Opinión | Para empezar

Economía de guerra

Hace un lustro, un conocido se quedó de patitas en la calle. Durante un mes mendigó una casa, una experiencia que califica de dolorosa. Le alquilaron un apartamento que le suponía el 70% de su sueldo. Descontados los gastos habituales (incluidos los resultantes de su divorcio), no le daba para vivir. Tuvo que aplicarse una economía de guerra. Su presupuesto para comer no podía pasar de 120 euros mensuales, 30 a la semana. Al llegar diciembre noto qué era aquello de la pobreza energética. La factura que pagaba de la electricidad ya era lo suficientemente abusiva como para encender calefactores eléctricos. Su casa era gélida. De día no se quitaba el abrigo. De noche, ni el jersey ni la camiseta térmica y dormía bajo un par de edredones y dos colchas. De vez en cuando, la compañía de alguna mujer que acababa de conocer (y con la que no quería una relación duradera tras el fiasco de la última) le hacía más llevadera esa noche, a veces el fin de semana. Aparcó el coche. Iba al trabajo andando o en bicicleta y los fines de semana se permitía beber una caña. La vida en Ibiza se reduce para muchos a la supervivencia diaria, aunque tengan un empleo. No es de extrañar que los empresarios no encuentren personas que quieran trabajar en la isla, la del lujo, pero también la de la miseria.

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