Parece una tontería

Y el infinito, qué

En mitad de unos problemas matemáticos que mi hija se trajo a casa, me quise hacer el listo y le pregunté qué pensaba del infinito. Ella tenía la cabeza inclinada sobre una mano, como si le pesase demasiado y el cuello no pudiese soportarla sin romperse. En esa posición, buscaba resolver cuántos pinos había en un pinar si al principio había 3.284, pero un incendio quemó 1.046, y a continuación se plantaron 1.845. Helena irguió la cabeza, me miró como si yo fuese una hormiga, y respondió a mi pregunta: «¿Y tú?». En qué momento había aprendido ese truco, pensé. Le confesé que a mí el infinito me ponía nervioso. Había algo en el hecho de que algunas cosas no encontrasen nunca un final que me incomodaba. «A mí también», se apresuró a añadir, sin decir nada más. Me pareció un muy buen segundo truco.

Esta breve conversación, que se acabó ahí, porque ella tenía que restar y sumar pinos, se originó, en realidad, dos días antes, en Pontevedra, durante la fiesta de cumpleaños de una amiga. Una de las invitadas, profesora de educación infantil, me contó que una vez le preguntó a unos de sus alumnos cuantos años tenía. «Tres», dijo el niño, mostrándoselo también con los dedos. «¿Y a que no sabes cuántos tengo yo?», preguntó la profesora. El niño la miró astutamente, y replicó seguro de sí mismo: «¡Siete!». Cuando la profesora le reveló que no, que tenía cuarenta, el niño abrió mucho los ojos, y luego dijo: «Pero profesora, ¡ese número no existe!».

La medida de las cosas requiere un paulatino aprendizaje. A lo absolutamente enorme, como a lo extraordinariamente pequeño, nos acercamos despacio, doblegando el escepticismo y la incredulidad de a poco. Es normal que en algún momento cuarenta parezca un número astronómico, mientras aún no conocemos las implicaciones del cero. La imaginación se ensancha progresivamente. Con el tiempo deja de aturdirte lo muy numeroso, aunque desazona. Hasta que un día comprendes que sea infinito el aburrimiento, la tristeza, el sueño, la resaca, la avaricia, la alegría. Todo.

Juan Tallón | Escritor

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