Porroig y s’Espalmador

Las pitiusas son unas islas fabulosas y paradisíacas a las que, sin embargo, no respetan ni los propios pitiusos. ¿Cómo podemos pretender entonces que no las maltraten nuestros visitantes? Pongamos como ejemplo las últimas noticias aparecidas sobre los fondeos ilegítimos que regenta el denominado “sheriff” de Porroig y las excursiones ilícitas a s’Espalmador. Ambos enclaves, donde el abuso y la ilegalidad campan a sus anchas sin que las administraciones competentes hagan lo suficiente para evitarlo, constituyen la perfecta metáfora de lo que decíamos al principio: carecemos de suficiente amor propio como para defender nuestra tierra y exigir que en ella predomine el equilibrio.

Es cierto que vivimos en un país garantista desde el punto de vista legislativo, y que eso, además, representa uno de los más importantes valores de nuestra democracia. Sin embargo, ello exige que se destinen suficientes medios para combatir a quienes operan fuera de los márgenes de la legalidad. De nada sirve aprobar leyes, proteger territorios y ordenar el funcionamiento de las actividades turísticas, si luego no se persigue al infractor con la contundencia requerida. La situación, de hecho, se nos ha ido tanto de las manos, que ahora mismo la piratería empresarial, sea de la índole que sea, afecta a todas y cada una de las parcelas de nuestra economía turística: alojamiento, excursiones, transporte, ocio, fondeos, etcétera.

A s’Espalmador, que es un islote altamente protegido y situado dentro del Parque Natural de ses Salines, acuden a diario distintas embarcaciones con docenas de turistas, que encallan en la arena y los desembarcan allí mismo, sin disponer de la preceptiva autorización para ello. Es un fenómeno lamentable, que implica una grave presión sobre un territorio frágil y que se lleva produciendo desde hace años, sin que nadie lo haya vigilado suficientemente y evitado.

En Porroig, no importa cuántas veces sea detenido el famoso “sheriff”, que gestiona un fondeadero con boyas desde hace años en una bahía pública, como si fuera de su propiedad y sin tener concesión alguna. Prueben ustedes a montar un tenderete para vender cualquier cosa en una plaza pública y observarán cuánto tiempo tarda en aparecer la policía y desmontar el chiringuito. A este personaje surrealista, sin embargo, no hay manera de pararle los pies, a pesar del insultante descaro con que realiza sus actividades.

El último capítulo: amenazar y proferir insultos homófobos a una pareja que se negó a abonar su impuesto revolucionario tras echar el ancla. Con el agravante, además, de que incumple a diario la sentencia judicial que le impide acercarse a menos de cien metros de esta orilla de es Cubells, tras asediar a otros navegantes que no quisieron aceptar su chantaje. No solo explota un negocio en un espacio público, sino que amenaza a todo aquel que no acepta sus exigencias económicas con un matonismo indisimulado. No importa cuántas veces lo detengan o sancionen, si pese a la reiteración queda sistemáticamente en libertad. Él sigue como siempre y, si eso ocurre, es porque no se aplica la misma tozudez en perseguirlo que la que él mismo despliega en sus ilegalidades. Obviamente, no se pueden dedicar recursos infinitos a irregularidades específicas, pero es que algunas y algunos ya se han convertido en un símbolo de lo que jamás debería ser Ibiza; y con esos símbolos solo cabe revertir la situación.

Lo mismo podemos aplicar a los fondeos ilegales en tantas zonas de la isla, a los chárteres que embarcan clientes, materiales y personal donde les place, aunque no dispongan de autorización para ello o tengan que navegar con sus neumáticas a motor junto a los bañistas, poniéndolos en peligro. La tipología de mercados piratas es tan amplia y variopinta en nuestras islas, que definitivamente hemos perdido toda posibilidad de evitarlos y devolver algo de normalidad a esta tierra. Aplicamos la falta de contundencia y la insuficiencia de medios, en lugar de cuidarla como un jardín, garantizando al mismo tiempo que el turista, del que vivimos y dependemos, no despegue con la sensación de que aquí se abusa del territorio y que el timo al viajero constituye una suerte de deporte nacional, en el que participan miles de vividores tanto foráneos como locales.

Porque, no nos engañemos; piratas hay de todos los colores, nacionalidades y procedencias, pero los filibusteros oriundos hacen tanto negocio como los forasteros. Precisamente por todas estas razones, Porroig y s’Espalmador, al igual que la bahía de Portmany y otros enclaves, deberían convertirse en una prioridad a la que dedicar todos los recursos que hagan falta.

Solo derribando los iconos de la ilegalidad se puede iniciar una lucha creíble contra la piratería empresarial. Hay demasiados para ir a por todos, pero se puede comenzar por los más visibles: esos que hasta ahora han operado con absoluta impunidad, riéndose en la cara de las autoridades, los ibicencos y su característica mansedumbre.

@xescuprats

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