Desde la marina

Portmany, un olvido que nos empobrece

Me temo que si Portmany levantara la cabeza se pasaría por el arco de triunfo los tímidos y voluntariosos homenajes que muy de tarde en tarde le dedicamos. Lo cierto es que, después de tantos años, todavía no somos conscientes de qué se traía entre manos, no supimos ver que cada uno de sus pequeños dibujos era un grito de amor a la ciudad y a sus gentes, un grito de amor a la isla.

Sería por ignorancia, pero no le hicimos ni caso. Pasaba por ser un personaje singular, curioso, chocante, que tenía la extraña manía de dibujar lo que veía. Por fortuna, él iba a lo suyo, dibujar, dibujar y dibujar. Portmany, tal como lo recuerdo, no pasaba de ser una anécdota en la vida diaria de la Marina. Nadie entendía su enfebrecido garabateo con tinta china y caña sobre unos cartones. Fue necesario que, desde fuera, personas como el Marqués de Lozoya y el reconocido crítico Giralt Miracle nos dijeran de qué iba la cosa. Pero ni aún así lo entendimos. Y me temo que seguimos sin entenderlo.

A él, me consta, le dolió la indiferencia. Quien lo dude, puede asomarse a sus últimas voluntades. Ibiza se quedó sin el grueso de su legado porque no vimos el valor de su trabajo. Su obra, miles de dibujos, hubieran dado materia sobrada para que Ibiza tuviera un museo insólito, único. Porque Portmany fue único, un dibujante incomparable, de talla internacional. Pero no pudo ser.

En Portmany se cumple lo de que nadie es profeta en su tierra. Pero no nos equivoquemos, Portmany no ha perdido nada. Quien ha salido perdiendo es Ibiza. Él hizo lo que quería hacer y su obra, aunque dispersa, está ahí. El olvido en que tenemos a Portmany nos empobrece y es de vergüenza ajena. Precisamente para no olvidarlo, alguna vez he comentado que, como hemos hecho con nuestro poeta mayor, deberíamos recuperarlo y que pudiéramos volver a verlo en la Marina. Pienso en una estatua junto al Mercat Vell, junto al Rastrillo. Sería una modesta muestra de desagravio.

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