Una ibicenca fuera de Ibiza

Calaveritas literarias

Andaba intentando reservar entrada para ir a ver el Altar de Muertos cuando la web de Casa de México me ha pedido que confirme que soy humano. Qué paradoja. Qué discriminación. Y por otro lado, qué práctico, oigan. Que le pasó precisamente a una amiga el otro día; chateando mucho tiempo con un tipo al que creía humano y cuando por fin quedaron resultó ser un troll.

Otra paradoja es que este Día de Muertos de México fue catalogado por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad -‘Inmaterial’ y de la ‘Humanidad’- y de momento Todos los Santos o Halloween no. Chúpate esa, calabaza. Aunque siendo rigurosos, lo que Jack o’Lantern carga consigo por la eternidad tras su muerte sin Cielo ni Infierno es un nabo. Así se narraba en su historia original publicada en 1836 en el semanal Dublin Penny Journal. Luego una cosa llevó a la otra y la inmigración de irlandeses a Estados Unidos cambió el nabo por calabaza, lo mismito que el color del traje de Papá Noel que importaron los holandeses tras ficharlo la Coca Cola.

Pero tampoco sospechó La Catrina -la colorida calavera- que con los tiempos cambiando que es una barbaridad, acabaría convertida en el merchandising más vinculado a México en todas las formas imaginables y en el símbolo por excelencia del Día de Muertos, y que allende los mares marabuntas de vivos se maquillarían de calavera y se calzarían flores de cempasúchil en el pelo para irse a dar una vuelta. Vueltas que da la vida -y la muerte, ustedes ya me entienden…-.

Lo estará flipando en el más allá José Guadalupe Posada, el caricaturista que puso el talento manos a la obra en los llamados ‘periódicos de combate’, unas publicaciones satíricas donde se criticaban las salvajes diferencias entre clases sociales en el México previo a la revolución. Así surgiría en 1912 el personaje ‘La Calavera Garbancera’; un esqueleto al desnudo pero ataviado por un elegante sombrero. Por ‘garbancera’ se conocía a las personas que teniendo sangre indígena dejaron de vender maíz para vender garbanzos, pretendiendo ser vistos como europeos, renegando así de su propio estatus, herencia y cultura. «En los huesos pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz», se burlaba Posada en el pie de la viñeta. Quien no haya visto a un mileurista protestar porque suben los impuestos a las grandes fortunas, que tire la primera piedra.

La Garbancera dio un salto gigantesco en 1947, de la viñeta en blanco y negro al 4,7 x 15,6 metros de un colorido mural: ‘Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central’, obra de Diego Rivera, quien se autorretrata junto al mismísimo Posada, Frida Kahlo y llevándolo de la mano, La Garbancera finamente vestida, a la que continuando la mofa rebautizó como ‘La Catrina’ haciendo alusión al ‘catrín’, una suerte de dandy de la época.

Pero en vísperas del Día de Muertos, aquellas Garbanceras periodísticas iban acompañadas de ‘calaveritas literarias’, unas composiciones en verso que, como nuestras chirigotas, no dejaban títere con cabeza ni entre vivos ni entre muertos. Un ejemplo ibérico sería algo del tipo:

La muerte afilaba su guadaña,

sonriendo cual accionista de Iberdrola

y allá en Bruselas Puigdemont hacía la ola

(y las maletas tan contento)

dando por inminente su regreso

sin atender a los populares y su lamento

«¡España se rompe, se rompe España!».

A los españoles ya les daba lo mismo

que a ellos no se la dan con queso

Pase que nos prohíban volar en aviones

para viajar como pobres en locomotoras,

¿pero qué pretende este gobierno

en funciones

Frankenstein de ETA, separatistas

y comunismo,

que trabajemos menos horas?

¡Por mis cojones!

No importa si no ha llegado mi día,

si esta vida me espera ¡prefiero fallecer!».

Y cual si fuera un accionista del Santander…

la muerte frotándose las manos sonreía.

Y en este largo viaje entre crisantemos y flores de cempasúchil, entre calabazas y nabos; de la Garbancera a La Catrina hasta llegar al Día de Muertos, hay un importante nexo común: recordar a quienes se fueron ¡por supuesto!, pero también ver la muerte como una parte natural de la vida y recordar que si, a fin cuentas, todos nos vamos a morir, nada merece ser tomado tan en serio. Como decía Posada, que «la muerte es democrática, ya que, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera».

Y una última paradoja la encierra el diccionario: uno se va a morir, va a fallecer, perecer, fenecer, diñarla, palmarla, estirar la pata, irse para el otro barrio, irse a mejor vida… Pero en cambio, para eso que llamamos ‘vivir’, ¡vivir…! solo existe una palabra. Una y la vida son dos días. O tres si hacemos caso a la sabiduría de la recientemente fallecida María Jiménez: «La vida son tres días y dos está nublado, así que hay que aprovechar el que hace bueno».

@otropostdata

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