Opinión
Sant Jordi, los libros y todo eso
Los libros están bien pero tampoco son para tanto. Sócrates, por ejemplo, los odiaba -aunque, hablando en propiedad, lo que odiaba eran los rollos de papiro, los libros de entonces- y consideraba que esa moda de la palabra escrita convertía a la gente en perezosa, ya que no se tomaban la molestia de memorizar los textos. De hecho, se jactaba de no haber escrito una palabra en su vida y su obra nos ha llegado gracias a que sus discípulos no pensaban lo mismo. El libro es útil. Viste los estantes del comedor con aplomo y le da una respetabilidad burguesa. ¡Oh! ¡Aquí la gente lee!, dicen las visitas cuando ven un mueble repleto de libros. Son también útiles para poner como tope a las puertas o calzar mesas. Otra cosa es leerlos, pero no voy a ser yo quien se lo recomiende. Dicen que el fascismo se cura leyendo pero ya les digo yo que no es cierto. A mi me encanta leer, pero lo llevo como una extravagancia personal. En estos últimos años disfruté y me morí de miedo con ‘Nuestra parte de noche’ de Mariana Enríquez, me deslumbró ‘Las niñas prodigio’ de Sabina Urraca y me conmovió y me hizo reír y llorar ‘Poeta chileno’ de Alejandro Zambra. Pero insisto, es un vicio personal. Si se animan, hagan su propio canon con sus gustos y su sensibilidad particular, y ojalá los libros les sirvan para ser más felices.
Y si no, pues a otra cosa.
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