La torre derruida de Pisa

La educación no es un ascensor social, ni una herramienta, ni un proceso para hacernos más libres, qué va. La educación es un arma, y como tal ha sido tratada por sucesivos gobiernos desde tiempos inmemoriales, en España y en el mundo entero. Porque quien controla la educación controla las mentes y la manera de entender y afrontar la vida de los alumnos, y por eso es imprescindible mantener a raya su capacidad crítica y que no se desmanden, no vayan a creerse ciudadanos de pleno derecho.

Acaban de salir los resultados del informe Pisa, y por más que los analistas hablen de tal o cual en comparación con esto o con lo otro (ya saben, la relatividad de las matemáticas), lo cierto es que somos un desastre sin paliativos. Entiendo que no todos van a estar de acuerdo, pero desde que se transfirieron las competencias educativas a las Comunidades Autónomas, cada taifa, con su caudillo a la cabeza, se las ha ingeniado para hacer a nuestros hijos más localistas, más provincianos, con una visión más sesgada del mundo y con menos capacidad de empatía con el resto. Si desde que tienes uso de razón te machacan con lo de que eres la mejor y más histórica comunidad y que las demás o te roban, o te envidian o te oprimen, pues creces con esa mediocre visión de la realidad. ¿Por qué creen ustedes que en estas décadas desde la Transición hemos tenido hasta seis leyes educativas diferentes, y ninguna por consenso? Si a esa parcialidad partidista le sumamos la ya mencionada regionalista, imaginen qué minúsculo periscopio para ver la realidad le ofrecemos a nuestros hijos.

En el estudio Pisa no se miden conocimientos concretos sin más, que eso aún tendría un pase, sino que se evalúa la capacidad de los estudiantes para entender y resolver problemas auténticos, o sea, desenvolverse en la vida. Y en esta edición España se ha pegado un batacazo en matemáticas y en comprensión lectora. Ni ciencias ni letras, simplemente ceporros.

Hay quien echa la culpa a los profesores, que solo piensan en vacaciones y en no dar clavo, que vaya vidorra se pegan y encima no saben explicar. Pues déjenme decirles que los docentes somos tan víctimas como nuestros alumnos de un sistema que sólo busca la ‘titulitis’, el pasar de curso como sea, el aprender lo mínimo y el cerrar el expediente. Y por más que se invierta en tecnología, en herramientas o en proyectos innovadores, es evidente que el sistema no funciona. No es realista volver a la pizarra y la tiza, pero tampoco es comprensible que los alumnos lleguen a los 14 años sin saber una tabla de multiplicar, sin ser capaces de buscar en un diccionario o sin entender lo que leen.

Las leyes se hacen en este caso, como en casi todos, en despachos alejados de los problemas reales, y en ellas se pretende lo fácil y cómodo: que nadie se frustre, que todos lleguen, que se iguale por lo bajo para no excluir. El resultado, ya lo ven, cada vez peor, con unos docentes desmotivados porque están casi obligados a aprobar o dejar pasar a todos, con unos alumnos que ven que su esfuerzo no marca la diferencia y con un poder político feliz de tener unos súbditos maleables y con nula capacidad de crítica real.

Que hay casos excepcionales, sin duda; que nuestros jóvenes tienen otras virtudes y otras habilidades, de acuerdo. Pero, hoy por hoy, la escuela es más freno de mentes que creadora de ingenios.

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