Lucía tiene 16 años y desde los 12 pasa sus tardes de ocio con sus amigas de tienda en tienda. El grupo de 10 o 12 chicas entra en distintos comercios de Vila, seleccionan ropa, se la prueban, se hacen fotos -«siempre, eso es como la ley de las compras», asegura-, las comparten entre ellas o las suben a redes sociales si les gusta «mucho el modelito» o salen «muy guapas y el conjunto es muy chulo», y, según el día y si lo que ven les encanta, «a veces» compran. Si no, se marchan, pasan a maquillarse en algunos casos por una tienda de cosmética, se van a cenar y hasta otro día.

Así es hoy la rutina de muchas adolescentes de Ibiza, que llevadas tal vez por la falta de alternativas, transforman su tiempo libre en horas de consumo vinculado a su apariencia física. «Aquí no hay ningún sitio donde pueda reunirme con la gente, entonces, cuando quedamos las amigas siempre vamos a mirar tiendas», dice la adolescente, que desearía encontrar lugares donde juntarse, «tomar algo, estar refugiados del frío o de la lluvia», sin necesidad de entrar a un restaurante de comida rápida porque «no hay nada fuera».

En el caso de Lucía, el sábado es el día que las amigas se juntan y van de tiendas. También pueden hacerlo el viernes, pero como algunas tienen actividades extraescolares, suelen ser menos. Y hay adolescentes que quedan cualquier día de la semana, incluso al salir del instituto. «Hacemos una ruta por las tiendas, miramos un poco y si vemos algo que nos gusta, nos lo probamos», cuenta.

«No sirven como clientela»

Sus establecimientos favoritos son las franquicias de ropa económica. Una de ellas es Pull&Bear, donde critican la actitud de algunos grupos de adolescentes que al salir de clase prácticamente invaden el local. «Se meten diez o doce prendas al probador y no compran, sólo se hacen fotos. Corren por la tienda, destrozan todo [en referencia al desorden que dejan], gritan», explican fuentes de esta tienda, donde aseguran que se trata de niñas de entre 14 y 17 años que en ocasiones van acompañadas de algún chico. «No sirven como clientela, igual se llevan una camiseta de 3,99 euros y ya está», indican y agregan que a algunas, entre las más mayores, incluso las han pillado robando.

En Mango también las conocen. «Pasan, se prueban bolsos, gafas. Van al probador y se hacen fotos, muchas fotos. Y algún accesorio puede que compren, pero no más», indican y apostillan que se trata de chicas de entre 14 y 17 años -«igual son hasta más pequeñas, pero aparentan más edad», dicen- que visten «muy modernas, estilo deportivo, con chándal o leggins de marca» y que acuden «sobre todo el fin de semana, los sábados y festivos» y después van «a Burger King o a McDonald´s a cenar».

«Aquí no vienen muchas niñas porque nuestro target es diferente», afirman en una tienda de lencería, donde una trabajadora señala que ve a adolescentes entrar «cada tarde» en establecimientos como Bershka o Pull&Bear: «Y son las mismas todos los días. Y dices: ´Pero si no han cambiado la ropa´».

En Zara coinciden en la manera de actuar de las jóvenes: «Vienen sobre todo los sábados por la tarde, sobre las 19.30 o 20 horas. Se cogen ropa, van al probador y se hacen fotos». En este caso, sostienen que la mayoría sí «suele comprar alguna cosa» y matizan que se trata de jóvenes de 18 o 19 años, ya que el perfil de la marca es «para gente de más edad» y no tanto adolescente. «El dinero debe ser de los padres, pero no gastan mucho», apostillan.

Seguidoras de ´influencers´

¿Por qué el afán por fotografiarse con la ropa que se prueban? Lucía sostiene que es algo que hacen siempre: «Es como la ley de las compras. Siempre que vas al probador te haces una foto». Apunta que la hacen «por tenerla» y que se ha convertido en «un hábito» que han copiado de las influencers a las que siguen: «Al ver que siempre se hacen fotos en los probadores, lo haces tú también».

«Mi grupo de amigas y yo seguimos a muchas influencers, youtubers, que siempre están subiendo cosas de ropa, de sus colecciones, y nosotras desde los 12 años nos hemos acostumbrado a subirlo todo», afirma y menciona sus dos referentes principales: Dulceida y Paula Gonu, «que son las que están más a nivel internacional». «Y también hay chicos. Hay uno que se llama Jonan que te ayuda mucho a maquillarte y todo eso y te da muchos consejos», sostiene.

