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El casalot

El Casalot

El Casalot / PABLO GARCIA

Por Miguel Ángel González

El torrencial volcado de libros que descubrimos la Diada de Sant Jordi nos dice que tenemos una oferta literaria muy superior a la demanda. Esta inflación librera explica que millones de libros acaben convertidos en pasta y papel reciclado para nuevos libros. El letraherido tiene que seleccionar lo que lee, incapaz de abarcar lo que se publica. Y para no malbaratar sus horas, acude al valor seguro, decide releer. Sabe que «vale más bueno conocido que malo por conocer» y que el tiempo, juez implacable, sólo salva los libros que lo merecen. Es preferible volver a los textos que dejan poso. Que no tienen por qué ser ‘La Odisea’ o ‘El Quijote’. Como quien dice, sin salir de casa, puede -podemos- recuperar ‘L’any en estampes’, de Marià Villangómez, ‘El vas de plata’, de Antoni Marí, ‘Els deixants de la llum’, de Josep Marí y ‘Un al·lot eivissenc a la Guerra Civil’, de Rafel Tur Costa. ¡Pequeñas joyas! ¡Grandísimos textos!

En este revival literario, la enclaustración pandémica me permitió encarar un texto dickensiano poco conocido que les recomiendo. Tiene más de mil páginas, pero no se arruguen. Hay pocas novelas que le hagan sombra. Publicada como ‘Casa desolada’ en castellano, prefiero ‘El casalot’, en catalán, formidable traducción de Sergi Pàmies para Editorial Destino. Harold Bloom la califica ‘novela canónica’. Cuando Dickens la escribe, (1852), es ya un autor de prestigio que ha publicado ‘Los papeles póstumos del Club Pickwick’ (1936), ‘Oliver Twist’ (1837) y ‘David Copperfield’ (1849). ‘El Casalot’ se publica en 20 entregas mensuales que los lectores esperan con expectación. Sátira, intriga policial y tragedia, la trama es un mero pretexto: Esther Summerson, abandonada al nacer, es la protegida de John Jarndyce, gentleman prototípico que también acoge en su casona a Ada y Richard, sus primos y adolescentes, huérfanos e indigentes a causa de una disputada herencia por la que John litiga sin resultado en los tribunales. Lo sorprendente de este sencillo argumento es su rabiosa actualidad. Dickens habla de codicia y usura, de familias rotas por una herencia, de la contaminación que sufre Londres, del mal gobierno, de la manipulación y opresión de los poderes públicos, de la burocracia, lentitud e inoperancia, de la Justicia, de todo un sistema que roza el absurdo y se refugia en el anonimato del poder, ante el cual el individuo, entre el desconcierto, la frustración y la incertidumbre, se hunde en la impotencia. De estos temas beben Dostoyevski en ‘Crimen y castigo’, Kafka en ‘El proceso’ y Orwell en ‘1984’. Los tres se confiesan incondicionales lectores de Dickens.

Dickens no tiene rival en la ‘configuración de los personajes’, posiblemente porque reencarnan las virtudes y los defectos de la condición humana

Con una ironía inmisericorde, sarcástica y lacerante, Dickens hace una crítica feroz de la sociedad inglesa, de la judicatura y el poder, defendiendo siempre a los desfavorecidos. Una actitud que explica su dolorosa experiencia. Dickens vive su infancia en un suburbio muy pobre de Londres, no recibe ninguna educación hasta los 9 años, su padre es un despilfarrador compulsivo que acaba en la cárcel y con él, en la prisión, –como entonces se autorizaba- vive la familia; Charles empieza a trabajar a los 12 años, diez horas diarias en una fábrica zapatos. Por 6 chelines a la semana que tiene que entregar a su familia, pasa su adolescencia pegando etiquetas en los botes de shoes polisch (betún para el calzado): «Yo no recibía ningún consejo –escribe-, ningún apoyo, estímulo ni consuelo, ninguna ayuda que pueda recordar. ¡Deseaba morirme!». Estas vivencias marcan su escritura en la que denunciará siempre la pobreza, la nefasta estratificación social de la sociedad victoriana y las condiciones deplorables que sufren los más débiles, las clases proletarias.

Pero no es sólo eso. Dickens no tiene rival en la ‘configuración de los personajes’, siempre inolvidables y cercanos, posiblemente porque reencarnan las virtudes y los defectos de la condición humana, la mezquindad y la avaricia, pero también la bonhomía, la abnegación y la lucha por la superación. Lejos de ser marionetas en manos del escritor, sus personajes son a tal punto de carne y hueso que parecen temer vida fuera de la novela y nos reconocemos en ellos. Nos sorprende, también, la forma del relato que en su momento pudo resultar revolucionaria, al trabajar con el contrapunto de dos voces narrativas que se alternan en primera y tercera persona, la de Esther Summerson, la joven acogida por John, su tutor, y la de éste, que en buena medida es la voz del propio Dickens. Literatura, en fin, de alto voltaje.

Lírico y cómico

Y otro aspecto no menor de la obra es el inconfundible y particular estilo de Dickens, realista y de una extraordinaria finura poética, que en ningún momento pierde el componente cómico, satírico y paródico. La niebla y la suciedad londinense son una poderosa metáfora de una sociedad descompuesta, de unos medios de poder destructivos y una Judicatura anquilosada, inoperante y corrupta. No me resisto a cerrar estas notas sin dejar un ejemplo de esta atmósfera infecta con la que Dickens envuelve simbólicamente a todos los personajes, a toda las tramas y subtramas de este relato colosal:

«Als carrers hi ha tant fangueig com si les aigües s’haguessin acabat de retirar de la faç de la terra i no fos una cosa estranya poder trobar un megalosaure de quaranta peus de llarg trescant com un llangardaix gegantí Holborn Hill amunt. El fum davalla de les xemeneies i forma una boira pixanera fosca, (…) Boira a tot arreu, boira riu amunt i boira riu avall on llisca, espessa, entre els embarcadors i la brutícia riberenca d’una gran i sòrdida ciutat (…) La tarda és rúfola, la boira espesa i els carrers enfangats, a prop de Temple Bar, el vell i feixuc obstacle que s’aixeca com a digne ornament de la vella i feixuga institució que guarda. I al cor de la boira, l’il·lustríssim canceller celebra audiència al Tribunal Superior de la Cancelleria. Però la boira no arribarà mai a ser prou espessa, ni el fanguissar prou fondo, per estar a l’altura de la situació d’empanegament que aquest mesquí Tribunal Superior de la Cancelleria exhibeix». ¡Una gozada!

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