Para empezar

El milagro de Shane McGowan

He contado muchas veces la historia del único concierto de los Pogues al que asistí. Fue en las madrileñas fiestas de San Isidro del 89 (lo sé porque conservo la entrada). Me acababa de comprar su disco ‘If i should fall from grace with god’ y estaba enamorado, pero verlos en directo me golpeó en las costillas hasta dejarme sin respiración. Sobre el escenario había un tipo arrodillado cuya única misión era rellenar el vaso de ginebra a Shane McGowan cuando lo apuraba y encenderle un cigarrillo detrás de otro. Y así, bebiendo y fumando sin parar, nos noqueó a todos con su actitud punkarra y su voz estropajosa mientras la banda volaba con los sonidos nacidos sobre la hierba irlandesa. He seguido a Shane desde entonces, cuando cantaba y cuando dejó de hacerlo. He visto sus documentales y entrevistas, cada vez más destrozado por el alcohol y las drogas pero siempre lúcido en su poética. En 2021, tras estrenar la imprescindible película ‘Crock of Gold’, su director, Julian Temple, decía que era un milagro que Shane siguiera vivo. Ese milagro decayó finalmente con su muerte la semana pasada a los 65 años. Pero dejó 10.000 euros en su pub preferido, The Thatched Cottage, en Nenagh, para que sus colegas se corrieran una juerga de doce horas en su recuerdo. Qué mejor despedida. No pude ir Shane, lo siento.

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