Arte & Letras

Se acabó la fiesta

La ecuatoriana Yuliana Ortiz relata en ‘Fiebre de carnaval’ el tránsito de una niña a la pubertad, en un pueblo que se detiene con la llegada del carnaval, y tiene como dramático fin de fiesta la gran crisis del país en 1999

Se acabó la fiesta

Se acabó la fiesta / Enrique Benítez

Enrique Benítez

Enrique Benítez

Se acerca el lector a este libro de la escritora ecuatoriana Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992) con ciertas precauciones. Sospecha que, quizás, pueda tratarse de una operación de mercado, atraída la seria editorial La Navaja Suiza -que ha publicado a William H. Gass y otros selectos personajes- por el tirón comercial evidente de las escritoras hispanoamericanas en los años recientes, con Ecuador como punta de lanza, gracias a nombres como María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Daniela Alcívar Bellolio, Natalia García Freire o Sabrina Duque, por citar los nombres más conocidos. Pero en la primera página ya suena Héctor Lavoe, y la cabeza se deja llevar por la música y la letra de sus grandes temas, ‘Tu amor es un periódico de ayer’, ‘Juanito Alimaña’, ‘El cantante’, ‘El todopoderoso’, y las páginas fluyen en sabrosa agarradera, calentura y arrechera con Ray Barretto, La Lupe, Los Van Van o la enorme Celia Cruz, cuya salsa carnavalera impregna la totalidad de la historia.

Ainhoa es la niña protagonista, que aprende, rodeada de tías y primas protegidas de los hombres, bajo la férrea mirada del abuelo, que hay que cuidarse siempre del amor de los hombres, porque los hombres enamorados son capaces de hacer cualquier tontería, y que no hay mayor desgracia que la de ser una joven hermosa en el Ecuador profundo de los primeros años 90. Esta niña que sueña y observa, que lee y escucha a sus abuelas, a sus tías, a su madre y su padre, que se entera de todo lo que pasa a su alrededor pero que aún no tiene palabras para explicarse, narra en primera persona la organización interna de la casa en la que viven todos juntos, una casa grande que es un refugio, pero también una trampa.

A su padre le gustan el tabaco y el güisqui, y trabaja en una empresa eléctrica. Le hace gracia que su madre, protegida de miradas y delirios, se saliera del estricto camino marcado por la familia precisamente una tarde de carnaval, en la que fue a encontrarse con ese obrero comunista que sería su padre. Todo en la novela gira en torno a la música, a las letras de las canciones, a la felicidad que supone escuchar la radio o el tocadiscos a todo volumen mientras los dramas familiares fermentan en silencio, inevitables como la maldición del destino. En esta travesía vital de la niñez a la adolescencia, de niña a mujer, Ainhoa será la relatora certera de esos movimientos invisibles y subterráneos que agitan a su propia familia, utilizando un lenguaje sutil y poético que nos recuerda la riqueza del castellano transatlántico, preñado de palabras autóctonas, expresiones esenciales y místicas indígenas. Algunos momentos recuerdan esa otra novela de Rita Indiana, Nombres y animales, que ofrece la mirada limpia sobre la vida de una niña mulata en la República Dominicana de 1992.

Yuliana Ortiz Ruano es afrodescendiente, negra, reivindicativa. Y esta novela, su primera novela, sirve también para traer al presente toda esa narrativa producida en países como Ecuador, Colombia, Perú o las islas caribeñas, escritas por gentes de color que han sabido condimentar la gramática castellana con los sabrosos giros africanos. En Colombia, de hecho, se celebra el 25 de mayo como el Día de la Afrocolombianidad, y ese movimiento de rescate de lo invisible, de lo secundario, de lo anecdótico, sirve para lanzarnos la invitación a la lectura de los hermanos Delia y Manuel Zapata Olivella, de la misma manera que en Perú se reclama la literatura afroperuana y en las islas caribeñas se vuelve la cara hacia ese lenguaje literario que mezcla castellano, inglés y palabras autóctonas.

Yuliana Ortiz

Fiebre de carnaval

 Editorial: La Navaja Suiza

Precio; 17,90 € 

En Ecuador, tan fronterizo en todo con la gran Colombia, este movimiento tiene sus propios nombres y estrategias. En una certera entrevista en la revista Mercurio, que firma Bruno Padilla del Valle, reconoce la autora la influencia de Kamau Brathwaite y el concepto que utiliza para referirse a las lenguas submarinas que emergen en el habla y poesía popular en el Caribe anglófono: el concepto de lenguaje nación. Una construcción teórica que habilita a Yuliana Ortiz a volcar en este libro lleno de vida salvaje el habla coloquial de su entorno, tal y como ella la ha escuchado.

El carnaval no resulta tan pintoresco y divertido para la joven Ainhoa como resulta serlo para los mayores, que se emborrachan a ritmo de rumba y salsa, meneando duro sus culos y caderas. El paseo por la ciudad entregada al desmadre como si cada año fuese el último, muestra a la niña todos los riesgos y peligros de una joven desprotegida en un ambiente de diversión descontrolada y normas escritas para los hombres. No es fácil, no puede serlo, nunca lo ha sido, convivir con la extrema violencia de una sucia mirada masculina de deseo, ese tipo de miradas y gestos y hechos que no se detienen ante la edad, la inocencia o la indefensión. El fin de fiesta llega para la ciudad donde vive Ainhoa, y para todo el país, con la crisis de 1999, que obligará a 400.000 ecuatorianos a salir a buscarse la vida a Estados Unidos, España o Italia. De noche y de día es crisis la nueva rumba que se baila en la radio. España y Madrid en el horizonte de miles de familias que lo han perdido todo en un país dolarizado carcomido por la inflación.

Una novela que gustará a quienes quieran descubrir nuevas voces y adentrarse en páginas llenas de magia, inocencia y lenguaje submarino, inédito, auténtico, ancestral. Un ejercicio de orgullo que muestra todas las posibilidades literarias de la cohabitación de culturas, de la irrupción de ese nuevo lenguaje nación.

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