Tribuna

Ramas de un mismo árbol

Alicia Reina Escandell

Alicia Reina Escandell

Es este un buen momento para reflexionar sobre la empatía y cómo utilizarla para hacer avanzar a nuestra sociedad en la dirección correcta. Comenzaremos pues por definirla. Conforme indica la RAE, la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Este rasgo es propio de la naturaleza del ser humano, aunque no todas las personas lo desarrollan con la misma intensidad. La empatía es clave para garantizar una buena comunicación a través de la escucha activa. Las personas empáticas son mejor valoradas, y su criterio es más respetado y validado porque nace del conocimiento del otro hasta el punto de identificarse con alguien ajeno a su realidad.

Pues bien, al hilo de esta introducción, vamos a dejar que la empatía nos conduzca a argumentar el tema de fondo que se pretende tratar y que considero de extrema importancia. Recientemente, han llegado a mi poder varios artículos en prensa que hablan de la precaria situación de los enfermos de cáncer en Ibiza, que se encuentran sin oncólogos suficientes para atenderlos. De modo que, en los mismos, se describe, con todo lujo de detalles, la odisea y penurias por las que están pasando enfermos de cáncer, con nombres y apellidos, que están siendo desatendidos por la falta de médicos en Ibiza. Mientras, el Govern sigue empecinado en exigir el B2 de catalán a los oncólogos para optar a una plaza. Otra barrera más, unida a la insularidad, la falta de vivienda, la carestía de la vida en Ibiza y la precariedad laboral del personal sanitario.

Respecto a la exigencia del nivel B2 de catalán para acceder a una plaza como personal sanitario, aprovecho la ocasión para pedir al Govern balear, concretamente a quienes tienen la competencia para decidir sobre estos temas, que se pongan en la piel de estos enfermos de cáncer. Que sientan en sus propias carnes lo que es no tener un oncólogo que te atienda; estar en una lista de espera interminable mientras la enfermedad te crece por dentro; que sientan la impotencia de no poder acceder a las pruebas y al tratamiento a tiempo porque, señoras y señores, el médico que nos podría atender no tiene el título B2 de catalán. La pregunta que entonces tendríamos que hacerle a nuestra presidenta, la señora Armengol, es sencilla: si usted estuviera en el pellejo de un enfermo de cáncer, ¿qué preferiría: que su médico, si lo hay, supiera catalán o que tuviera los conocimientos necesarios para curarla? Creo que la respuesta es evidente y cae por su propio peso, no requiere de demasiado intelecto para llegar a la ineludible y lógica conclusión de que, todos, en este caso, querríamos tener al mejor médico del mundo atendiéndonos (sin importarnos si sabe o no catalán) para evitar un desenlace fatal. Y esto no quiere decir que no queramos proteger y poner en valor nuestra cultura y nuestra lengua, que amamos y respetamos, pero la lógica y el sentido común han de prevalecer, porque la seguridad y la salud de las personas ha de estar por encima de exigencias como esta.

Entre otra de las barreras, se encuentra la precariedad laboral del personal en la sanidad pública, con contratos laborales inestables. Es paradójico y hasta irónico que la Administración pública, que tantas lecciones quiere dar al sector privado, y que tanto exige y controla a las empresas, para evitar la precariedad laboral, entre otras cosas, no predique con el ejemplo. Qué fácil es observar los toros desde la barrera y decirles a las empresas qué obligaciones tienen que cumplir, cuando la Administración y los gobernantes, que dictan las normas, no cumplen con sus propias obligaciones, concretamente, con la exigencia de eliminar la precariedad laboral en el sector sanitario. Es fácil presumir y sacar pecho colgándose la medalla de haber logrado un acuerdo histórico en cuanto a las condiciones y a la subida de los salarios en el sector turístico y de la hostelería, cuando la Administración no hace lo mismo en la sanidad pública y, por tanto, no adopta una actitud ejemplarizante consigo misma.

Pues bien, ante este dantesco panorama, el problema y la solución están sobre la mesa. El problema ya se ha expuesto, la solución está en manos de nuestros políticos. Hemos de eliminar los obstáculos que ya hemos señalado, incluida la exigencia del B2 de catalán, para que nuestra sanidad no quede huérfana de médicos y resto de personal sanitario. Hemos de empatizar con los pacientes, con los médicos, y hasta con los políticos. Hemos de conseguir que nuestra isla, las circunstancias que la envuelven, nuestras infraestructuras y condiciones laborales del personal sanitario sean más atractivas y permitan que estos puedan desarrollar su profesión y su proyecto de vida en la isla. Porque si no hacemos esto, si no eliminamos estas barreras, seguirá habiendo enfermos, con los que empatizar, a los que se les agota la paciencia, el tiempo y las energías para seguir esperando, inútilmente, un médico que los atienda, les ayude a superar su enfermedad y a salvar sus vidas.

La empatía es un sentimiento transversal muy útil en la vida, en la responsabilidad social y en los negocios. La empatía hace que las empresas entiendan las necesidades y deseos de los clientes y les ayuden a alcanzarlos en el juego que supone la realidad de los mercados. La empatía nos ayuda a avanzar como sociedad y como seres humanos. La empatía nos permite ser mejores gestores de nuestras empresas, mejores gobernantes y mejores personas.

Si lo que digo resuena en ti, es simplemente porque somos ramas de un mismo árbol (William Buller Yeats, escritor).

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