Recordando cuentos de Navidad

Hay un momento en el que en la cena de Navidad uno piensa más en los que faltan que en los que están, y estas reuniones se convierten en una sesión de espiritismo. Cuando la conversación no me interesa pienso en la tradición de los cuentos navideños anglosajones -en Dickens, por supuesto- pero mi favorito es el ‘Cuento de Navidad de Auggie Wren’ de Paul Auster, en el que una anciana confunde a un hombre con su nieto, y el tipo decide seguirle la corriente y pasa la noche de Navidad con la mujer. Recuerdo la cena que cierra ‘Dublineses’ de James Joyce, la conversación entre ese matrimonio, ese final inolvidable -«Su alma se desvanecía al escuchar caer la nieve débilmente sobre el universo»-. Recuerdo las navidades solitarias de Jack Lemmon y Shirley MacLaine en ‘El apartamento’ en el que ella se intenta suicidar, aunque esa historia tiene un final feliz. En catalán, me quedo con el villancico apócrifo que nos dejó Pau Riba en ese disco monumental que era el ‘Dioptria’. Se llama ‘Simfonia nº1. D’una nit, d’un matí de Nadal’. Riba se disfraza de Bob Dylan alucinado y nos muestra un retablo de personajes que intentan guarecerse del frío y la pobreza en una noche como la de hoy. Pero mi fábula navideña favorita es ‘Plácido’ de Berlanga, y la odisea de su protagonista para lograr 40 duros y evitar que le embarguen el motocarro. La familia de Plácido incluso pierde su cesta navideña en una última escena demoledora en la que escuchamos esa tonada que nos recuerda: «Madre, en la puerta hay un niño / tiritando está de frío / Anda y dile que entre, se calentará / Porque en esta tierra ya no hay caridad / ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá».

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