Opinión | El púlpito
Memoria
La memoria es una capacidad preciosa que tiene el ser humano para traer al presente hechos ocurridos. Para traer al corazón momentos ya vividos. Para repasar con nostalgia y cariño momentos que en la vida nos han ido haciendo, construyendo y edificando en lo que hoy somos. La memoria se llena de nombres y rostros, de eventos y fechas que nos sostienen en lo que nos identifica. La memoria también necesita decirse en voz alta, compartirse con aquellos que vivieron contigo aquello, llegando a consensos, ya que a veces los detalles se olvidan o transmutan con otros recuerdos y acontecimientos. La memoria en definitiva nos hace ser, nos sostiene en el ser, nos habilita para la relación mutua y para nuestra propia comprensión. Recorrer con ella lo que nos ocurrió y nuestras reacciones, nos ayuda a caminar mirando al futuro, sosteniéndonos en nuestros días y aprendiendo a ser mejores. La memoria, por tanto, establece un buen horizonte para caminar. Nos ofrece puntos fuertes donde asirnos y nos previene de males que ya ocurrieron y nos pillaron desprevenidos. Más sabe el zorro por viejo que por zorro y es que en la ancianidad la memoria se atesora como si de una preciosa biblioteca se tratase. Es precioso poder escuchar esa voz viva del pasado que nos orienta en el presente. Es bueno recordarnos el sentido de lo que hacemos, recordarnos cómo lo vivíamos entonces, purificarnos de todo aquello que nos haga daño. Una memoria que repasa la historia para avanzar desde ella, con mucha humildad y gratitud. Y esa memoria nos habla del 24 de diciembre, de la fiesta de la Navidad. Nos recuerda que esa fiesta tiene un motivo, un contenido real: el nacimiento de Jesús. Esa fiesta se transforma en alegría compartida por el nacimiento de un niño en Belén. Un niño que cambió para siempre la historia del mundo. Un niño del cual 2000 y pico años después seguimos hablando. Un niño, que en definitiva, nos sienta en la misma mesa para festejar, cantar villancicos, comer polvorones, desearnos lo mejor. Memoria entristecida cuando contemplamos sillas vacías de aquellos que otros años compartieron esa noche con nosotros. Memoria que reconoce, con fe o sin ella, que el nacimiento de Jesús ha trastocado el tiempo y nos ha hecho partícipes de la Buena Noticia de la Navidad.
Daniel Martín | Sacerdote
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