La magia del básquet en Sa Pedrera

Juanjo Planells

Juanjo Planells

Dicen que en casa del herrero, cuchillo de palo. En la nuestra ha pasado algo así. Mi hijo Alejandro, en vez de subirse a una bicicleta, ha elegido jugar al baloncesto. No es casualidad que haya ocurrido eso. Él, igual que todos sus amigos, está creciendo al compás de los éxitos del Bàsquet Sant Antoni, alegrías que parecían impensables hasta no hace mucho tiempo. Cuando tienes doce años, tardes de sábado como las que estamos viviendo estas últimas temporadas en Sa Pedrera se te quedan marcadas a fuego. 

El deporte pesa mucho en nuestra educación sentimental. Cuando tenía la edad de mi hijo, entusiastas como Javi Fernández, Vicent Sifoner o Miquel Mas me contagiaron la pasión que siento por el ciclismo. En aquella misma época, a muchos amigos de Sant Antoni, chicos y chicas algo más mayores o un poco más jóvenes que yo, les ocurrió lo mismo con el baloncesto. No se podrían contar las horas que pasaron entrenando bajo las canastas que se colocaron detrás de la iglesia y, tiempo después, en lo que ahora es el patio de la escuela Vara de Rey. El Ca Nostra marcó profundamente a varias generaciones de sanantonienses. Todos en aquel momento sentíamos a aquel club que se creó en la parroquia de Sant Antoni y acabó jugando en la potente Liga EBA de entonces como un bien común. Una fuerza aglutinadora, una manera de fer poble.

Recoger aquel testigo es lo que ha hecho grande al Bàsquet Sant Antoni. Es una entidad distinta porque la historia del Ca Nostra llegó a su fin, pero el espíritu es el mismo. Como portmanyí y empresario local –y sé que hablo en nombre de muchos otros comerciantes, restauradores, hoteleros…– es un orgullo patrocinar un proyecto así, que crece desde la base social, cuidando los detalles y sin estirar más el brazo que la manga.  Estoy convencido de que la energía infinita que le dedican cada semana a esta aventura personas como Vicent Costa, Marcos Páez, Jordi Grimau etc. merece la pena cuando llegan esas tardes de sábado en Sa Pedrera que he mencionado antes. Tampoco quiero olvidarme de todas las madres y padres de los chicos que juegan en la cantera y colaboran para sacar adelante las mil y una historias que hay que solucionar en el día a día de un modesto club deportivo: ellos y ellas saben quiénes son. Entre todos le dan sentido a un club que está siendo capaz de profesionalizar su estructura sin perder su esencia familiar.

La próxima cita es hoy, contra el Cornellà. Desde este artículo me gustaría animar a todos los vecinos de Sant Antoni que no conozcan todavía la magia que se desata en el pabellón de nuestro pueblo a que suban a Can Coix a descubrirla. No van a arrepentirse. Ya hemos sido casi mil espectadores en algunos partidos, pero sé que podemos ser muchos más. Hay verdad en ese equipo, un atributo que no se podría fichar ni poniendo encima de la mesa todo el dinero del mundo. Por eso se ha reunido en torno a su proyecto a casi todos los amantes del baloncesto que viven en Ibiza, un objetivo nada fácil de lograr en nuestra isla, da lo mismo el ámbito. Esa fuerza impulsa al Bàsquet Sant Antoni. Si la caprichosa competición no lo evita, estoy convencido de que a base de insistir acabaremos viendo al equipo que nos ha ganado para su causa en la prestigiosa LEB Oro. Ya lo dice uno de los gritos de guerra del club: “Somos cinco en la pista y una isla en la grada”. Entre todos vamos a encestar el balón del ascenso.