llamas, los invitados se topaban con los miembros del servicio que, disfrazados de gato, dormitaban en las escaleras.

Desvelados por la llegada de los extraños, los serviciales felinos los acompañaban hasta las puertas de un laberinto que debían recorrer para llegar a las estancias en las que tendría lugar cena. Allí se encontraban con los demás invitados, todos ellos ataviados con el preceptivo tocado surrealista a excepción de Salvador Dalí, cuya obra inspiró muchas de las creaciones, pero no lució ninguna por entender que su cabeza era suficientemente surrealista de por sí.

A diferencia del pintor ampurdanés, Marie-Hélène de Rothschild llevaba una cabeza de ciervo que lloraba lágrimas de diamantes auténticos, Audrey Hepburn tenía su cabeza dentro de una jaula para pájaros, Hélène Rochas portaba sobre la suya un gramófono y otra invitada llevaba una manzana tapándole el rostro, en referencia a El hijo del hombre de Magritte.

Cuadro ‘El hijo del hombre’ de Magritte.

Cuadro ‘El hijo del hombre’ de Magritte. / ARCHIVO

El comedor tampoco desentonó con el concepto surrealista de la fiesta. Los platos estaban cubiertos de pelo, las mesas decoradas con muñecas desmembradas, el menú incluía propuestas como queso de cabra al horno en "tristeza postoital" y el postre recreaba con azúcar y otras golosinas el cuerpo de una mujer a tamaño natural.

Surrealistas e 'illuminati'

La fiesta surrealista de los Rothschild fue, sin duda, uno de los acontecimientos de la temporada 1972. Aunque en su momento dieron buena cuenta de él los medios de comunicación, no fue hasta finales de los 80 cuando la inclusión de algunas de las fotografías del evento en el libro Legendary Parties, 1922-1972 de Jean-Louis De Faucigny-Lucinge hizo que surgieran infinidad de teorías sobre la velada.

El hecho de poder ver los extraños tocados y la semejanza que detalles como el frac, el suelo en damero blanco y negro del palacio o las chisteras que lucieron algunos invitados tenían con la iconografía masónica, hizo que surgieran teorías conspiranoicas que convirtieron una fiesta surrealista en una reunión illuminati. Según estas versiones, una selecta oligarquía internacional de la que formarían parte los Rothschild habría aprovechado el evento para decidir de forma opaca los destinos del mundo, como habría estado haciendo desde tiempos inmemoriales.

Surgida a finales del siglo XVIII alrededor de una casa de cambio en Fráncfort del Meno, la dinastía Rothschild no tardó en convertirse en una de las más importantes del mundo, gracias a sus buenas relaciones con las monarquías del continente europeo que, a cambio de ayuda financiera, les habrían otorgado poder y títulos nobiliarios.

Hélène Rochas, con un gramófono en la cabeza en la fiesta de los Rothschild.

Hélène Rochas, con un gramófono en la cabeza en la fiesta de los Rothschild. / ARCHIVO

La ayuda económica de los Rothschild resultó clave para financiar, por ejemplo, la guerra de los ingleses contra Napoleón, la independencia de Brasil del reino de Portugal, la creación de Rhodesia, el desarrollo del ferrocarril, la construcción del canal de Suez, la exploración de materias primas en todo el mundo y la explotación de las mismas, como las minas de Río Tinto en España. De hecho, y a pesar de la merma de su poder en las últimas décadas provocada principalmente por la crisis bursátil de 1929, la persecución sufrida a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y la expropiación de parte de sus empresas durante el gobierno de Françoise Mitterrand, el papel de los Rothschild ha sido decisivo y notorio en el desarrollo de la historia mundial de los últimos siglos.

Tal y como afirmaba Ricardo Piglia en sus cuadernos de Emilio Renzi, "también los paranoicos tienen enemigos", por lo que no hay necesidad de recurrir a teorías conspiranoicas o leyendas urbanas para aderezar unos hechos que, como la fiesta surrealista de 1972, no son más que eventos de una clase opulenta con gustos excéntricos que disfruta de un incuestionable poder, el cual se muestra abiertamente y sin veladuras.