Can Joan d´en Lluquí es un oasis. Desde la carretera vieja de Portinatx se ve la casita blanca inmaculada rodeada de una leve franja de verde: el huerto de Bob. A los márgenes de la vivienda, algunos algarrobos y almendros exhiben su fruto, aún verde, y, frente a la entrada principal del caserón con cuatro siglos a sus espaldas, unos pocos restos de cenizas. De las terrazas de cultivo de más abajo ha tomado posesión la misma negrura que tizna los montes de esta zona. Los frondosos pinos se han convertido en oscuras garras esqueléticas que hasta ayer por la mañana amenazaban con asir la casa. Y lo hubieran hecho si no llega a llover. Y si no hubieran estado allí Belinda y Bob, que con dos amigos llevan desde el viernes por la mañana atacando las llamas «con regaderas y cubos». A su hija Ofelia, una pizpereta diablilla rubia que anda por allí descalza le decían que jugaban «a los bomberos». Aquí y allá siguen apareciendo rescoldos y brota de nuevo el humo. «Ahora aviso a Bob para que eche más agua», informa Belinda.

La mujer explica que les desalojaron a las siete de la mañana del jueves, pero la inquietud les hizo volver el viernes: «Tenía que ver cómo estaba mi casa», se justifica. Aseguraron a los agentes de un control que iban a por cuatro cosas y se quedaron para resistir los embates del incendio, que llegó a rodear todo el promontorio donde viven, incluso arrasó los árboles de los márgenes del camino de acceso. Una chica sueca que vive con ellos y un vecino de es Murtar que se marchó de allí por el humo completaron la improvisada brigada antiincendios.

El fuego rodeó la mesa en la que se desayunaban con es Amunts como postal de fondo, igual que el tipi, a pesar de que ardió parte de un algarrobo que hay entre este y la casa, y consumió a conciencia toda la hierba baja hasta la misma hilera de pequeñas parras que acaba de sembrar Bob y que están totalmente intactas. Sólo han perdido una vetusta furgoneta Volkswagen de Belinda para ir al mercadillo de Sant Jordi, pero han salvado su todoterreno y sus dos utilitarios.

«Han sido las hadas»

«La magia existe», reza una pegatina en una ventana. Belinda así lo cree: «Creo que hay hadas, o barruguets haciendo mucho pipí por este bosque», asegura medio en broma, convencida de que algo les ha ayudado todos estos días. «¿Dónde estaban los bomberos?», se pregunta. Tampoco ha visto aviones, solo los ha oído: «Y si estos días amanece a las 6.30, ¿por qué no los escuchaba volar hasta las 9.30?», añade enfadada por el daño enorme que ha sufrido la isla.

«Mi casa fue portada de Es Diari el viernes», asegura Mariano Solé, que la tuvo que abandonar el jueves a las tres de la madrugada y hasta el domingo no pudo volver. Cuando se marchó el fuego se abalanzaba sobre la vivienda. Tras mal dormir unas horas la primera noche que pasaron en un hotel de es Canar, él y su mujer volvieron al mirador de Portinatx para ver si se había salvado. «A la altura de Ca na Pepeta empecé a tener dolores de barriga y al llegar sufrí un ataque de ansiedad al verla en pie. Me abracé a mi esposa gritando ´la casa sigue viva´» y fueron corriendo a buscar algo para aliviarle. Es el momento en que peor lo ha pasado. Desde el viernes ha estado yendo del Puesto de Mando Avanzado de Can Curuné al mirador de Portinatx para ver si su casa seguía indemne.

Ayer, ya de vuelta, tuvo una pesadilla: «Me desperté a las tres de la madrugada oliendo a chamusquina, bajé al pasillo y había humo, salí a la calle y todo estaba bien, pero en el pasillo seguía viendo humo. Me froté los ojos y desapareció». Da gracias a todos los que han luchado contra las llamas.

Julián, que le escucha al otro lado de la barra del restaurante San Juan, en el pueblo homónimo, cree que alguna cosa se podría haber mejorado en la lucha contra el peor incendio que ha asolado Ibiza: «Hay gente mayor que conoce cada palmo del terreno y trucos de antaño para luchar contra el fuego a la que no se ha escuchado», asegura. Ha vivido estos días con «impotencia», porque, como él, dice que muchos vecinos habrían querido hacer algo más que mirar cómo las llamas iban tragando cada vez más bosque.

Dice que en estos días su clientela «se ha triplicado». Por las mesas del local han pasado muchos miembros de las brigadas del Ibanat y la UME, pero también, y sobre todo, «muchos curiosos». «Turismo catastrófico», le han dicho que se define a este tipo de personas, interesadas en visitar los lugares por donde han pasado terribles desastres. A Julián, ver el nefasto rastro de las llamas le causa «dolor», como a la mayoría. La normalidad la están recuperando con el retorno de los parroquianos habituales, de nuevo hay hippies en la terraza, aunque de tanto en tanto el olor a «barbacoa» que emanan los montes de alrededor del pueblo, que se avivó ayer con la lluvia, recuerda lo que ha pasado.

«No se habla de otra cosa», asegura Javi Marí, del Rincón Verde de Portinatx. Allí están convencidos de que el cortafuegos que abrieron en paralelo a la carretera vieja hacia Sant Joan les ha salvado. «Es mérito del Ayuntamiento, porque los del Ibanat no lo querían», asegura un cliente. En el local nadie discrepa de él. «Sant Joan tiene el paisaje más bonito de la isla, pero también es una bomba de relojería», asegura Marí, que lamenta la falta de limpieza en el monte, impenetrable en muchas zonas. «Hay más lugares que podrían arder, a ver si sobreviven al verano», añade otro.

Lluvia de cenizas

Durante dos días, hasta el sábado, les estuvo lloviendo ceniza y podían ver las llamas aproximarse desde el final de una vaguada que llega hasta el extremo sur de esta población. Marí explica que el fuego amenazó con rodearles también por Cala d´en Serra, por eso hasta el sábado por la noche tuvieron que dejar libre la plaza junto a su negocio por si se hacía necesario evacuar a la población. Estos días él ha tenido entre sus clientes a gente que ha pasado hasta tres días con la misma ropa encima, desalojados que hasta el domingo no pudieron volver a sus casas. También retornaron los clientes de los hoteles Greco y Palace, desalojados por los turoperadores por precaución.

En sa Cala de Sant Vicent, un camión se lleva uno de los generadores que se usaron cuando se cortó la luz. «Hemos estado bien», explica Oliver Torres, del restaurante Playa San Vicente, aunque «con pocos clientes», que empezaron a volver ayer. María Marí, que regenta una tienda de recuerdos y supermercado, dice que ha habido momentos de «nervios». «La gente pensaba que estábamos aislados», asegura, aunque en sus estantes no ha faltado «nada».