La ira de los gobernantes

«Hay profesionales de la ira, como síntoma de su propia debilidad, de su incapacidad para soportar la frustración porque no pueden ganar siempre y que los demás reconozcamos su autoridad»

Llevamos más de una década hablando de la indignación de los gobernados, buscando explicaciones al enfado seguido del desencanto de todos nosotros. Y no es que el miedo haya cambiado de bando, como manifestaba aquel partido que diagnosticó como nadie el malestar y fracasó como pocos en el encuentro de las soluciones pactadas. Es la rabia lo que hemos contagiado por capilaridad a las élites políticas, o quizás estamos en un circuito cerrado en el que nos retroalimentamos. Porque ya se sabe que todos somos parte de lo mismo y es imposible encontrar representantes que no compartan las virtudes y los defectos de los representados.

Hay profesionales de la ira, como síntoma de su propia debilidad, de su incapacidad para soportar la frustración que no entienden ganar siempre y que los demás reconozcamos su autoridad. Esos señores a los que si obedeces y acatas todo se desliza suavemente, eso sí, siempre con un rictus de violencia contenida, pero en el momento que le retiras el postre de la mesa se abalanzan contra el otro utilizando esa parte que no necesita de contención, ni de educación, la hostia limpia.

Niños pequeños envalentonados en cuerpos de hombre, que critican a las nuevas generaciones justo lo que ellos no son capaces de mantener en un escenario público. Ortega Smith tirándole un botellín de agua al concejal Rubiño, o los tres toques en la cara de Daniel Viondi al alcalde de Madrid son un fracaso personal que no ha superado el primer grado civilizatorio por mucha corbata, americana que se pongan e incluso galones orgullosos de una construcción de hombre valiente, que lamento quitarte la ilusión desde aquí, no eres.

En esta tendencia que tenemos por adoptar las modas, esperemos que Madrid no funcione como núcleo irradiador al resto del país. No sólo importamos el modo de vida americano por lo visto en la ficción, Trump fue un hecho cierto y el principio de esta ola de niños malcriados aupados al poder. Sigue sorprendiendo la poca capacidad que tenemos para admitir la derrota o gestionar la victoria una vez que la magia de nuestra seducción no funciona. El fin es el mismo, que los demás cumplan con agrado o sin él tu visión de la vida, hay veces que la maquinaria del encanto, de la propaganda y la mentira consigue que Donald o Milei lleguen a dirigir los designios del país, y hay otras que directamente sacan las armas, los tanques o el fósforo blanco para arrasar con el adversario. En ninguna circunstancia la violencia es el método de alcanzar justicia o de pelear por ella, lo diga Steinbeck en sus ‘Uvas de la ira’ o Josu Ternera en su cosmovisión paralela de la historia.

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