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Julio Llamazares: «Hablar de cultura en una sociedad como la actual es casi provocador y revolucionario»

«Envidio de Walter Benjamin la posibilidad que tuvo de conocer el paraíso de Ibiza en estado puro», asegura el escritor leonés, que publicó en abril la novela ‘Vagalume’

El escritor leonés Julio Llamazares, ayer, en Eivissa.

El escritor leonés Julio Llamazares, ayer, en Eivissa. / TONI ESCOBAR

Hace cuatro años que Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) no pisaba Ibiza. Lo ha hecho esta semana para participar en la presentación en el MACE de la publicación ‘Ibiza, la isla perdida de Walter Benjamin’ (Eolas Ediciones), de Cecilia Orueta, fotógrafa, restauradora de pintura y también su pareja. El escritor leonés, que lleva décadas visitando la isla, desde que se la descubrió un buen amigo leonés maestro de escuela (Ángel Segura, alias Modoso), ha sido testigo de su evolución y aunque no recuerda una isla como la que tuvo la suerte de contemplar el intelectual alemán en los años 30 del siglo XX, sí conserva en la memoria la imagen de una Ibiza, la de los 80, «mucho más tranquila y menos masificada». De eso y de su última novela, ‘Vagalume’ (Alfaguara), habla largo y tendido con Diario de Ibiza en el emblemático Hotel Montesol, en el pasado el Gran Hotel, que, por cierto, se inauguró en el verano de 1933, coincidiendo con la segunda estancia de Benjamin en la isla.

¿Cómo ha encontrado la isla? ¿Sigue siendo, después de 40 años visitándola con asiduidad, la imagen más cercana al paraíso que conoce?

Para mí y para muchísima gente Ibiza, por lo menos algunas de sus zonas, sigue siendo esa imagen que tenían los primeros viajeros que llegaron a la isla a principios del siglo XX, como Walter Benjamin. Pero hay dos Eivisses, la masificada y más turística y la que sobrevive a esta Ibiza del turismo. O sea, sigue siendo la imagen más próxima al paraíso que conozco, junto a otras islas del Mediterráneo, lo único que también es la imagen de lo que puede hacer el hombre con el paraíso.

¿Quiere decir destruirlo?

No destruirlo, pero sí arrasarlo.

El motivo de su visita a Ibiza en esta ocasión ha sido participar en la presentación de ‘Ibiza, la isla perdida de Walter Benjamin’, el libro de fotografías de Cecilia Orueta, su pareja. Creo que fue ella la que se lo propuso y que no costó convencerle...

De todos los libros que ha hecho Cecilia, éste es el único en el que no he tenido ninguna intervención y, aunque dije que sí a presentárselo, creo que yo no era la persona más indicada, porque, además, mi condición de pareja de Cecilia hace que cualquier comentario halagador resulte impúdico. Lo lógico es que se lo hubieran presentado otras personas con mucho más criterio y conocimientos que yo de Walter Benjamin y sus estancias en Ibiza.

«Hablar de cultura en una sociedad como la actual es casi provocador y revolucionario»

Julio Llamazares, en un momento de la entrevista con Diario de Ibiza. / Toni Escobar

Para la presentación tuvo que ahondar en la figura de Benjamin. ¿Con qué se queda de todo lo que ha leído sobre él?

De Benjamin, por un lado, envidio la posibilidad que tuvo, él y otros pioneros del prototurismo ibicenco, de conocer el paraíso de Ibiza en estado puro. De su figura me quedo también con su coherencia intelectual. Además, comparto con él ese sentimiento de extranjería que caracteriza a muchos escritores y filósofos. El ser extranjero no es una condición administrativa, es un sentimiento del alma. Cuando te das cuenta de que no entiendes mucho de lo que te rodea, te sientes extranjero, pero no es un sentimiento que nazca de la soberbia, al revés, nace del estupor y la extrañeza ante la vida común. Yo cada vez entiendo menos lo que hace y dice la gente en general y eso provoca que me sienta fuera de su vida. Ese es el sentimiento de extranjería.

