Obituario

Don Luis Suárez: adiós a una leyenda del fútbol

Con él se va una manera de ver el juego que él hizo mejor, más bello, más alegre. Igual que hablaba, así jugaba

Luis Suárez Miramontes.

Luis Suárez Miramontes. / INTER

Tenía un abrigo beis, el pelo echado hacia atrás, la boca entre silenciosa y a punto de masticar un recuerdo. La abrió para sonreír, asombrado, feliz, cuando tuvo delante a Gonzalo Suárez, que iba a encontrarse con él después de años sin verse. Don Luis Suárez abrazó al hijastro de Helenio Herrera, hablaron de fútbol desde el primer minuto del reencuentro, y era como si se desplazaran de nuevo al campo de Les Corts a ver cómo aquel Barça (Ramallets, Olivella, Gracia…, hasta llegar a Suárez y a Czibor) reinventaba el fútbol para ponerlo a los pies de Kubala y del ilustrísimo gallego que sería el único Balón de Oro español hasta la fecha… 

Gonzalo Suárez, escritor, periodista, también cineasta. Sabía más que nadie de la historia de HH y era también, a su manera, historiador de la alegría de jugar del hombre que entonces tenía delante, Don Luis Suárez. Se abrazaron, pues, como parientes, no sólo por la coincidencia del apellido, porque a su manera cada uno de los dos estaba en la vida estimulado por el inmenso genio del entrenador que fue, en un tiempo, igual que don Luis, la luz del Barça.  

Fue un encuentro que parecía hecho en la fase más alegre de la época azulgrana, aunque en ese momento ya habían pasado tantas cosas, era todo tan nuevo en el fútbol que ni don Luis Suárez, que seguía interesado por el futuro habiendo sido tan esencial su pasado, era capaz de comprender cómo tal semilla no se siguió cultivando. El fútbol se había hecho de plomo y de dinero, de modo que aquella noticia de su antiguo traspaso parecía, a la luz del momento en que don Luis y Don Gonzalo se encontraron, un juego de muchachos. Pero el fútbol, en su esencia, era aquel hombre, y como el otro era un poeta del balompié, en seguida se pusieron a hablar de la belleza que compartieron y no del dinero que no ganaron o del fútbol que en ese momento ya se despreciaba.  

En la sede de la federación

Así que estaban en la sede de la Federación Española de Fútbol. En ese momento el mejor futbolista de la historia que se escribe en español (y en italiano) trabajaba entrenando a la selección española, y el escritor que iba a visitarlo había sido singular e inimitable cronista deportivo en semanarios imborrables de los años sesenta ('Dicen', 'Lean'). En España y en Italia Don Luis siguió jugando o explicando fútbol, haciendo que otros aprendieran de él, hasta que, pasado el tiempo, lo rescató la SER para la radio, y ahí estuvo, a las órdenes de Dani Garrido, con sus compañeros de tertulia, como Jordi Martí, rememorando para el presente las ilusiones que nos trasladó, cuando éramos adolescentes aficionados, con la ilusión de saber, sin estar allí, sin televisores, lo que pasaba en el campo. 

Don Luis, al que Garrido jamás le quitó el don que merecía la historia del Balón de Oro, lo dejaba hablar porque su ilustre conocimiento valía más, en muchas ocasiones, que lo que el propio fútbol estaba diciendo en el campo. Su memoria, la memoria de Don Luis, sufría con lo que veía en los estadios; y ese sufrimiento era, sobre todo, lamento por la degradación histórica que iba asumiendo el Barça, su equipo, como si el destino se hubiera puesto cuesta abajo para los que fuimos azulgranas desde que Don Luis dio su primer toque de balón vestido de estos colores. 

El trabajo radiofónico del maestro gallego prolongó, de cierta manera, su sabiduría en el campo, pues lanzaba la pelota, es decir, el verbo, al tiempo que la inteligencia y esta caía allí donde casi todo era baldío hasta que él lo explicaba. Interrumpía unos segundos, por ejemplo, para hacer preguntas en las que brillaba su sentido común, y era entonces cuando se iluminaba el transistor con la combinación de saber y melancolía que le inspiraban los desastres goyescos del equipo que él (con Kubala) contribuyó a hacer glorioso. 

Él no hablaba, en estos tiempos inanes del Barça, desde la rabia, sino desde la sensación de que le habían robado, a él y a la historia, lo mejor que tuvo el Barça de aquellos años: el juego, la voluntad del juego. La alegría de verlo, la responsabilidad de enseñarlo y de compartirlo. 

Ahora ha muerto Don Luis. Es una manera que tiene la vida de alertarnos: con él se va una manera de ver el juego que él hizo mejor, más bello, más alegre. Igual que hablaba, así jugaba, y no había un disparo suyo que no fuera adonde él veía la diana.