Oído en un bar muy céntrico de Jesús, ayer poco después de las 11 de la mañana de ayer:

«¿Qué te parece? Ya volvemos a estar aislados»,comenta un parroquiano al camarero de la barra.

«Otro cierre de fronteras, y para llegar por Talamanca igual, también de obras», le responde el empleado. Alude a la reforma del Hotel Playa Real, donde se interrumpe el tráfico cada vez que entra o sale un camión, que es a menudo.

«Me voy a tener que traer la cama», comenta resignado el cliente con una media sonrisa sarcástica.

Porque desde la mañana de ayer Jesús vuelve a estar en obras, con vallas que cierran al paso a lo largo de los 800 metros de su principal camino de acceso y que obligan a dar un rodeo de varios kilómetros para entrar o salir de esta población. Los vecinos lo viven con impotencia, y, sobre todo con hastío.

Predomina el hartazgo, después de una reforma que debía ser cosa de dos meses y que muchos de ellos ya advirtieron que se iba a torcer. «Dos años así», es la frase que más se repetía ayer en Jesús, un pueblo al que le han desgastado la paciencia a conciencia. Uno de los que insistían en que los problemas de esta reforma vienen de muy atrás, de cuando se decidió empezar por la travesía «en lugar de hacer antes la variante» es Norberto Apple, el propietario del restaurante Bon Lloc.

Se cierra el grifo

Se cierra el grifo

Parece lógico pensar que antes de acometer el embellecimiento de la entrada habría que sacar del pueblo el tráfico pesado de los camiones que vienen y van al vertedero o a la cantera en regeneración de Santa Bárbara. Y eso sólo lo podía lograr la variante. Pero alguien en el Consell decidió invertir el orden lógico de las cosas, algo que Apple imputa a la exconsellera Pepa Costa. «Es lo último que debían haber hecho, y es culpa del PP», opina el empresario, que 'sólo' echa en cara a los actuales gobernantes de la institución insular «lo mal que se ha hecho la obra» que, desde ayer, se intenta reparar.

A las 11 de la mañana salía por la travesía el último borbotón de coches procedente de Vila, antes de que se cerrara del todo el grifo del tráfico. Al otro lado, se colapsó instantáneamente la carretera con el tapón que formaron los vehículos que se vieron obligados a completar la rotonda para reincorporarse a la cargada carretera de Santa Eulària de nuevo para llegar hasta el primer desvío hacia Jesús, por la estrecha calle de la Falcilla. Impresionaba la imagen de los tres carriles que confluyen en uno solo, al final de la E-20, totalmente atestados, con los coches que salían del paso elevado, los del primer cinturón y los que se reincorporaban del desvío a Jesús.

Los que querían salir del pueblo se encontraron un poco antes con que ya no se les permitía hacerlo sino por el desvío frente a Eivissgarden, con lo que se pudieron reencontrar con el firme lleno de baches y parcheos de las callejuelas que llevan allí, porque aún no se ha repuesto el firme después del trajín que ha recibido durante los años de obras sucesivas en la vía principal.

Por la tarde, el colapso afectaba también al sentido de entrada a Vila, con largas retenciones desde antes del cruce de Can Clavos y hasta la rotonda provisional de Ca na Negreta.

Las obras afectan a la primera fase de la reforma del acceso a Jesús, unos trabajos que debían durar 45 días en su momento, pero tardaron más de siete meses en completarse, en enero de este año. Tras la negativa del Consell a dar el visto bueno al final de obra, por las deficiencias en su ejecución, ayer se retoman tras un mes y medio de relativa normalidad en el pueblo, «justo cuando empezaba a recuperarse», comentaban en un céntrico negocio.

«No van a arreglar nada»

«No van a arreglar nada»

Apple apunta que el último trimestre del año pasado ha sufrido «cuantiosas pérdidas, que no se van a recuperar». Le consta que hay clientes que ya ni se acercan a Jesús y tiene muy poca fe en que con la nueva reforma se vaya a arreglar «ninguno» de los problemas de la carretera.

Álex, que regenta una cruasantería, está «muy cansado» de hablar de las obras. «Lo único» que espera es «que las acaben de una vez y bien, que no se siga pagando por una tontería». Y que se cumplan los plazos, porque su negocio no resistirá tener empantanada la entrada «otros tres o cuatro meses». Y lo peor es que «no han valido la pena» los dos años que llevan entre zanjas en el pueblo.

Mari Carmen García, al frente del Hipercentro del pueblo, señala que las nuevas obras les van a «fastidiar bastante» y cruza los dedos para que la previsión se cumpla y las obras no se alarguen más allá, porque la Semana Santa está a la vuelta de la esquina y ve peligrar las cajas que reportan los propietarios de segundas residencias y hoteles de la zona. «Ya hemos sufrido una bajada de clientes grande y ahora estamos otra vez encerrados», se lamentaba García.

Tampoco Ángel Marí, empleado de la administración de Loterías, quiere saber «nada más» de obras. «Llevamos demasiado tiempo así», decía ayer, y por eso a él se le ha agotado el enfado: «Ni leo la prensa ya, porque estoy en un momento en que me da igual, sólo quiero que esto se acabe», decía desde detrás de la mampara, sin clientes que atender.

En lo que hay consenso es en que la entrada del pueblo ha «empeorado» con la reforma. «Es muy estrecha, con un palmo menos en cada carril», comentaba un cliente del estanco, «pero eso no van a arreglarlo». Los camiones de reparto que llegan a los negocios del pueblo se quejan de eso, y de los baches que hay en todo el tramo. Además de la falta de iluminación del vial o de que el hormigón del carril bici resulta muy resbaladizo en cuanto se moja.

A Apple le consta que varios negocios han cerrado, arrinconados por las pérdidas forzadas por las obras. Marzo debía ser el mes «para levantar un poco el negocio», comentaba el empresario, que ayer sentía que se lo han «anulado», porque nadie ha pensado en compensaciones para empresas como la suya, que tiene a 14 trabajadores en nómina incluso en invierno. «Este pueblo se siente castigado, y no representado», decía ayer el restaurador, harto de estar harto, como sus vecinos.