Opinión | Tribuna

‘Real Acadèmi de sa Llengo Baléà’

La noticia de que la Casa del Rey ha decidido otorgar el título de “Real” a un engendro promovido por Vox y bautizado como ‘Real Acadèmi de sa Llengo Baléà’ es de tal surrealismo que no lo habría superado ni Berlanga. Viene a ser lo mismo que si el jefe del Estado, que hasta ahora se había mostrado extremadamente escrupuloso con las entidades a las que prestaba su adjetivo, se lo concediera a cualquier otro grupúsculo igual de disparatado. Pongamos por caso la Real Asociación Esotérica Española, el Real Colectivo de Guitarristas al Aire, el Real Encuentro de Abducidos por Extraterrestres o el Real Campeonato de Planchado Extremo, que, para aquellos que no lo sepan, es un deporte de riesgo que consiste en desplegar una tabla y ponerse a planchar camisas al borde de un precipicio o hacerlo sobre una canoa mientras ésta se desliza por los rápidos de un río.

Como en Balears no tenemos suficientes tensiones y carencias por la falta de infraestructuras, la carestía de la vivienda, la saturación turística y tantos otros asuntos que sí afectan a la ciudadanía en su día a día, ahora viene la Casa Real a echar leña al fuego en un asunto polémico en el que no debería intervenir jamás. Con esta decisión incomprensible, concede la razón a los descreídos de la política, que afirman que ésta navega sin rumbo a consecuencia de los enajenados y radicales que se han colado en ella a través de las listas electorales, y que también opinan que incluso las instituciones antaño más fiables, como la Casa Real, ya no son lo mismo.

Llevamos unos cuantos años asistiendo a debates estrafalarios en las redes sociales, donde el que más tiempo libre tiene y más eleva el tono, con insultos a ser posible, acaba llevándose el gato al agua, por encima de quien se defiende con la verdad y la ciencia. Gente que argumenta, casi siempre con un torrente de faltas de ortografía, que cada isla tiene su propia lengua y que el catalán del archipiélago balear es un invento de los enemigos del Estado.

El ibicenco, incluso el que vota a Vox, nunca podrá sentirse identificado con una sandez bautizada como ‘Real Acadèmi de sa Llengo Baléà’. Más allá del dislate histórico, el palabro “llengo” siempre va a chirriarle por su soniquete palmesano. Y puestos a definir lenguas insulares y con una supuesta entidad propia, habría que determinar también las municipales, pues los de Vila hablan distinto a los de Sant Josep, y estos últimos incluso emplean matices y variables alternativas a los de Sant Jordi, que pertenecen al mismo Ayuntamiento. Y qué diablos, hasta yo tengo una vecina que bebe “aigua” y yo, en cambio, tomo “aigo”. Quizás debería proponer al jefe del Estado que me conceda el título de “Real” a la “Academia de la Lengua de mi Casa”. No resultaría más absurdo que el asunto que Vox se trae entre manos.

La gansada perpetrada por los impulsores de la ‘Acadèmi de sa Llengo Baléà’, ahora Real, es tan sonrojante y vergonzosa que no puedo evitar entrecomillarla, como se hace con cualquier alias que no representa un nombre verdadero. Quiero imaginar que los filtros que existen en la Casa Real para evitar que se cuelen tales paparruchas son eficaces y que, por una vez, por una concatenación de casualidades y una insólita alineación de los astros, ha ocurrido. Si no, no se entiende que un funcionario medianamente serio lo haya tramitado.

Hasta el Partido Popular, defensor a capa y espada de la Monarquía, ha tenido que salir al paso subrayando que la lengua oficial de Balears es el catalán, dando a entender que la Casa Real ha metido la pata. Incluso el rector de la Universitat de les Illes Balears, que encabeza la institución oficial consultiva en todo lo referido al catalán de las islas, ha manifestado, con comedimiento, que no sabe quién asesora a la Casa Real, pero que el consejo, en este caso, “ha sido defectuoso”.

Por inverosímil que parezca, dado que la ‘Real Acadèmi de sa Llengo Baléà’ la impulsa Vox y el gobierno popular depende de este partido para sacar adelante leyes y presupuestos, el proyecto podría acabar imponiéndose. Se traduciría en nuevas normas ortográficas, léxico y gramática. De producirse, en consecuencia, a los ibicencos no nos quedaría más remedio que exigir la inclusión de términos habituales en nuestro lenguaje, por muy bárbaros que resulten, como “hasta luegu”, “mançana” o “senisé”.

Si el rey emérito tuvo el coraje de pronunciar aquello de “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, cuando se marchó de cacería de elefantes a Botsuana sin avisar al Gobierno, la Casa Real bien puede rectificar, retirarle el adjetivo a esta parodia de academia y pedir perdón a los ciudadanos de Balears.

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