Un pueblo hecho de globos: el navideño regreso a Ibiza de la ciudad instantánea

Centenares de personas visitan la Ibiza Balloon Wonderland, construida con 100.000 globos

Cuenta con un túnel de caramelos, una fábrica de juguetes y la casa de Santa Claus

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Cogida de la mano, para que no se le escape y se le pierda entre tanta gente. O se caiga. En mitad de la casita de globos de Navidad, los ojos de Antonio se debaten entre admirar la cara de su mujer, Melina, o las figuras de aire que les rodean. Ganan la sonrisa y la mirada brillante de ella. Tiene un principio de alzhéimer, explica Antonio, que teme que ésta sea la última Navidad que puedan pasar juntos. «Vamos a ir a todo», comenta frente al escenario, un fondo de globos dorados en el que en ese momento una familia al completo posa para una foto una familia al completo. Con los elfos Cáscara y Pompón.

«¡Soy el único que tiene luces!», grita este último señalando su gorro parpadeante cuando, sin esperarlo, se apagan las luces y la música deja de sonar en la carpa dela plaza de Antonio Albert y Nieto. Son sólo unos segundos. Alba y Andrea, investigando el interior de una de las casitas de la instalación, apenas han tenido tiempo de darse cuenta del apagón cuando se vuelve a hacer la luz. «...120, 121, 122...». Andrés, portmanyí de siete años, se ha propuesto comprobar que, efectivamente, la Ibiza Balloon Wonderland la forman cien mil globos. Una labor que le va a llevar un tiempo, indica su madre, Estrella, plantada en los primeros metros del túnel de acceso. Una galería forrada de caramelos, bastones, elfos, elfas, caras de reno, Papá Noel, estrellas... Todos ellos henchidos hasta el límite. Apretados unos contra los otros. Turgentes. Brillantes.

Así es el pueblo navideño de Ibiza hecho con 100.000 globos

Esta ciudad instantánea que poco tiene que ver con la de Prada Poole la pueblan niñas de largas trenzas, cascanueces, aviadores, cosacos, muñecos de nieve, renos e hinchados osos de peluche a los que no les faltan ni las costuras ni el corazón. Aunque éste último se lo haya tenido que pintar, a mano, alguno de los 40 artistas de globoflexia que han insuflado vida, exhalación a exhalación, a la bautizada como Ibiza Balloon Wonderland. A la Globolandia ibicenca no le falta ni un trenecito, elemento que acaba de descubrir Sergio. Visita la carpa con su abuela Lourdes, que, como limpiadora del Ayuntamiento de Ibiza, fue una de las primeras en ver la titánica obra acabada. Ella y su compañera Kety lo dejaron todo en perfecto estado de revista antes de que abriera sus globosas puertas al público. «Estábamos pasando la aspiradora y nos parecía tan bonito, tan mágico... Hicimos un montón de fotos y vídeos», comenta la limpiadora mientras su nieto continúa observándolo todo. «¡Qué chulo!», exclama. La destinataria de esas fotos y esos vídeos grabados con el espacio en soledad y silencio, su hija, que se encuentra disfrutando de las bondades de Colombia.

«¡Cinco días ha costado hinchar todo esto! ¡Cinco días!», repite Pompón a todo el que quiera escucharle. Y es que una ciudad inflable no se levanta en un soplido. Así lo atestiguan las secuelas que tienen aún sus arquitectos y constructores, explica Marcelo Zaquieri, más conocido como Cachirulo. Él mismo tiene la mano hinchada de todos los globos que tuvo que anudar. A otra de las artistas se le inflamó la campanilla y el cansancio, el agotamiento y el dolor de cabeza es tal que el ibuprofeno se ha convertido en un amigo inseparable de todos ellos. Y el trabajo aún no ha acabado. Hasta mañana por la tarde, momento en el que esta ciudad efímera desaparecerá, tendrán que seguir imitando al lobo de los tres cerditos para reponer aquellos globos que se desinflen, revienten o se pinchen. «Iremos reponiendo, es algo que ya entra en los cálculos», afirma el popular payaso, que asegura que se trata del mayor montaje hecho con globos realizado nunca en España. «En el ámbito internacional sí que se han hecho cosas más grandes, pero a nivel nacional no», afirma el coordinador del proyecto, incluido en la Asociación Europea de Decoradores y Artistas del Globo (Aedag). De hecho, para montar el túnel de caramelos, la casa de Papá Noel y la fábrica de juguetes los artistas se dividieron en equipos en función de sus habilidades con los globos y, liderados por un capitán, fueron creándola.

La segunda vida del cascanueces

Zaquieri, consciente de las críticas que ha despertado la iniciativa, asegura que se trata de un proyecto sostenible: «Todos los globos de látex son biodegradables y los metálicos son de aluminio cien por cien reciclable, irán al contenedor de los envases». Eso, indica, será mañana. Aunque a algunas de las figuras les quedará aún vida por delante. El trenecito, por ejemplo, irá a la planta de Pediatría del Hospital Can Misses mientras que otros de los habitantes de esta ciudad efímera decorarán residencias, centros de mayores, recintos educativos...

«¡Cinco días inflando globos!», exclama, sorprendida, Nieves Blai, que lleva un rato deambulando entre globos y niños. «Dicen que han estado, incluso, sin dormir», comenta preguntando hasta cuándo puede visitarse. Y es que su intención es volver a pasarse por la ciudad de globos y darse un baño en las risas y la ilusión navideña que desprenden los pequeños que entran y salen de la casita de Santa Claus, se sientan en el trineo y tocan los cascabeles para comprobar si, en contra de lo que parecen, también son inflables. Necesita rodearse de alegría, explica Nieves. Le encanta la Navidad. O le encantaba. Siempre iba a bailar con su marido, explica, emocionada, al recordarlo.

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