No obstante, las imágenes las comparten entre las amigas -incluso se envían cuando van de compras con los padres para que les puedan dar su opinión sobre la ropa que se prueban y no compran hasta que no obtienen repuesta- y si salen «muy guapas y el conjunto es muy chulo», las cuelgan en sus redes sociales. Lucía no se muestra preocupada por la sobreexposición a la que se someten y lo percibe como algo natural. Asegura que en su caso no está pendiente de los ´me gusta´; eso sí, conoce adolescentes que si suben una foto y ésta no supera un número concreto de likes, la borran.

Preguntada sobre qué les ven a personas como Dulceida o Paula Gonu, la adolescente dice que le gusta «mucho verlas» porque les «enseñan cosas nuevas». «Por ejemplo te enseñan cómo maquillarte mejor, productos más buenos para el pelo, y eso está bastante bien. Por eso lo miramos todas». Y sobre si es una buena influencia, Lucía considera que «por una parte sí y por otra no». «La parte buena es que te se enseñan cómo maquillarte y todo eso. Y la mala es que ahora me estoy dando cuenta de que muchas niñas pequeñas, de 12 o 13 años, si no van como las influencers piensan que no son guays», explica y se refiere también a casos de adolescentes que «les montan un pollo a sus padres y se enfadan» si no se compran algo que llevan sus ídolos.

Reconoce que se da demasiada importancia a la imagen, las influencers las primeras. Pero apostilla que tanto ella como sus amigas ya no están en ese punto: «Si un día tenemos que salir en chándal y con moño súper feas, salimos», asegura.

La imagen, preocupación desde pequeñas

«Desde muy pequeñas están preocupadas por su imagen; es algo que sale como tema de referencia en las escuelas de padres de adolescentes. Empiezan a notar el cambio en la forma de vestir y que están tremendamente preocupadas por utilizar marcas», explica la responsable del Centro de Estudio y Prevención de Conductas Adictivas, Belén Alvite.

Alvite relaciona esto, por una parte, con el ejemplo que dan esas influencers a las que siguen, que «realmente lo único que hacen en sus páginas es publicidad». «Lo que pasa es que no lo viven como si fuera la publicidad de un anuncio de la tele, sino como que les dan consejos personales a ellas», cuenta la experta, y agrega que las adolescentes, principalmente -aunque «con los varones pasa exactamente igual pero empiezan algo más tarde-, piensan: ´Mira, qué enrollada, lo ha probado y nos cuenta cómo va´. Y ellas se fían en función de si les gusta la influencer».

En este sentido, resalta que también hay una edad en la que son más influenciables, normalmente entre los 12 y 15 años. Agrega que en el caso de las chicas, a partir de los 16, parece que «empiezan a madurar y a tener quizás un espíritu un poco más crítico». «No todas, pero en general sí», matiza.

Respecto al gasto que realizan, comenta que va en función del dinero del que pueden disponer. En este sentido, desde los comercios sí señalan que aunque las adolescentes no compren demasiado, suelen volver con sus madres o sus padres para llevarse aquello que se probaron y les gustó.

Sin lugares para divertirse

Por otra parte, para Alvite este tipo de ocio también está relacionado con que los adolescentes no tengan lugares a los que ir a divertirse, como dice Lucía. «En invierno no hay nada en Ibiza para los chicos y chicas de estas edades. No tienen espacios donde escuchar música o bailar, que es lo que les gusta», cuenta y apostilla que sólo hay bares «que empiezan a determinadas horas y donde hay consumo de alcohol» y que no son para ellos. Precisamente hasta hace unos años los chicos y chicas de 16 años contaban con la opción de acudir a las galas juveniles que por la tarde organizaban algunas discotecas.

«Entonces pasan el inicio de la tarde viendo ropa y haciendo compras y después se cenan una hamburguesa o van a un chino y ya está», apunta Alvite, quien hace hincapié en que uno de los valores sociales que más se está instaurando actualmente en la sociedad es «unificar ocio con consumo». Y pone el ejemplo, que no se da en Ibiza por la falta de estos espacios, de los centros comerciales de las ciudades, a los que familias enteras acuden «a pasar el día como forma de entretenimiento: compras, comida, cine, y ya está el día echado».

En el caso de Ibiza y cuando empieza el buen tiempo, las alternativas para los adolescentes se abren: «Tienen un Llaollao, dan un paseíto por el puerto, que ya hay cosas abiertas, van un rato a la playa, quedan en Talamanca, en sa Punta, porque los chicos van a tirarse desde las rocas... Se diversifica. Pero en invierno quitas todo eso y realmente no tienen nada», añade.