Me encanta estrenar y me consta que en esto no soy muy original, pero me pirra la sensación que transmiten las sábanas recién puestas de un hotel sin importar lo viejas que estas sean siempre que huelan a lavandería y mantengan aunque sea una pizca de apresto crujiente.

Me gusta coger el segundo ejemplar de la pila de diarios en el quiosco o el primer trozo de una barra de pan antes de que llegue a la mesa. Como ya se intuye, por suerte no necesito grandes gastos para conseguir el subidón, así que no hace falta que te cuente (pero te lo cuento) la ilusión que me hace empezar un año. Trescientos sesenta y cinco días del tirón, nuevos, agrestes e inexplorados para que los estrenemos a placer. Como no soy tonta me consta que no todos van a ser buenos y que algunos serán de hecho, pésimos pero todos un misterio lleno de posibilidades.

Lo que vengo a explicarte es la ilusión que me hace estrenarme en esta nueva faceta como narradora que me da la posibilidad de compartir ideas y conocimientos que, aunque no sean siempre propios he ido recogiendo de aquí y de allá. Porque yo cuento, pero sobre todo me cuentan; todo el mundo me cuenta algo, los niños niñerías y los adultos adulteces, lo hacen constantemente, a veces de manera intencionada y otras sin darse cuenta ni siquiera de mi presencia en el supermercado o en el bar, pero también en las páginas de los diarios y de los libros. Y lo que me cuentan, lo cuento.

Lectura compulsiva

Es posible que en estas fiestas haya caído algún libro nuevo por casa o mejor dicho varios, varios o ninguno. Porque si hay algo que nos caracteriza a los lectores es que o lo somos de manera casi compulsiva o no somos lectores. Aquí no hay medias tintas, al menos yo no conozco a nadie que pueda leer solo un libro al año. Podemos leer 10, 30 o 50 según el tiempo disponible, pero incluso en un mal año difícilmente bajaremos de esa cifra. Los devoraremos a veces casi sin respirar entre página y página o nos deleitaremos en cada frase relamiéndonos con el regusto del párrafo recién saboreado. Escribiremos las mejores frases en una libreta para no olvidarlas, anotaremos ocurrencias en los márgenes o simplemente atesoraremos los momentos que pasamos juntos.

Eso si la historia nos merece la pena, de no ser así despotricaremos en voz queda y nos lamentaremos los euros gastados y los árboles que dieron la vida por tal bodrio, pero es que a veces por muy sesudos lectores que seamos, se nos va la vista y la cartera detrás de una portada bonita o del nombre de un autor o autora consagrados y entonces lamentamos no habernos pasado por la biblioteca pública que nos pille más cerca para conocer un poco más del libro de nuestros anhelos. Para una primera cita, vamos.

Los hay que piensan que leer es un placer solitario, pero a los que leemos nos encanta contar, la gran mayoría somos cronistas aficionados, nos pirra poder despotricar de este o aquel personaje aunque no nos interese saber ni el nombre de nuestros vecinos de carne y hueso, nos morimos por contar lo idiota que es el detective de turno que no ve lo que es evidente desde la pagina treinta y tres o, por el contrario alabar las virtudes de la niña valiente que cruza el bosque sin dejarse engañar o lo sagaz que fue el policía de la trilogía de turno en su segundo volumen.

Por suerte para esto y más, existen los clubs de lectura, clubs infantiles, clubs juveniles o de adultos donde dar rienda suelta a nuestras fobias y filias por tal o cual libro personaje o escritor, lugares ruidosos donde se mezclan las discusiones más elevadas con los temas más prosaicos y que dan a lugar un montón de anécdotas a veces tristes y a menudo divertidísimas, pero eso es otro cuento y como me estoy quedando sin espacio y el tema merece su lugar, si me lo permites, otro día te lo explico.