¿Qué es lo que le produce más estupor de la gente?

Me sorprende casi todo. El problema es que tú te relacionas con tu gente, que es más o menos como tú, y hay un momento en que puedes llegar a creer que el mundo es así, hasta que sales de tu burbuja y te das cuenta de que no, de que tú eres un raro y un extranjero. Por esos los escritores nos volcamos en el mundo imaginario que construimos en los libros. Todo el que escribe por necesidad y por pasión se siente fuera del mundo real, si no, no escribiría.

En la presentación, hablando del trabajo de Cecilia Orueta, comentó que cuando uno fotografía hace una radiografía de su alma, lo mismo se puede aplicar al resto de artes, como la literatura. ¿Qué se puede ver de su alma en ‘Vagalume’?

En mi última novela hay mucho de mi alma y lo que no se puede ver se intuye, me imagino. Claro que yo soy el menos indicado para decirlo porque sólo leo los libros mientras los escribo y la lectura es completamente diferente a la del lector porque yo tengo todos los códigos y muchas más claves que él, lo que no quiere decir que mi lectura sea mejor que la suya. El que escribe está contando su alma, aunque hable de cosas que no tienen que ver con él. En ‘Vagalume’ eso es más evidente porque es una novela con una fuerte carga autobiográfica, no porque cuente cosas de mi vida sino porque está hablando de lo que ha sido mi vida, que es la escritura.

"Creo que la revolución real de las mujeres está viniendo del lado de la cultura"

La novela es una reflexión sobre el oficio de escribir en la que habla de periodismo y literatura. ¿En su opinión, tienen mucho en común?

El periodismo y la literatura son dos caras de la misma moneda, lo que pasa que las materias con las que trabajan periodistas y escritores son muy diferentes. El tiempo del periodismo es el presente y el tiempo de la literatura es el pasado y el futuro, sobre todo, el pasado, como decía Machado: «Se canta lo que se pierde». La herramienta con la que trabajamos es la misma, el lenguaje. El trabajo de los periodistas, pero sobre todo de los escritores, que tenemos más tiempo, consiste en picar y picar piedra toda la vida para conseguir sacar la máxima expresividad a las palabras.

César, el narrador de ‘Vagalume’, trabajó en su juventud en un diario de provincias como redactor de Cultura, una de las secciones, como se comenta en el libro, menos leídas, algo que sigue ocurriendo ahora...

Sí, sigue ocurriendo. En prensa, la sección más importante, que es la de Cultura, es la más menospreciada. Digo que es la más importante porque si tú lees las páginas de Cultura con cierta atención ya vas a adivinar lo que va a salir, por ejemplo, en las de Nacional tiempo después. La cultura no es un relato de las presentaciones de libros, las exposiciones, los conciertos... La cultura es lo que te queda cuando has olvidado lo que aprendiste. Pero hay un menosprecio hacia ella que tiene que ver con la sacralización que hay en esta sociedad del éxito y del dinero. La cultura se considera una pérdida de tiempo cuando es todo lo contrario, en mi opinión. Ese menosprecio no sólo está en los periódicos, está en la vida en general. Yo lo viví cuando empezaba, hay una especie de compasión paternalista hacia ese hijo de unos amigos o de un familiar que, en lugar de estudiar Ingeniería de Caminos o Medicina, se dedica a escribir o a tocar un instrumento. Y luego hay un menosprecio que va unido al menosprecio a la mujer que se da cuando en un equipo de gobierno con una integrante femenina le otorga a ella el área de Cultura. Un ejemplo es Soledad Becerril, la primera ministra de la democracia española, con UCD, a la que se le encomendó la cartera de Cultura. El mensaje que hay detrás es que la mujer sólo sirve para la Cultura, que es una cosa sin importancia, y la vez que la Cultura es una cosa de mujeres.

En el fondo es hacernos un favor a las mujeres.

