O todos moros o todos cristianos

El reformador británico Robert Owen, que se dedicó a crear cooperativas en plena revolución industrial, escribió que “sin coherencia no hay ninguna fuerza moral”. Una máxima de aplicación directa a la Ibiza política, que se nos indigesta desde hace un buen puñado de años, precisamente porque se desangra en términos de coherencia. Desde un punto de vista administrativo, dicha expresión significa que todos los ciudadanos y empresas tienen los mismos derechos y deberes, y que no se somete a un régimen estricto a unos, mientras a otros se les otorga manga ancha.

El último ejemplo de una interminable lista ha tenido lugar en un restaurante situado en los confines del Parque Natural de ses Salines, que amenizaba las noches a sus clientes con música en vivo unas pocas veces a la semana, con un programa a base de jazz, flamenco, folk y géneros similares; es decir, músicas sin la menor estridencia. Dicho establecimiento ha tenido que suspender todos los conciertos previstos y ya cerrados con los músicos, tras recibir la visita de los técnicos de Medio Ambiente del Govern balear que regentan este espacio protegido, que les han impedido continuar con sus espectáculos, por ligeros y moderados que fueran. Los hacían, por cierto, amparándose en la ordenanza del Ayuntamiento de Sant Josep que permite este tipo de actuaciones y ajustándose al horario establecido.

Tal vez los tangos de Gardel o las bulerías de Paco de Lucía constituyan un factor crítico para la flora y la fauna, que reprima la reproducción de las aves y la polinización de las plantas. Como no soy técnico al respecto, lo desconozco, pero la actuación de estos técnicos solo puede calificarse de incomprensible e injusta, si nos atenemos a ese principio de coherencia con el que arrancaba este artículo, que, además, les niega todo atisbo de autoridad moral.

Dentro del Parque Natural de ses Salines y en su área de influencia hay un montón de beach clubs donde actúan djs a diario, que ponen música a todo trapo en la misma orilla del mar. También encontramos salas de fiestas, hoteles-discoteca y chiringuitos que montan juergas al atardecer, donde acuden a diario miles de personas, sin que nadie mueve un dedo para proteger a la fauna que pulula por estos lares y que, en algunos casos, están situados mucho más en el corazón del parque que el establecimiento que nos ocupa, tan periférico que podría haber quedado fuera, de la misma forma que quedaron otros gracias a una aleatoriedad fronteriza que no hay por dónde cogerla. Observen, por ejemplo, la línea del parque a su paso por es Jondal, que discurre justo al lado de uno de los más ruidosos beach clubs de la isla, dejándolo fuera.

Toda la zona del entorno de los estanques experimenta una congestión de tráfico mayúscula, los vendedores ambulantes son legión y excavan escondrijos en las dunas supuestamente protegidas, los chiringuitos sirven comidas y bebidas con mesas auxiliares en las hamacas desde hace años pese a estar prohibido, los chárteres ilegales campean por las playas a su antojo y trasladan clientes y víveres con sus neumáticas sorteando a los bañistas y, para colmo, en los últimos años, ante las narices de los técnicos de medio ambiente, cada viejo almacén de la infraestructura salinera se ha remodelado y transformado en casas de alquiler, a veces sin el preceptivo permiso de obras, como se ha denunciado de manera reiterada.

Sin embargo, los técnicos del Govern se dedican a combatir tangos y bulerías, hurtando la posibilidad a los músicos de seguir cantando y tocando en ese establecimiento. Para el local, que le quiten la música no supone ningún drama, ya que su mayor atractivo radica en su ubicación y en la calidad de su cocina, llenando a diario tanto con música como sin ella. Me cuentan que la única razón de programar conciertos radicaba en que querían que sus clientes conociesen la otra cara de Ibiza, la cultura musical que genera la isla más allá de los omnipresentes djs. De haber tramitado un permiso de actividad complementaria, podrían haberse dedicado a programar música electrónica todos los días y con muchos más decibelios, y probablemente nadie se lo hubiese prohibido.

Siguiendo con la coherencia, lo ocurrido en este restaurante viene a ser como los jolgorios que se organizan en una sala de fiestas del barrio de Can Bonet, en Sant Antoni, gracias a que se declaran de interés general, aunque sean un negocio privado que colapsa el barrio por completo. ¿Cómo se decide qué es o no de interés general? La aleatoriedad de los criterios que se aplican históricamente en todos los municipios ibicencos ha derivado en que hoy ya no tengamos la más remota idea. En Ibiza falta orden a raudales, pero mientras sigamos como estamos, o todos moros o todos cristianos.

@xescuprats

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