Os están haciendo un favor y, de hecho, yo creo que la revolución real de las mujeres está viniendo del lado de la cultura. Observo desde hace mucho tiempo que en cualquier acto cultural la mayoría son mujeres. Los hombres tienen una mirada un poco despectiva hacia la cultura en general cuando es lo más importante que tenemos. Lo que nos queda de los griegos o los romanos es su literatura, su arte, su arquitectura...Eso es el alma de un pueblo, pero en el presente hay un desprecio casi mayoritario que se cultiva desde los colegios, cuando te dicen que estudies Ciencias y no Humanidades. Hablar de cultura en una sociedad como ésta es casi provocador y revolucionario.

"La tensión continua y cada vez más desequilibrada entre el criterio comercial y el literario se ve claramente en la Feria del Libro, donde el 90% son famosos, no escritores"

¿Qué opina de que en el sector editorial haya una tendencia cada vez más acusada a apostar por libros de personajes famosos e influencers buscando la rentabilidad por encima de la calidad literaria?

Por suerte, todavía quedan reductos dentro de las grandes editoriales para gente como yo y editoriales pequeñas o medianas que quieren navegar en medio del mar de las sirenas sin escuchar sus cantos, pero cada vez es más difícil para los editores porque, al final, lo que está pasando en el mundo editorial es lo mismo que ha ocurrido en el sector bancario, me refiero a la concentración de poder. La mayor parte de las editoriales son de dos o tres grandes grupos multinacionales y encima de esa pirámide hay unos personajes a los que lo que más les importa es la cuenta de resultados. Eso, a veces, hace que se prime lo comercial sobre lo literario. Lo mismo ocurre en el periodismo y en todos los ámbitos. Vivimos en un sistema capitalista y, por tanto, lo que manda es la cuenta de resultados. Esa tensión continua y cada vez más desequilibrada entre el criterio comercial y el literario se ve claramente en la Feria del Libro, donde el 90 por ciento de los que están firmando no son escritores, son famosos que escriben o a los que les apañan libros.

Hablando del sector editorial y de ‘Vagalume’, el protagonista, Manuel Castro, tiene muchos puntos en común con su primer editor, Mario Lacruz...

Las novelas se escriben durante toda la vida, vas viviendo, vas pensando y eso va sedimentado en tu conciencia y un día hay un chispazo que hace que todo explote. En el caso de ‘Vagalume’, lo que encendió la pólvora fue descubrir que Mario Lacruz, que fue mi primer editor como novelista y que había sido escritor de joven, había seguido escribiendo toda su vida sin que lo supiera su familia y lo que es más increíble, sin publicar, siendo el editor más importante del país. Me lo contó por teléfono uno de sus hijos un tiempo después de morir su padre. Hay momentos en la vida como éste que tienes la sensación de metes los dedos en un enchufe y de que te da un calambrazo, una descarga eléctrica que remueve todo lo que tienes dentro. Por cierto, Mario Lacruz es un ejemplo del cambio del que hablábamos del mundo editorial antiguo al moderno. Yo recuerdo conversaciones de hace ya treinta años con él, que era un editor antiguo en un mundo que empezaba a hacerse más comercial y más invasivo, en las que me hablaba de su incomodidad como editor y que lo quería dejar. Se quejaba de que ahora lo importante no es que la novela sea buena, es que se venda, cuando eso a veces no coincide.

¿Para quién escribe usted?

Para mí y para esos lectores que sé que tengo, pero no pienso en ellos cuando escribo. Cuando lo hago, intento pensar en el libro que a mí me gustaría hacer, si no, no trabajaría tanto en cada uno, porque el primer lector y el primer crítico eres tú. Por eso a mí no me afectan demasiado las críticas ni a favor ni en contra. Si yo no estoy muy satisfecho con lo que he hecho ya me pueden decir que es una maravilla que yo no me lo acabo de creer y al revés.

¿Escribe como lo hacía Manuel Castro, para sobrevivir a la pena?

Los escritores somos personas que estamos en desacuerdo con el mundo y la escritura es un refugio y un consuelo tanto para nosotros como para nuestros lectores.

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